Padre e hijo trabajan de pileteros en un hotel de primera en Chad, África. A la par de una guerra civil, llegan los recortes y mandan al padre a laburar de portero, quizás por eso no se preocupa tanto cuando los militares enrolan a su hijo a la fuerza. Una película dura, muy bien filmada, que -según el director- es una parábola sobre de la actual situación mundial, en la que los padres son los que directa o indirectamente destruyen lo que les toca a sus hijos, empezando por sus vidas. Seguramente habrá quien pueda escribir un poco más sobre esto. Baste decir que vale la pena ver la película que, de paso, cañazo, ganó el premio del jurado en el último Festival de Cannes.

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