Últimas Conversas, de Eduardo Coutinho

Cuando Coutinho murió en el 2014, asesinado por un brote de ira de su hijo (víctima de una enfermedad mental), muchos no sólo nos lamentamos por su pérdida sino que tomamos conciencia de la coutinhez que debe haber tenido la propia historia de Coutinho, especialmente su historia familiar (aunque obviamente se pueda decir eso de la mayoría de las historias familiares; la coutinhez no está tanto en las historias, sino en la mirada que las recorta y reconfigura, claro, claro).

Ultimas conversas es una obra diferente en su filmografía. Coutinho no llegó a terminarla y quedó en manos de Jordana Berg, su montajista de muchos años y el productor João Moreira Salles (productor y director de películas como “Santiago” ). La autoría tripartita probablemente no cuente con la misma agudeza de Coutinho, pero le permite, al evidenciar desde un primer momento su condición de creación compartida, hablar sobre ella misma, cuestionarse. Quizás como mero disclaimer, como aviso de “esta película no es enteramente de Coutinho, y ni siquiera él estaba seguro de lanzarla”, antes de las entrevistas aparece el mismo Coutinho, resignado y escéptico, lamentándose por el hecho de haberse embarcado en un documental sobre un sujeto que no entiende, que se cierra, que no tiene memorias, con quien no puede conectarse ni amar: los adolescentes. El inédito inicio reconfigura todo el documental y lo vuelve también uno sobre la desesperación de un director por no poder conectar con sus entrevistados, y por la descorazonadora sospecha de haber perdido esa capacidad poiética de develar la belleza de las biografías anónimas.

ultimas_conversas_4

Esa desesperación se percibe permanentemente. Countinho interrumpe como nunca; reniega, contradice, casi regaña a sus entrevistados. A diferencia de sus otras obras, no los deja hablar, no los guía imperceptiblemente para que emerja la belleza de sus historias, de sus arrepentimientos, de sus alegrías, de su nostalgia (¿podría Countinho hacer sus películas en otro lado? No). Ultimas conversas parece por momentos el diálogo entre un abuelo cascarrabias y sus nietos rebeldes. Y los obstáculos son muchos. Además del orgullo, el cinismo, la arrogancia, y la cerrazón, los chicos toman la entrevista como una oportunidad de reafirmarse, de mostrar su mitología autobiográfica. Pero aun así, entre los pliegues de todo eso aparecen la confusión y las pasiones incipientes. Aun cuando no los quiera demasiado (¿es tan así realmente?), la belleza se devela y uno como espectador sólo quiere que el espíritu de Lav Diaz se apodere de los autores y la película dure horas y horas.

El final es extraordinario. En ese prólogo escéptico, Coutinho se lamentaba por no hacer un documental con niños, en vez de adolescentes. La entrevista final, casi como si fuera un regalo de sus compañeros o un ensayo de esa película que nunca hará, es efectivamente con una niña de seis años, cuyos tiernos y poéticos enunciados (el hit: “Dios es un hombre que murió”) parecen darle la razón a ese Coutinho malhumorado del comienzo de la película. A diferencia de los adolescentes, la niña entiende la entrevista más como un juego y menos como un examen ante una figura de autoridad; Coutinho se deleita. En el final de ese encuentro suceden tantas cosas tan nimias, tan anédoticas y al mismo tiempo tan ricas que revelarlas aquí sería peor que cualquier spoiler de película o serie de intriga policial. No sólo es el final de la película, es el final de la filmografía de Coutinho.

Hay que ver Últimas conversaciones, y hay que ver todo Coutinho, al menos si uno aún quiere creer en la humanidad. Todavía la pueden ver los siguientes días y horarios:

Domingo 17: 13:15 San Martín 1
Miércoles 20: 19:00 CC Homero Manzi
Viernes 22: 15:15 Village Recoleta 4

[fbcomments]

No comments yet.

¿Tenés algo para decir?