Tráiganme la cabeza de la Mujer Metralleta, de Ernesto Diaz Espinoza

Sabor a poco. Quizás uno de los problemas de la película es el establecer en sus primeros cinco minutos unos parámetros de violencia y parafernalia audiovisual difíciles de sostener, con la amazona del título entrándole con ganas a la dichosa metralleta, registrada por un look setentoso a más no poder: película rayada y llena de imperfecciones, banda sonora proto-funky, etc. Todo esto desaparece de manera notoria en seguida, para asomarse tímidamente por aquí y por allá. Sin embargo, el problema más grave, para este humilde escriba, es el más barato de todos y -tristemente- el más usual: el guión. Uno puede entender millones de peros y explicaciones: es una película de acción latinoamericana, algo que no abunda; no cuenta con un presupuesto descacharrante; es, más que nada, un ejercicio estílistico; etecétera. Pero no se puede entender lo plano y poco trabajado del guión, al que no se le exige desde acá ser un tratado filosófico ni una pieza de relojería, sino que deje una mínima huella, que sus personajes o sus diálogos trasciendan mínimamente el visionado. Y no, no alcanza con estructurarla episódicamente como si fuese un videojuego. En contraposición de todo lo bien que le hizo Quentin Tarantino al cine, su lado negativo es el haber «inspirando» a cientos de películas que lo copian sin ninguna substancia , básicamente por su fuerte iconografía visual. Aquí estamos ante el mismo caso, pero con el Robert Rodríguez de Machete de referente o, en menor medida, el de Planet Terror. Sí, Tráiganme la cabeza de la Mujer Metralleta es un caso de exploitationitis aguda ya desde el ocurrente título, dejando de lado al Alfredo García de Sam Peckinpah (a quien Espinoza agradece en los títulos, al igual que a Rodríguez, QT y un largo etc.), pero la falta de fuerza de sus personajes, situaciones e intensidad la dejan más cerca de Bad Ass, de Graig Moss que de Hobo with a Shotgun, de Jason Eisener. O de Run! Bitch Run! que de Father’s Day, desprejuiciados ejercicios que hablan ya de una tendencia, como atestiguan todos los linkeados trailers.
Dicho todo esto, es necesario resaltar que Tráiganme… no es una película mala, que se sostiene en el visionado como un simpático entretenimiento, que en un festival de cine es una bocanada de aire frente al compromiso emocional e intelectual que pueden demandar otros títulos y que, por sobre todas las cosas, fue realizada con sincero y honesto amor al género. Y que Espinoza y su equipo saben cómo filmar y musicalizar escenas de acción. Quizás vendría bien sumar un buen guionista a ese combo…

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