Vida de Cannes I – El videoclub más grande del mundo

Para Maui, el único que le dijo «no» al Festival de Cannes.

Después de ver los títulos seleccionados para la competencia de la edición 2013 del festival de Cannes, la número 66 en su historia, uno se pregunta si esa idea de un director artístico único, que toma todas las decisiones y elige personalmente cada una de las películas es algo bueno. En teoría sí, esta debería ser la forma. La democracia aplicada a las artes (desde la realización hasta la curaduría), nunca dio buenos resultados.
Obviamente en el párrafo anterior hablo de Hans Hurch y su monárquica Viennale. Pero la Viennale es un festival de cine. Cannes es otra cosa. ¿Qué otra cosa? No lo sabemos. Creo que de hecho, nadie lo sabe.

A diferencia de otros años, basta repasar la lista de films seleccionados en la competencia (ver aquí) para darnos cuenta que algo no está del todo bien y que esa lista no genera ningún tipo de entusiasmo a priori. Excepto alguna sorpresa, no se esperan grandes revelaciones cinéfilas para este año. Todos o casi todos los presentes son nombres conocidos, con largas trayectorias, o al menos, con obras (y carreras) consideradas “importantes”. De los 20 títulos, ninguno es una ópera prima y tres de ellos son previos ganadores de la palma de oro. No es un apunte menor. Tampoco es menor el dato que muchas de estas películas pertenezcan a ese género llamado “de época”. En años pasados, la selección de films en competencia también supo ser un rejunte de grandes nombres, pero una cosa es que Terrence Malick nos desilusione y otra es esperar que la nueva de los Cohen, al final, no esté tan mal. Ni hablar de las nuevas películas de gente como Alex Van Warmerdam (en su filmografía figura una película con la actuación de Ulises Dumont) o Abdellatif Kechiche. Destaco a estos dos, porque pertenecen a esa extraña (y poco confiable) raza de actores devenidos directores. (Usted no escuche esto, mí querido Vincent Gallo). No hay nada malo en el mainstream (sostienen algunos y es materia discutible), pero sí en el mainstream medio pelo (y aquí no hay discusión posible).


Cuando en la Argentina surgieron los primeros videoclubs, los había de dos clases: los especializados, manejados por gente que gustaba del cine y trataba de que ese gusto se vea reflejado en los títulos a disposición del público (obviamente, sin dejar de lado lo más comercial) y los que vieron en esta nueva actividad simplemente la manera de hacer un negocio. No hay nada malo en esto. (Supongo que los que instalaron canchas de paddle tampoco conocían mucho de la historia de este particular deporte. Desconozco los motivos e inquietudes de los que abrieron parripollos). 

El riesgo que corre Cannes es el de transformarse en un videoclub de esos que sólo ofrecía a sus socios esas películas que iban a la góndola principal. Títulos de un prestigio artificial, obras importantes en su temática y formalmente rutinarias o nulas, sostenidas por una maquinaria que tiene que ver con muchas cosas pero poco con el cine, y dejar de lado esos otros títulos que todavía mantienen con cierta vida -respirador artificial mediante- al cine. El 2010, año en el que para sorpresa de todos Apichatpong Weerasethakul se llevó la palma de oro por Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives, es un recuerdo cada vez más lejano. 
Ni que hablar de otros tipos de cine, más cercanos al muy mentado últimamente “género”. Johnnie To, uno de los directores más relevantes de los últimos 20 años, sólo ocupa un lugar en la desganada medianoche cannina. Takashi Miike sí parece haber hecho bien los deberes y ocupar una de las plazas de la competencia con lo que parece ser un thriller policial. En el noble, prolífico y enloquecido japonés están muchas de nuestras (pocas) esperanzas. 

Y mientras tanto -y seguimos acumulando evidencias- la sección llamada Cannes Classics, dedicada a películas “antiguas” en versiones restauradas parece cada año crecer más y tomar mayor relevancia. Una selección bastante esquizofrénica que pone en el mismo nivel a Chris Marker, Patrice Chéreau y una serie de rutinarios documentales. 
También llama la atención que esta particular selección, la de la competencia oficial, sea hecha en un momento en el que Cannes goza de mayor poder sobre eso que podríamos llamar la industria del cine (el artístico y el otro, que ya son casi lo mismo). Sobre todo después de haber sido el lugar del punto de partida de las dos últimas películas ganadoras del Oscar a mejor película extranjera. Escribo esto sobre el Oscar y me pregunto si en el siglo XXI todavía hay gente que le presta atención a este premio entregado por guionistas, peluqueros y directores de fotografía (aclaro que mi confianza está en los peluqueros, noble oficio que supo ejercer mi amada y sufrida madre).
¿Qué fue lo que condujo a Cannes a esta selección entonces? Es difícil de analizar, suponer o siquiera adivinar. No debe existir cineasta (y aquí estoy suponiendo), que se anime a rechazar ser parte de este festival o evento o como lo queramos llamar. Por otro lado, los festivales más prestigiosos del mundo son cada vez más fáciles de identificar y los programadores de estos establecen lazos dejando en claro quiénes son unos y otros. Es un juego entre un grupo de iniciados. Pero también un juego de poder que establece nombres, cánones y esas cosas. Cannes parece descreer de estos festivales y encerrarse en una mirada autista sobre el cine. Una especie de (y volvemos a este bendito y repetido termino) cinema de qualité en versión aggiornada.
Y, si bien es otro tema, también es raro que incluso algunos de estos festivales prestigiosos, tampoco miren con malos ojos a Cannes y su mercado, y establezcan colaboraciones que, nos dicen, ayudan al cine. Se sabe que es difícil despreciar la palmada en el hombro de los dueños de (casi) todo, y nada más lindo que sentirse parte de ese grupo, aunque sea por un rato. 

A diferencia de lo que ocurre en la novela de Philip K. Dick, La penúltima verdad, en donde unos pocos poderosos le hacen creer al resto de la humanidad, que el mundo tal cual lo conocíamos había desaparecido; el truco de Cannes consiste en hacernos creer -por un momento- que todos somos parte de lo mismo y que eso llamado -por ahora- cine, todavía goza de buena salud.
No sé que es más cruel.

PD: al escribir esto me doy cuenta de que cualquier persona podría desestimar todos mis argumentos mencionando la programación del festival para el cual trabajo. Y tendría razón. Aunque sería muy injusto comparar cualquier festival del mundo con Cannes. Al pensar sobre esto recuerdo el prólogo que Truman Capote escribió para su libro Los perros ladran. Ahí Truman contaba la historia de un cuervo que tuvo como mascota durante un tiempo. Lo particular de este cuervo es que se creía perro y adoptaba todas las costumbres de dicho mamífero. Y así iba por la vida el pajarraco, tomando actitudes que le eran totalmente ajenas y creyéndose algo que no era. A causa de esto un día el pequeño cuervo cruzó la calle caminando, negándose a volar como le indicaba su naturaleza y -se me hace un nudo en la garganta- un auto lo atropello causándole, obviamente, la muerte. El bueno de Capote sacaba como conclusión que está bien actuar y comportarse de una manera distinta a la que nos indica nuestra naturaleza y el lugar que ocupamos en el mundo, y que esa es la única forma de lograr que las cosas ocurran o cambien. Aunque esa actitud llevada al extremo, nos depare un futuro como el del noble cuervo, a quien van dedicadas estas palabras, escritas por alguien que se cree programador de un festival de cine.

Marcelo Alderete

[fbcomments]

No comments yet.

¿Tenés algo para decir?