La primera pasada de Okja, de Bong Joon-ho en Cannes fue una de esas funciones que quedan en la historia del festival y no solo por haber sido la primera película producida por Netflix en competir por la Palma de Oro, ganándole por un par de días a The Meyerowitz Stories (New and edited) de Noah Baumbach. Aunque al resto del mundo esto poco le importe, la polémica entre Netflix y… ¿quiénes exactamente? ¿la cinefília francesa? ¿los distribuidores? ¿el mismo Cannes?, quienes sean, ocupa mucho espacio en la prensa del espectáculo y en la discusión diaria de los críticos. La película anterior de Bong Joon-ho, Snowpiercer, fue producida por esos falsos paladines del cine independiente que son (a esta altura hay que decir «supieron ser») los hermanos Weinstein y a causa de una serie de caprichos sobre el corte final, la película finalmente se estrenó en cines en muy pocos países. Es decir, la mayoría de nosotros la vimos en algún tipo de formato digital en la tranquilidad de nuestros hogares. Después de esa mala experiencia, Bong parece haber tomado un atajo y dejar que su película sea estrenada de manera mundial directamente en nuestros televisores a través de Netflix. Obviamente, esto no fue una elección directa del surcoreano. La idea del cine de Bong, es la de un cine de espectáculo, con ideas y necesidades de producción que superan la película media y todo esto sin dejar de ser un autor y de dirigir films que nos son continuaciones de franquicias. Y, además y no es un dato menor, siendo coreano. Decíamos, lo ocurrido en la primera función de Okja ya es parte de la historia del festival. La función comenzaba a las 8:30am y debido a los insoportables chequeos de seguridad, más la ansiedad del público, hicieron que la función se demorara. Una vez comenzada, la gente chifló y aplaudió ante la aparición del logo de Netflix. Comenzó la película y el griterío no solo no paraba, sino que aumentaba. Mi primer pensamiento paranoico fue que un grupo de cinéfilos activistas franceses se había dispuesto a boicotear la función. Pero después nos dimos cuenta que se se trataba de un problema de proyección que hacía que se vean cortadas las cabezas de los personajes. Aunque visto desde el piso de arriba, también había una cortina que tapaba la pantalla. La proyección se detuvo a los 10 minutos aproximadamente y luego volvió todo a comenzar, esta vez en total normalidad. El festival envió las disculpas a los responsables de la película y Bong, que es una de las personas más amables del mundo, dijo que no había problemas, así el público tuvo la suerte de ver dos veces el comienzo. Antes, a raíz de la desafortunada frase de Almodóvar, presidente del jurado, en la que dijo que seria raro que la ganadora del Palma de Oro no se estrenara en cines, Bong aseguró que para el ya era un honor que el español viera su película. Lo dicho: un caballero en un rubro donde estos comportamientos no suelen ser tan comunes.

Bong Joon-ho es uno de mis directores favoritos y mis expectativas sobre Okja eran demasiado grandes. Datos que no deberían importarle a nadie, excepto a mí. Bong no es un director prolífico. A diferencia de lo que ocurre con Hong Sang soo, con quien el espectador debe apurarse para mantenerse al día con su filmografía, a cada nueva película de Bong hay que esperarla demasiado. Pero no es solo esa ansiedad de cinéfilo lo que amenaza cada estreno de sus películas, ocurre también que su obra, al menos hasta Snowpiercer, es la de un maestro del cine. Recuerdo una vez en la presentación del libro El cine y los géneros: conceptos mutantes (Varios autores) durante un BAFICI (aquel BAFICI), en la que el gran crítico de cine argentino Quintín dijo que The Host era Viñas de ira. No sé si será así, pero estoy seguro que The Host es, al menos, mí Viñas de ira. También es probable que este recuerdo sea completamente inventado. La historia de esa familia tan disfuncional como disparatada, amenazada por la aparición de un monstruo, caló hondo en mi corazón de joven cinéfilo y se quedó ahí para siempre. El comienzo con Song Kang ho corriendo desesperado ante algo que no termina de entender y tratando (y fallando) por todos los medios de salvar a su hija; el abuelo de la familia descubriendo en el peor de los momentos que su escopeta se quedó sin balas y, sobre todo, la bellísima Doona Bae acertando ese último flechazo que va a terminar con el monstruo y, por primera vez en la película, tan segura de todo que no necesita quedarse a ver el resultado de lo que acaba de lograr. Son todas escenas que pertenecen a la historia grande del cine. De hecho, una de ellas es parte del institucional que se proyecta antes de cada función de la Quinzaine des realisateurs, lugar en el que durante el reinado de Olivier Pere, la película tuvo su estreno mundial. Con esto quiero dejar en claro que el cine de Bong Joon ho ocupa un lugar muy importante en mi educación sentimental y cinéfila y por todo esto, me duele en el corazón decirlo, pero Okja terminó desilusionándome. Lo siento mucho lectores, esto me duele más a mí que a ustedes.

