La editorial Buenos Aires Poetry viene haciendo un trabajo increíble y lo continúan con la reciente edición de su revista/libro dedicada enteramente a la figura de Charles Bukowski. De adolescente me devoraba los libros de Bukowski, recuerdo que en ese entonces eran carísimos. Ya de grande, como corresponde con ciertas lecturas, lo abandoné y hasta llegué a mirarlo con cierta desconfianza. Sin embargo, hace un tiempo volví a ver las películas de Barbet Schroeder y me sorprendió mucho ver que Barfly (1987), basada en un guión original del escritor, había soportado muy bien el paso del tiempo y que la desesperación y la tristeza de la historia seguían ahí. También seguía ahí la belleza de Mickey Rourke. Alguien que con los años se transformaría en un personaje bukowskiano, pero que en ese entonces era demasiado guapo para pasar por un borrachín perdedor. Pero más importante que eso fue ver por primera vez el reportaje que Schroeder le realizó a Bukowski y registró en un documental llamado, redundantemente Charles Bukowski Par Barbet Schroeder (1985). Son cuatro horas de conversación filmada sin mayores esfuerzos que la cámara registrando lo que dice el escritor. Y si bien lo que dice es su discurso de siempre y ya conocido, uno se da cuenta que se trata de un solitario que nunca pidió permiso a nadie. Alguien que parece querer llevar la contra a todos y no respetar la más mínima regla social. Y también que el humor y las bravuconadas no terminan de ocultar un dolor que está siempre ahí, por debajo de todo. Al igual que la soledad. Una soledad que se extendía en todo lo relacionado con su profesión y sus colegas. En la introducción a esta revista/libro, Juan Arabia escribe lo siguiente sobre el lugar de Bukowski en el mundo de las letras norteamericanas:

Los beats eran lobos de una manada, actuaban en grupo, se autoproclamaban y reproducían. Algo parecido a un efecto publicitario de sentido, la confirmación de una moda, o a un grupo de jóvenes que se escapaban de un recreo”.

Es cierto lo que dice Arabia y pienso en la figura de arlequín mediático que adoptó con el tiempo Allen Ginsberg. En uno de los poemas que aparecen aquí, Bukowski a punto de cumplir los 70 años escribe:

ahora un poema más
un deambular por el balcón,
qué agradable noche

estoy en shorts y medias,
me rasco gentilmente mi veterana barriga,
miro por ahí
miro fuera de ahí
donde la oscuridad se reúne con la oscuridad

este juego ha sido una locura
del infierno.

Y al leer esto no me queda más que reconocer que aquel Marcelo adolescente, quien aún a veces se apodera de mí y me hace escribir barbaridades en las redes sociales, tenía razón. Por eso, aunque Bukowski lo prefiera (“El mejor lector y el mejor humano son los que me recompensan con su ausencia”), es mejor no abandonarlo nunca. O, al menos, volver a él cada tanto, para saber que, al menos a veces, está bien llevar la contra y no aplaudir a cualquiera por el simple hecho de quedar bien. Quizás sea una de las formas de poder soportar mejor la vida o, como dice el viejo Chinaski, esta locura del infierno.

Marcelo Alderete

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