En algún momento nos había parecido una buena idea esa de encerrarnos a leer por unos años todos esos libros que nos iban a cambiar la existencia y que íbamos tirando para adelante porque la vida siempre nos corría por la espalda. Lo mismo con las películas. Con las series era más una fantasía de sumirse en un estado de sopor total de placer continuo, como si pudiéramos llegar a ser los fumadores de opio definitivos, como si fuera posible de llegar a una clase de Nirvana televisivo permanente. Solos, en pareja, con amigos, felicidad continúa non stop.
Fantasías claro. Hago Yoga, leo poesía, trabajo en ser una mejor persona. Me quejo de Netflix. Leo poesía sin orden y entonces hago click en el libro de Denis Johnson y ya el título del poema me hace sonreír: On the morning of the Wedding. Porque me acuerdo de Mario en Valldemosa y como se compró unos pantalones blancos por un par de euros y cómo esa misma mañana temprano había ido a arreglar un jardín para un alemán que llegaría pronto a su mansión. Irene estaba con su madre comprando alguna cosita también y después del nos fuimos todos a un restaurante sobre el mar y fue lo más cerca que estuve a una boda en Las Vegas pero en una versión mallorquina y más vale ultra hippie. Cuando llegué a la isla lo primero que hicieron fue llevarme al mar y en un segundo se habían puesto en pelotas y yo, tan tímido siempre, no dudé un segundo y desnudo también salté al mar en el salto más largo de mi vida. No leí todavía el poema de Johnson, pero seguro que habla de Mario e Irene esa mañana fresca y soleada ya hace tantos años. Pero ahora jugando un poco con la memoria me doy cuenta que hubo muchas mañanas más. Mi hermana tan joven y su esposo en la puerta del registro civil y mamá llorando. ¿Dónde está mi viejo? Está la foto en uno de los portarretratos en la casa familiar. Mi hermana tan joven y su esposo tan delgado y sonriente. El mismo que todavía tiene esa sonrisa cuando no está pensando en otra cosa. Johnson no es mi escritor favorito, pero si el que más quiero. Un momento, es mi escritor favorito entonces. También quiero a Foster Wallace (mucho más de lo que he leído) y a Tournier y a Berger. Todos seres tan adorables. Johnson que descubrí en Iquitos con 150 grados de calor y 2000 mil de humedad, pero que ya allí me hizo sonreír con una historia de fantasmas. Una Epifanía, un nuevo mundo. Como atesoramos esos momentos en que un libro o una canción o una película nos cambia el mundo: la primera vez que escuché a Elvis Costello cuando venía de Pink Floyd. O My Bloody Valentine siglos después. O las 69 canciones de amor de Stephen Merritt que iba a ser el compendio definitivo de mi vida amorosa: Puedo hacer una carrera en sentirme triste/ leer a Camus y beber vermouth. Stephen, gordito simpaticón, como no te voy a querer también ahora y por siempre.

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