Okja es una película enorme, al igual que el super-chancho (en verdad es una chancha) que le da su título, y contiene al menos dos películas, que lamentablemente son una. Una de ellas, la mejor, es la que ocurre en Corea. En estas escenas vemos la vida diaria de una niña coreana llamada Mija, quien junto a su abuelo y Okja, llevan una vida idílica en las montañas, aunque con algunos peligros. Son momentos que hacen pensar en la obra de Hayao Miyazaki. Okja es el producto de una multinacional dispuesta a crear un animal lo suficientemente grande y sabroso como para acabar con el hambre en el mundo. Obviamente, detrás de todo esto se encuentran fines y métodos espurios. El rostro de esta empresa es Tilda Swinton y aquí empiezan los problemas, pero sobre esto volveremos más tarde. En un momento la multinacional reclama a Okja, quien debe ir a New York, y esto dispara la aparición de un grupo ecológico (comandados por un extrañamente medido y emotivo Paul Dano) quienes trataran por todos los medios de evitar que Okja abandone a su dueña y desenmascarar todo lo que esta empresa no le muestra a sus consumidores. La escena en la que los terroristas ecológicos secuestran a Okja y una posterior en donde la chancha de ojos tristes escapa por el subte de Incheon (en Corea los pasillos de los subtes son tan grandes que se parecen a pequeños shoppings mall bajo tierra) demuestran que Bong sigue siendo uno de los mejores directores de acción del mundo. En palabras de Sam Fuller (vía Jean-Luc Godard) para el coreano el cine también es como un campo de batalla, amor, odio, acción, violencia, muerte. En una palabra: emoción. Luego está la otra película, que funciona como sátira y crítica hacia nuestro mundo capitalista y globalizado, y está comandada por actores occidentales. En la entrega anterior hablábamos de cómo las actuaciones disparatadas a veces salvan a las malas películas, pero también hay que decir que muchas veces terminan de hundir a muchas otras. Lo que hacen Tilda Swinton y Jake Gyllenhaal, sobretodo lo de este último, roza lo insoportable e inexplicable. Son actuaciones de registros que rozan lo grotesco en un caso (Tilda) y la vergüenza en el otro (Gyllenhall). Tanto es así que cada vez que aparece alguno de estos actores, la película se transforma en momentos insoportables que funcionan como pequeños sketchs en los que dichas estrellas tratan de demostrar todas sus gracia y morisquetas posibles. Hay algo del humor de Bong que traducido por actores occidentales, que no solo no termina de funcionar, sino que se transforma en imágenes y situaciones que parecen sacadas del cine de (¡ay!) Terry Gillian. Basta mirar las dentaduras de Tilda Swinton en Snowpiercer y ahora en Okja para entender de qué hablo. Obviamente que luego de ver otros títulos en la competencia oficial, Okja crece un poco más. Basta como ejemplo una película cuya trama nos cuenta la historia de un refugiado serbio que puede volar. Imaginen el resultado.
Hasta aquí llego con mis críticas a Okja. No fue fácil.
Por suerte Bong Joon-ho ya tiene un nuevo proyecto. Se llama Parasite y, como su título indica, se trata de una película de bajo presupuesto -casi- clase b, con el gran Song Kang ho de protagonista y, esto es lo más importante, será una película 100% coreana. Al igual que le ocurre a Okja al final de sus aventuras, a Bong le llegó el momento de volver a casa.

Y ya que hablamos de sus paisanos, dedico este texto a Sung, mi coreana favorita, quien me cuida y alimenta, casi de la misma manera que la pequeña Mija hace con Okja.

Continuará.

Marcelo Alderete Moon

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