David Holzman´s Diary, de Jim McBride
Hubo una época en que McBride me parecía un director esencial para comprender la cultura pop de los primeros ochentas. De hecho, sigo pensando un poco lo mismo. Su versión de Sin aliento (A bout de soufflé, Breathless, etc.), partía del mismo punto que la de Godard, las dos releen la cultura pop del momento y la plasman en la pantalla, uno con toda la sutileza posible, con todo el desparpajo de saberse francés en el momento histórico justo, y el otro con la simpática arrogancia de saberse yanqui en el momento justo. Lo que en Godard era sugerido, McBride resaltaba con un impecable pulso. Para muchos esa peli terminó siendo una falta de respeto para la primera versión. Yo la prefiero. Si bien Richard Gere no es Belmondo, convengamos que -filmografía siguiente de por medio- Belmondo tampoco fue Belmondo. De cualquier forma, Breathless hablaba de las obsesiones de su director, del Silver Surfer y la música de Jerry Lee Lewis. Así es como el tipo terminó demostrando que para pararse frente a una remake, lo más valioso que un director puede hacer es hablar desde él mismo, no como Van Sant en Psicosis, algo que termina siendo un mal experimento y que te da ganas de que vuelvan los Kalkitos.
Me fui para cualquier lado. La cuestión es que a través de Breathless y Grandes bolas de fuego -sus únicos estrenos por acá, casi-, McBride me pareció un tipo de ojo certero. Después vendría algún olvidable telefilm, que lo haría tambalear de ese pedestal.
Ayer ví su primer película, la del diario de Holzman. Me terminó de confirmar la admiración de Jim a la obra de Godard. Me terminó de confirmar que el tipo siempre intentó pensar antes de filmar. La peli es un falso documental rodado como si se tratase de cinema verité, un estilo que hacía furor en los últimos 60. Y quizá es un problema que el público tenga que enfrentarse a una obra tanto tiempo después, sin muchas herramientas para entender de dónde viene y cuáles son sus intenciones. La búsqueda de McBride es la de demostrar que se pueden hacer falsos documentales, que la obsesión que tenían los documentalistas de esa época era la de retratar la verdad tal cual es, algo imposible, dado el nivel de subjetividad de todo largometraje. Sin embargo, al hacer este intento, el film casi termina inscribiéndose a la fuerza dentro del cinema verité. Laaargos pasajes en los que retrata la vida callejera del Manhattan del 67 están ahí para demostrarlo. Después, lo único que queda, son las intervenciones del protagonista, David, que narra un poco las boludeces que vive en el día a día y otro poco su relación con su novia y con las mujeres en general.
La película se vuelve bastante densa de a ratos, sobre todo en los pasajes callejeros, se cuelga a hablar con personajes que son falsos y no muy interesantes y alguna otra cosita que no termina de convencer. Sin embargo, lo interesante termina siendo quizá un aspecto un poco relegado dentro del film: la obsesión de su protagonista por mirar detalles. Lo que David mira encantado por la ventana, ya sea su novia yendo a hacer las compras o una vecina dejando la basura y señalando el basurero, como si le disparara, antes de alejarse allí. Esos momentos hablan de la mirada del director, no de David, el protagonista que habla a cámara en primera persona todo el tiempo, sino de McBride, que no puede evitar inmiscuirse todo el tiempo, como debe ser.
La copia que están exhibiendo no es del todo feliz, tambaleando entre buena y regular. Vivir la experiencia como espectador es, a pasear de todo, interesante. Si uno se arma de paciencia, ver un retrato de las pintorescas calles neoyorquinas de unos cuarenta años atrás hace que uno se olvide un poco de esa necesidad de “hacer justicia fílmica”, de McBride, quien después de Grandes bolas de fuego parece haberse retirado como Jerry Lee Lewis, aceptando que quizá se vaya al infierno, pero que lo haría tocando su piano.

I Am a Sex Addict, de Caveh Zahedi
Para hacerla corta vamos al grano: Caveh está por contraer su tercer matrimonio, pero tiene miedo que termine arruinado como sus dos anteriores, por culpa de su inevitable obsesión con las prostitutas. A partir de allí Caveh nos lleva de la mano a recorrer su pasado, reinterpretado por algunas actrices que son mucho más bonitas que sus exes, y una buena carrada de chicas haciendo de prostitutas.
Si alguna vez vieron una película chiquita, quizá sea grande al lado de esta, una poco pretenciosa excusa para divertirse un rato con los problemas psicológicos del director, quien confesó por ahí que una buena parte de lo que sucede es real. De a poco vemos como la simple curiosidad da paso a la obsesión, a la terrible necesidad de concretar encuentros con mujeres por dinero, todos en busca de la libertad de los deseos más profundos de Caveh. El resultado es gracioso. No hilarante, simplemente gracioso. E ingenioso. Y ante todo, muy prolijo, muy bien contado. De eso se trata la película. Un buen rato, con una sonrisita dibujada de forma permanente. Mirá el trailer y ya sabés lo que te espera.
http://www.iamasexaddictthemovie.com/

Stephen Tobolowsky’s Birthday Party, de Robert Brinkmann
¡Cuánto hace que quería ver esta peli! ¡Y qué gusto que esté a la altura de mis expectativas!
Tobolowsky es una de las caras más conocidas entre los actores secundarios, y siempre, siempre, da gusto verlo en pantalla. El pobre hombre tiene el karma de no ser recordado por su nombre, pero su rostro es uno de los más familiares que se ven en pantalla. Y detrás de ese rostro se encuentra un personaje increíble, con una cantidad inacabable de anécdotas interesantes. De eso se trata esta película. Durante 87 minutos lo único que vamos a ver es a Stephen preparando la cena para esa noche, la de su cumpleaños, la llegada de los invitados, la charla y las anécdotas de este gran cuentista, saltando de una a otra cámara con una increíble noción del timing. Tobolowsky sabe lo que hace. Historias que le pasaron, que conoció, anécdotas de rodaje, charlas con perros, todo está permitido dentro de un largometraje que decide dejar de lado todo para proponerle al espectador que se siente ahí, al lado de este gigante de la narración y se quede embobado escuchando todas y cada una de sus anécdotas. Enseguida uno se siente amigo de Stephen. Enseguida tiene ganas de preguntarle cosas, de hablarle a la pantalla como si ese tipo estuviera al lado de uno. Y es uno de esos tipos que uno visitaría seguido, sin duda.
Perderse esta película sería un error. No vas a encontrar un gran despliegue visual, ni una estructura ni nada que se le parezca, sólo un hombre contando historias, dejándote con ganas de más. Con más de esos climas que crea, que van desde el disloque hacia la tristeza, siempre solemne, siempre atractiva, envidiable.
Imperdible. Como dijo el mismo Tobolowsky: “¡Mejor que Spiderman 2!»

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