El estado de las cosas es más o menos este: en un homenaje inesperado a Mijaíl Bajtin llegué con mi bicicleta a Jauja. Para hacer todo un poco más extraño ayer me crucé con un alemán, también en bicicleta, que parecía Andy Warhol. No lo podía creer, parecía una aparición en medio de la nada y el polvo. Canoso y joven a la vez, elegante e impecable como si paseara por las calles de Munich. Hacía tiempo que no veía alguien tan sofisticado. ¡Y en bermudas! En su bicicleta llevaba las correspondientes alforjas pero sobre el porta de atrás una valijita que parecía de un antiguo médico (solo que super moderna) de donde empezó a sacar cosas. Llevaba puesta una camisa color salmón. Ahí comprendí lo que me venía pasando con una camisa color verde esmeralda que me viene persiguiendo desde el año pasado. En noviembre la vi en San Pedro de Atacama. En enero en Villarrica, en abril en Puerto Montt y finalmente hace poco en Cusco. ¡Estaba destinado a este encuentro! En fin; no saber leer los signos es un problema.
Llegué a Izcuchaca y me alojé en el Hostal Vista Alegre. Primero fue el viento que voló unas chapas y después un inesperado chaparrón que vi desde un bolichón sentado en la vereda. Un par de días atrás en la ciudad de Ayacucho me pasé la tarde en una terraza mirando la plaza de armas. Nada más lindo que ver ir y venir gente. En un pueblo sin nombre conocí a Faustino que se pasó la tarde contándome historias. De un intendente que se fugó a Estados Unidos con la plata de los empleados municipales (entre ellos la de él claro); de sus caminatas en la selva; de sus encuentros con los espíritus y con hombres malos que cortan cuellos en busca de grasa humana; de cómo mató a dos comadrejas que le comían las gallinas. En Izcuchaca la lluvia dejó al pueblo sin luz por horas. Me quedé dormido tirado en la cama y desperté con el golazo de Lucho Gonzalez. Desorientado pensé que había vuelto al pasado. El Warhol alemán había tardado casi tres meses en hacer lo que yo pensaba hacer en 40 días. Es verdad que viajar con estilo es más lento pero viendo perder a River me dije, Santiago, no se puede todo. Tal vez en lugar de subir y subir en algún momento debas buscar el mar. De hecho después de casi tres meses en los Andes centrales empiezo a sentir la necesidad del horizonte, de amaneceres y atardeceres. Empiezo a sufrir esa clase de claustrofobia que sufren los habitantes perpetuos de las montañas. En alemán debe haber una palabra para ello estilo: ZentralTalDepression. Hice en estos meses un periplo relámpago de Lima a la selva y al llegar al gran río Ucayali, afluente del Amazonas, me quedé mirando las grandes nubes que se dirigían al centro del continente mientras las barcazas partían con cierta nostalgia. Debe ser esa canción que escucho desde hace días y no se me va de la cabeza: ¨Life in the sea¨ de Teen Daze.