Está nevando. De golpe algo había cambiado. Llegó una clase especial de silencio. Estoy en un refugio frente a la laguna. Providencial. Bajé desde el abra a 4880 y pasé por detrás del volcán Tixani. Una hora después había desaparecido tapado por las nubes. Cuando había empezado a bajar apareció la pampa. Así la llaman por acá. Pura pampa, ya no hay más paisaje me había dicho Juan un par de días atrás cuando le pregunté por el paisaje. ¿Qué paisaje? me dijo. Ya no hay más paisaje y agregó, solo vicuñas en bikini. Era muy simpático Juan que seguramente tiene otro nombre en aymará. Para mi es un paisaje sobrecogedor y hermoso. Mete miedo también. Se puede sentir y comprender la agorafobia, lo que tiene de primordial la inquietud frente a los espacios abiertos. La total indefensión. Un desierto rodeado de cerros y el volcán con crestas de color ocre. Un poco más abajo del abra pude ver de golpe el cielo púrpura y una gran tormenta. No es la época de tormentas pero allí estaba y era grande y amenazadora. Se podían ver claramente las descargas. Mi camino tomó para el este y la tormenta estaba en el sur. Estoy de suerte pensé. Bajé al cruce de caminos más inhóspito que conozco y comencé a subir lentamente. La tormenta desapareció. Pasé dos hermosas lagunas y cuando llegué a la punta de otra loma volví a ver la tormenta. Temible y mucho más cerca. Y sentí el viento que empezó a levantarse (en algún momento de la mañana agradecí un día tan sereno). Y me intranquilicé y empecé a mirar y ahora no podía seguir pero también parecía que desde otro lado una cola me iba a alcanzar. Retrocedí y me vine para la segunda laguna donde había visto una plataforma de cría de truchas. Empecé a acercarme. Vi un lugar bastante reparado y pensé armar la carpa pero seguí para acercarme al agua y en una andanada apareció el refugio hecho de piedras y chapas. Tenía un candado pero estaba abierto. Alegría total. De golpe la amenaza era un gran regalo. Me acomodé. Primero llegó una llovizna y después aguanieve (y el frío). Me abrigué y me tiré a dormitar con el ruido de la tormenta, los truenos y las aves (unas gallaretas con sus nidos en medio de la laguna y unos playeritos que quién sabe desde donde habrán llegado). Un rato después el silencio y la nieve. Antes el viento. Voy recordando. Otra vez la montaña que me dice que descanse, que no me apure. Anoche soñé con Darcy y pasajeros. Me despertaba seguido porque tenía la garganta seca por la altura. Pero sin dolores de cabeza ni apnea lo que es una gran cosa. Desperté antes que salga la luz y empecé a prepararme un café. Escuchaba el murmullo de unas aves, otras. El silencio y los pájaros. Hacía frío y el cielo estaba nublado aunque no completamente. Apenas me asomé al paso apareció una gran vista de un amanecer invernal y de montaña con una luz difusa. Bajé a un hermoso valle interior con su río y sus vegas y volví a trepar aunque ahora el camino era bueno. Pude ver a lo lejos y allí abajo el pueblo de Bella Vista y por fin comprendí los dos caminos alternativos que se juntaron al pie de la última subida. Antes de salir esas dos posibilidades eran como el enigma de la efigie. Insondables, inimaginables. Pero ahí estaban los caminos que al final se encontraban. Uno daba una cosa, el otro otra. Había hecho todo el camino a la cima. Después el paisaje lunar y los truenos y la nieve. Me metí dentro de la bolsa de dormir y leí los diarios de Cheever hasta que me dormí. Al salir el Tixani estaba completamente blanco hasta su base. Un paisaje de sueño. Cuando me acerqué a la laguna a buscar agua pude ver que también había unos patos que se alejaron aleteando sobre la superficie. Volví al refugio y me puse a ver una película. En las dos últimas películas que vi los protagonistas quieren renovar la casa de su madre muerta e irse a vivir allí. Una canción de Bill Callahan, Jim Cain, en el final de Blue Jay, que espero me acompañe en lo que viene. Va a seguir nevando.