Fue un otoño excepcional. Cálido y soleado el primer mes, soleado y fresco acorde nos acercábamos al invierno. Las pocas lluvias espaciadas eran tormentas de un día o menos que pasaban y dejaban un poco de viento. Las veredas se cubrieron de hojas secas y los vecinos salían a la calle con las escobas. Mayra leía Mishima y yo la última novela de Reacher, la número veinticinco lo que la transformaba en una especie de acontecimiento. Esa mañana soleada en particular saqué una silla al jardín y me puse a leer al sol y esa mañana en particular la música me llegó desde todas direcciones. El indie, el pop, el ambient y la electrónica en general. Cientos de canciones nuevas en mi computadora en una sola mañana. Una verdadera inundación. Los perros también salieron y se tiraron al pasto. Una calandria bajó al césped a buscar bichos y casi de inmediato voló hasta una rama en el limonero. Un benteveo posado en la medianera del fondo observa y vigila la pileta. Me contó Martín que en su balcón se posa un gavilán mixto a observar la vista como lo hacíamos nosotros ese sábado. Una vista amplia del barrio bajo y los edificios al fondo que parece Manhattan pero es Flores. Habría que escribir ese libro, El Gavilán. Diez o veinte años de observar al gavilán y sus vuelos y sus costumbres y sus cacerías y registrar todos los cafés y mates tomados y el paso del tiempo minucioso, inclemente y esplendoroso.

El jardín da a otros jardines de otras casas más grandes y con más parque y árboles frondosos, lo que contribuye a que nuestro horizonte sea mayor. En este mismo momento Reacher está agazapado detrás de un auto en medio de una balacera. Desde aquella vez con Mauricio tengo la idea de que cada vez que abandono un libro por un rato dejo la acción en suspenso. Dejé por ejemplo a Rousseau caminando por un jardín (un verdadero jardín) meditando en voz alta y de alguna manera dictando sus confesiones. Debo ir por la mitad del libro que dejé hace años. Creo que traté de leerlo cuando volví de Montreal. También dejé La Crítica de la Razón Pura que es lo más parecido a caminar dentro de un cerebro que debe haber existido jamás. Como esa película que pasaban en Sábados de super acción donde unos científicos se metían en una nave adentro del cuerpo humano. No me había sentado a leerla como se lee cualquier libro, claro. Era más bien una expedición a la selva. O al desierto. Un lugar inhóspito en todo caso. Yo pensaba que la filosofía alemana se trataba de conocimiento pero se trataba más bien de disciplina y auto control.

Después, mucho después, como una conclusión lógica a un silogismo me puse a correr maratones. Pure X, Arms and Sleepers, Helvetica, Bombay Bicycle Club, The Bilinda Butchers, Bryce Hackford, Ulrich Schnauss. American Dollar, Amon Tobin. Incluso un disco nuevo de Mogwai. Todo en un mismo día. El día anterior el aburrimiento, el hastío como en una película de Fassbinder. Hoy la exuberancia. La universidad hay que pasarla y después olvidarla fue mi lema por bastante tiempo hasta que volví a embrutecerme. En las noches silenciosas y de cielos muy prístinos pasan aviones misteriosos. Por la madrugada bajé a escuchar a Mogwai. Esa noche antes de dormir vimos una película de Louis Malle, ¨Encuentro con Andrei¨. Son dos tipos hablando. Entre muchas otras cosas los personajes discurrían sobre sus concepciones del mundo y un dramaturgo exitoso hablaba del azar y su belleza y el dramaturgo quebrado lo negaba pero al pasar mencionaba una novela que justamente empecé a leer unos días atrás, El maestro y la margarita del búlgaro Michail Bulgakov de quien justamente nunca había escuchado hablar hasta hace un par de días que la vi mencionada en una lista que guardaba hace años para revisar algún día. La lista de David Bowie y sus cien libros favoritos. La distancia entre Bowie y mi lista es de 90 libros. En verdad mucho más. Diez es los que había leído pero no creo que incluso los hubiera puesto en mi lista. Nuestros pequeños mundos que creemos el universo. Leer y olvidar. Eso alguna vez pensé y ahora me llega como una maldición. Un otoño excepcional de cielos claros, libros y vuelos rasantes.

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1 Lectores Comentaron

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  1. Martín Zabala on 30 mayo, 2020
    Extraordinario texto. Lo más íntimo y el universo entero. Gracias

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