Hoy tenés el mate lleno de infelices ilusiones,
te engrupieron los otarios, las amigas, el gavión;
la milonga entre magnates con sus locas tentaciones
donde triunfan y claudican milongueras pretensiones
se te ha entrado muy adentro en el pobre corazón.
Mano a mano, letra de Celedonio Flores.
0.
Empiezo a escribir esta nota antes de que comience el festival. Como suele ocurrir, el trabajo se impone a los placeres y la lista de reuniones (en muchos casos inútiles) hace que ver películas se transforme en una tarea secundaria y escribir (y pensar) en algo imposible de hacer. Películas, reuniones, cocktails, gente, fiestas. No hay que quejarse. Trabajar es levantar bolsas en el puerto decían nuestros abuelos y algo de razón tenían. Entonces, pedidas estas breves disculpas, comenzamos aquí a comentar algunas cosas sobre Cannes. Y de vez en cuando, si queda tiempo, hablaremos de alguna película. A esta altura de la semana ya pasamos la mitad del festival, así que, hay que apurarse. Empezamos este texto antes de ver algunas de las películas, así que sepan comprender algunos comentarios fuera de tiempo y lugar. Las cosas cambian demasiado rápido en Cannes.
1.
Una vez más, con nosotros, el festival de Cannes. Y una vez más los mismos reclamos de ya hace varios años. Los sospechosos de siempre, ese grupo de cineastas a los que el festival parece proteger con un espíritu más cercano al entusiasmo de un hincha de fútbol que al programador de un evento cultural, vuelven a ser parte de la competencia oficial, mientras que nombres más prestigiosos van a secciones paralelas o directamente ni son tenidos en cuenta. Obviamente, decir que Cannes es un evento cultural, es cierto en una medida cada vez más mínima. Es un acontecimiento que aún sueña con preservar al cine bajo una visión que se hace cada vez más difícil de mantener o incluso explicar: esa idea de que convivan el glamour, la (pseudo) sofisticación, lo «artístico» y a la vez, el comercio en su forma más burda y desatada. Se puede hablar de qualité, se puede hablar de los sospechosos de siempre, pero Cannes sigue manteniendo una atracción que mantiene al mundillo cinéfilo en vilo y atento a lo que pasa en la Riviera, (quizás como un síndrome de Estocolmo) ya sea incluso para referirse al lugar como muerto o decadente (según la cinefília dura). Nadie puede ignorar Cannes o, al menos, eso parece. Hasta los más radicales autores aceptan ser parte de la fiesta aunque sus películas no ocupen lugares de relevancia que sí ocupan títulos que todos saben (o sospechan y la mayoría de las veces aciertan) menores. No es difícil argumentar que la selección de la nueva de Albert Serra, podría deberse más a la presencia de Jean-Pierre Leaud y un montón de pelucas, que a sus valores. También es fácil predecir que será uno de los grandes títulos ya no del festival, sino del año cinematográfico. Sin embargo, será proyectada en una noche especial (o como se llame), mientras que en la competencia se pavonearan con la nueva gracia de Dolan y el apolillado cineasta de protesta Ken Loach.
Hace ya varios años que el delegado artístico, el Sr. Thierry Fremaux, se niega a escuchar los reclamos del mundo cinéfilo más sofisticado (esta palabra utilizada con muchas comillas) y seguir, parece que muy convencido, seleccionando un grupo de autores que a medida que avanzan en sus carreras parecen ir realizando las tareas necesarias para seguir participando de Cannes. Esto no siempre es malo. Entre ellos hasta hay gente talentosa y algunos que, con el tiempo, terminan cayendo en desgracia. Como ocurrió con Bertrand Bonello quien con su explosiva (en todo sentido) nueva película y luego de participar casi siempre en alguna sección del festival, fue finalmente desterrado a vaya uno saber donde. Una verdadera lástima va a ser este año no poder ver la nueva de Bonello. Pero no es el único que falta, son varios nuevamente los nombres que brillan con su ausencia mientras sus películas duermen el sueño de los justos, esperando probablemente ser estrenadas en Locarno (quizás Venecia). Pero no vale la pena llorar por algo que no sucedió, ni sucederá y por películas que veremos más adelante. Parafraseando al gran David Byrne, se puede decir que no es el fin del mundo, sólo es que Cannes no eligió a esos tres (o cuatro o mil) cineastas que tanto nos gustan.
Pero Fremaux es una persona inteligente y claro que escucha y sabe de estos reclamos. En la serie de conferencias y reportajes que siguieron a la presentación del grueso de la programación de este año, Thierry utilizó una técnica muy común en las artes marciales que consiste en usar la fuerza (y las formas) del ataque del enemigo para con esa misma energía devolver el golpe. (Escribo esto y parezco Fabián Casas, sepan disculpar). Lo que dijo fue lo siguiente y, la verdad, merece que nos saquemos el sombrero:
Soy de la escuela de la generosidad. No necesito existir porque odio. Quiero existir porque amo. No soy inocente, pero no veo cuál es el problema en amar el cine clásico y el cine moderno.
Reconozco que la frase me dejó perplejo. Un verdadero golpe, si no de knock out, lo suficientemente certero como para ponerle fin a cualquier discusión. O al menos, para retirarnos por un rato y preguntarnos qué pasó. Como si un pariente mayor, sabio y generoso, nos descubriera haciendo una maldad y nos explicara que lo que estábamos haciendo está mal. Obviamente, nos hablaba a nosotros. (Disculpen que no defina ese «nosotros»). Y encima nos aclaraba que estábamos equivocados, o que no comprendíamos sus motivos. Al fin y al cabo, resultamos unos crueles que se hacen pasar por inocentes. Él estaba del lado del amor y por lo tanto, nosotros del odio.
Sin embargo -y ya escribo esto con el festival a punto de terminar y en estos últimos días las cosas, digamos, se complicaron un poco- Fremaux sí parece haber escuchado los reclamos surgidos en relación a la paupérrima competencia oficial del año pasado y no solo esta vez seleccionó algunos de los grandes nombres del cine actual, sino que los ubicó como punta de lanza para la apertura de la carrera hacia la palma de oro. El arranque con Cristi Puiu (tres horas) y Alan Guiraudie, quedará en la historia del festival. Tan es así que hasta el inepto de Ken Loach parece haber pasado desapercibido. Excepto, claro está, para los críticos ingleses, quienes una vez más, le dan la razón al señor Jean-Luc Godard.
Como cualquier película moderna, terminamos aquí abruptamente, prometiendo -quizás en vano- volver en breve y esta vez sí, hablar de cine. O de los franceses que mean en la calle o de los peligros de sufrir una sobredosis de cafeína a causa del café gratis que regalan en el Palais del festival. Como verán, muchos temas que hablar y poco tiempo para hacerlo. Hasta la próxima.
PD: El párrafo con el que comienza este texto, letra del cinéfilo Celedonio Flores, es la descripción más acertada que alguien haya hecho sobre los directores de cine y su relación con el festival de Cannes.
Marcelo Alderete