Le teníamos ganas a Sara Driver, le teníamos confianza, y la peli empezó bien. Alfred Molina, el mismo campeón que se roba Coffee and Cigarettes de Jarmusch (el dorima de Sara, todo queda en familia), duerme vestido y se sueña tocando jazz, y a su lado su perro duerme y sueña que es un perro ganador, con un habano en la boca y una perrita bien peinada a su lado. Bien. Más tarde Alfred se queda dormido mientras da clase de piano y sueña que vuela en su piano junto a su alumnito sobre la ciudad, y ahí es cuando pensé: esto es igual a Travesuras de una bruja. No me digan que no la vieron: de Disney, con Julie Andrews como la bruja que se lleva a los chicos a volar en alfombra, con el glorioso insert animado de El partido del siglo. En fin, que tan errada no andaba; es una película de lo más mostrable en un pijama party, si bien puede ir bastante más allá. Sara Driver se descuelga con una de fantasmas, pero no como las de Kurosawa: una de fantasmitas buenos, que sólo asustan a la gente mala. En este caso, el fantasma es la mismísima Marianne Faithfull (¿no se escapó de otra peli, Festival Express por ejemplo?). A la larga los malos son castigados y los buenos quedan a un pasito del amor. Todo termina bien, pero a la peli se siente vieja. Tiene veinte años, sí, pero ese no es el punto. Habrá que darle otra oportunidad a Sara.

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