Una banda toca surf rock allá abajo en la calle. Los observo desde un balcón. Los turistas bailan. Nevsky Prospekt es el nombre de la calle. Buen nombre para una banda de post-rock. La avenida más impresionante que conozco. Supongo que alguna vez dije lo mismo de Paris. Sí, cuando tenia veintitrés años y llegué por primera vez a Europa. Esta es la última ciudad de Europa, San Petersburgo, o la primera, como se quiera. En verdad es lejos. La primera noche en que llegamos empezamos a recorrer esta calle con nombre que evoca recuerdos y parecía no tener fin. Estábamos cansados es verdad pero quedamos hipnotizados por el movimiento, la gente y la monumentalidad. Sólidos edificios uno detrás del otro, avenidas amplias que la cruzan y la aparición de catedrales y palacios aun más imponentes a cada rato. Era de noche y la iluminación se perdía hacia el norte. En algún momento simplemente nos detuvimos. La ciudad se levanta sobre el delta del río Neva. Como si Buenos Aires hubiera sido levantada en el delta del Paraná. Habíamos llegado lentamente navegando con el motor en un día sin viento. En verdad pasamos dos noches y un día a las puertas de la ciudad porque el viento no nos dejaba entrar. Veinte kilómetros antes de San Petersburgo hay una isla y la ciudad de Kronenstadt. La isla está conectada al continente por dos puentes y los barcos entran a Rusia por una garganta. Sí, es el final de Europa. Los días que siguieron fueron de clima inestable. Se siente el Norte y el Este. Pasan nubes y tormentas, la temperatura cambia de un momento a otro; de las cosas que no voy a olvidar está el contorno de la ciudad contra el río dramático. Ayer vimos dos hermosas chicas pasear por la avenida a caballo. Es un mundo parecido pero distinto, más exuberante. Cuando bajamos del barco en la marina, un edificio viejo que alguna vez fue el Yacht Club y que seguramente desaparecerá por la fuerza de nuevo dinero, encontramos una camioneta con un cuervo en el interior. Otro cuervo golpeaba contra la ventana tratando de entrar. No eran hinchas de San Lorenzo o abogados aunque parecían personas. Eran dos pájaros grandes y negros como los cuervos de los dibujos animados. Uno adentro y uno afuera. El que estaba afuera parecía querer ayuda al pájaro de adentro. Pasamos un rato después y lo vimos posado esperando sobre el capó (¿alguién sabía como se escribe capot?) del motor. Pensamos que el que estaba adentro había entrado a la camioneta en un descuido. Un ruso apareció moviendo las manos y diciendo No problema, no problema. Nos fuimos mirando a los pájaros de reojo. Hoy la camioneta no estaba. El jueves luego de andar y andar quisimos regresar en un taxi pero todos nos decían que los puentes se alzan durante la noche para que pasen los barcos rumbo al interior de Rusia y quedamos aislados. Preguntamos a varios taxistas y todos nos decían que tenían que salir de la ciudad y volver a entrar por otro lado para llegar a donde estaba el barco lo que nos salía una pequeña fortuna. Pensábamos que nos querían meter el perro. Finalmente nos decidimos cuando encontramos un taxista de sonrisa que nos dio confianza y además hablaba un inglés bastante bueno. Tenía un aspecto oriental indefinido y era de Kazajistán. Enseguida nos dijo que lo disculpáramos por su inglés; podía hablar bien turco y coreano pero no inglés. También hablaba ruso y kazajo claro. Era una persona feliz y hablaba muy bien inglés. En Rusia la gente no sabe hablar mucho en inglés y está bien. Cuando el taxista se enteró que varios de nuestro pequeño grupos eran alemanes contó que una vez al año iba a Alemania a comprar un furgón que luego llevaba manejando a Kazajistán para venderlo. Mucho tiempo atrás había conocido unos franceses que hacían lo mismo en Africa con viejos Mercedes Benz. Torsten es alemán pero nació en Alemania del Este que es como decir que Jimmy Page tocó en los Yardbirds antes de Zeppelin. Nadie lo sabe. El tampoco habla mucho inglés y en la escuela aprendió ruso y de vacaciones se iba a Hungría. Vimos los puentes levantados y la ciudad iluminada y muy de madrugada llegamos al barco. Esa noche soñé que la casa de mi infancia en Ituzaingó en verdad quedaba frente a un lago muy hermoso y lejano. Cada tanto tengo sueños donde los espacios no son lo que parecen. Otra vez soñé que mi casa en Boedo en verdad estaba llena de otros cuartos habitados por un montón de personas a las que no conocía. Había muchos cuartos secretos y habitaciones adentro de las habitaciones. Nunca había sospechado que unas cuadras más allá de la parada del colectivo donde me bajaba al volver del colegio había montañas y ese lago. Lo encontré a Martín fumando en el balcón mirando el paisaje y sin que le preguntara nada me dijo: «Pensé que sabías». Es un sueño que se reitera y el paisaje va cambiando también. Pero es un paisaje de sueños que nunca vi ni se si existe. La última tarde salí a correr y crucé varios puentes e islas y llegué cansado hasta el barco mirando al golfo de Finlandia hacia donde ahora nos dirigímos.

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