Ben me escribió que en Val D’Annivier hace -10 grados y que van a ir a esquiar el fin de semana con Thorsten y que tal vez se sume Florian. Quedamos en encontrarnos en el Lago de Garda a fin de abril. Aquí más al sur es el fin del invierno. Volví al fin del invierno y la llegada de la primavera. Nevó en Madrid una semana antes de que yo llegue. Mientras preparaba la nueva bicicleta y algo del equipo hizo un poco de frío pero con un sol que calentaba algo. Anduve por la ciudad haciendo las últimas compras y salí a correr el domingo por el parque del Retiro repleto de paseantes. Madrid siempre va a ser nuestra puerta de entrada; como Caballito o Flores lo es para los que crecimos en el Oeste del gran Bs As y nos mudamos a la capital. Solía ser así. Tomé un tren de cercanías hasta Alcalá de Henares y empecé a pedalear por Castilla y La Mancha. Dani me preguntó por qué ese camino. Because. En cuatro días estuve en Valencia. Cierro los ojos y es un solo día. En verdad estuve en Alcalá hace años con Carolina. Recuerdo una plaza mayor, un centro histórico conservado y las cigüeñas con sus nidos en los techos. Fuimos a visitar a un primo de ella. Un tipo solitario y tímido. El otro primo que tenía se había pegado un tiro. O lo estaba por hacer, se me confunden los tiempos. Esta vez salí de la estación y enfilé hacia una serranía que tenía que atravesar. Subi y bajé por el campo, pasé por pueblos con viejos en los bancos y otros desolados a la hora de la siesta. Al atardecer llegué a una represa y allá abajo en un desfiladero estrecho el río Tajo de un color verde transparente. Acampé allí en un bosquecito no lejos de un puente romano. Las aves gritaban y sus llamados hacían ecos. Siempre se cumple la regla de finalizar el día con una maravilla. Después fue la ciudad de Cuenca con sus casas colgantes y el tercer día el desfiladero del río Turia. Cuando salí de Cuenca hacía -2 grados a las nueve de la mañana. Trepé hasta 1150 metros y anduve por un llano del altura donde el viento del Este me hizo doler la frente del frío. Fue el aire helado que trajo la nieve otra vez al resto de Europa. Madre preocupada por las fotos de Roma bajo la nieve. Bajé una cornisa por una ruta solitaria y crucé otro pueblo dormido. Los pueblos siempre se levantan en las lomadas y las iglesias y catedrales se ven desde lejos. Llegué al río Turia y una impresionante garganta. Crucé un puente muy alto sobre el río y cuando llegué a la cima que cruzaba hacia el otro valle encontré junto al camino un refugio de montaña. Estaba limpio y con leña como para hacer fuego. Felicidad. Me dormí leyendo el cuarto libro de las Enseñanzas de Don Juan. Había cruzado ya la serranía de Valencia y para el día siguiente me quedaban unos 100 kilómetros descendiendo hasta llegar al mar.

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