Vida de Cannes III – El que no salta es un holandés
Dice el amigo Diego Lerer en su nota, para los no menos amigos de Los inrocks (leer por aquí), que el festival de Cannes está saturado. O algo así. Basta ver la marea humana que se mueve en el mercado (ya volveremos sobre este particular sitio) o que trata de entrar a las funciones de los títulos más requeridos. En el día de ayer, después de una hora y media de espera bajo la lluvia (no torrencial, como -me dicen- es la que caía en ese mismo momento en mi Buenos Aires querida), junto a alrededor de 600 personas (no pregunten cómo hicimos el calculo) nos quedamos afuera. Repito, nos quedamos afuera de una sala (la Debussy, dedicada a la sección Un certain regard) de 1068 asientos. 

Continuando la comparación con un videoclub, en Cannes cuando llueve, ocurre aquello que pasaba en los videos-clubs ochentosos en un fin de semana de lluvia. Todas las películas más o menos interesantes ya habían sido alquiladas por otros. Y lo que quedaba en las góndolas, simples restos que nadie en su sano juicio quería. O quizás, quedaban algunas joyas, que, al no estar en las secciones competitivas que tanto atraen a la masa festivalera, nadie les prestaba atención o pasaban por alto. ¿Y donde se encuentra esas películas en Cannes?, en algo apocalípticamente llamado El Mercado (Marché du film, para los entendidos, esa gente).

Pero volvamos al tema de la sobre-población de personas en el festival. Cannes es un negocio y un negocio demuestra que funciona cuando más vende. Y eso entonces es lo que hace Cannes, vender. Credenciales que promedian los 300 euros, funciones de películas espantosas, stands a países que carecen de una mínima tradición cinematográfica. Todo esto ocurre en El Mercado, que termina funcionando como la caja chica (y no tanto) de todo el festival. Calcular el dinero que genera el mercado asusta por las cifras millonarias a las que se puede llegar calculando muy por arriba. Pero esto es un trabajo periodístico que no nos detendremos a hacer. Para eso hay otra gente a la que le gustan más los números y las cifras.
En el mercado, paralelo a lo que ocurre en las secciones oficiales del festival, proyectan una cantidad enorme de películas de todo tipo. Aquí no importa la calidad. Son funciones que los agentes de venta, dueños de la distribución de las películas, organizan pagando sumas que desconocemos. Entonces ahí, al Mercado, van a parar desde grandes títulos a películas cuyas temáticas lidian con gorilas que juegan al béisbol  o una saga de vampiras lesbianas que ya va por su tercera entrega. Puede parecer que exagero buscando un efecto cómico, pero no es así, todo esto está basado en hechos verídicos y películas existentes. 
Entrar a las funciones del Mercado suele ser fácil, excepto para algunas proyecciones que son sólo para compradores de películas. Una cosa buena del Mercado es que los periodistas no pueden ingresar a estas funciones. Es decir, ellos, que son estrellas del festival, para el Mercado no sólo no existen, sino que en sus grillas figura que está prohibido que entren a algunas de las funcionas. El capitalismo llevando a cabo una extraña justicia poética.
Paro basta de hablar mal de El Mercado. El día que nos quedamos afuera de la película de nuestra amada Sofia Coppola, ahí estuvo el bendito Mercado para solucionarnos la vida y darnos alguna que otra alegría.
Apenas cruzando la calle donde se encuentra la sala Debussy, están las simpáticas y pequeñas salas Arcades, 1,2 y 3, y ahí vimos V/H/S 2 (dirigida por varios), continuación de aquella antología de terror registrado en aquel noble formato. A pesar de lo que dicen los críticos dedicados al género de terror por la red de redes, esta segunda parte no es muy superior a la primera y peca de casi los mismos errores. Esto es, forzar que la narración esté ligada al formato (no siempre VHS) en el que la película es registrada por alguno de los personajes dentro de las historias que se cuentan. En algunos casos funciona muy bien, como en el capítulo llamado Un paseo en el parque, donde vemos dicho paseo a través de la mirada de un zombie y en otros, como en Slumber party alien abduction (el mejor título de la historia del mundo), el recurso termina reduciendo los logros de una gran historia en donde unos adolescentes dispuestos a pasar un fin de semana salvaje se ven enfrentados a una invasión alienígena. Esta historia, por ejemplo, está registrada por un simpático y peludo can que lleva la cámara atada a su cabeza. Así como suena. El terror casi siempre funciona mejor cuando sus fronteras se mezclan con el ridículo. 
De ahí nos fuimos a ver Dark blood, de George Sluizer. Cuenta la leyenda que esta fue la última película de River Phoenix y que su director, a causa de la muerte de la joven estrella, no pudo terminar. Por diferentes motivos, largos de explicar y no tan interesantes, la película fue (por decirlo de alguna manera) terminada por su director y exhibida públicamente en algunos festivales, entre ellos el de Berlin. La admiración y un poco el morbo de ver esta obra casi maldita, nos llevó a verla con cierto entusiasmo. Lamentablemente decir que la película está terminada es una exageración. Lo que hizo el director fue editar el material filmado y agregarle su voz en off, cual comentario de DVD, a las escenas que deberían estar pero debido a la desaparición de Phoenix, no existen. Entonces ahí aparece la voz de Sluizer diciendo cosas como: “en este momento River Phoenix debería aparecer mirando un águila que se pierde en el infinito”. Y va incluso más allá, aclarando a veces los sentimientos que (se supone) están demostrando los actores en escenas que sí fueron filmadas y las estamos viendo. Por ejemplo: “aquí el rostro de Judy Davis nos muestra la represión de su vida sexual y como sus primitivos instintos florecen nuevamente al sentir el cuerpo joven de River Phoenix”, mientras lo que vemos es a Judy Davis poniendo unas caras raras que no dicen mucho. La trama de Dark blood cuenta la típica historia de una pareja de cuarentones intelectuales, él actor, ella no recuerdo qué, perdidos en un paisaje hostil y que son rescatados primero y luego secuestrados, por el salvaje original de Phoenix. No sólo todo es un lugar común detrás de otro, sino que uno llega a preguntarse, cómo fue que en algún momento se llegó a pensar que tanto la mencionada Judy Davis como Jonathan Pryce (quién supo ser Perón, pero aquí, con su saco cruzado, está más cerca de Nestor), eran buenos actores. Al verlos es esta película poniendo caras de intensidad, la fama y el prestigio del que supieron gozar se transforma en un verdadero misterio. Otro caso es el de River Phoenix, quien en su versión pelo negro muy corto, demuestra que sin un director detrás de cámara, lo suyo era muy limitado. El mito que sobrevino con su muerte, es otro tema. Presentar esta película como algo terminado es un timo, pero al ser exhibida en el Mercado cannino, se aplica eso de ladrón que roba a ladrón y aquí no ha pasado nada. 
Otra cosa que llama la atención es que la película, originalmente una co-producción entre USA, UK y Holanda, fue finalizada gracias a los aportes de una asociación holandesa. Siempre me llamó la atención la insistencia de los holandeses en ayudar a los cineastas de otros países (aunque este no sea justamente el caso) a realizar sus películas, cuando ellos carecen de una cinematografía de relevancia. Quizás deberían dejar de preocuparse tanto por los otros y tratar de filmar ellos mismos buenas películas. Pero esto es muy complicado, mucho más fácil es hacer como en el Mercado cannino y pagar para tener nuestro lugarcito en eso que se llama la industria del cine.

Nos vemos en la próxima, si la lluvia lo permite.

Marcelo Alderete

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