Ayer en la cabecera del lago dormí la siesta tirado sobre un banco de madera rústico a unos metros de la playa. Lo hice sin escuchar un sonido hasta que sentí una ráfaga de viento y entonces se cumplió de manera física y no solo mental la ley que indica que después de la siesta el mundo es otro. Volví remando con las olas pegándome en el flanco y navegando, ya no solo paseando, y surfeando y buscando el mejor paso y la mejor manera y me acordé de Marcos con su tabla entre las olas y sonreí y me dije bueno, hay que disfrutarlo. Una vez que el lago gira hacia el Este el mundo volvió a cambiar y entonces ya casi sin olas llegué a la otra cabecera donde el lago poco a poco se va estrechando y las orillas se llenan de juncos hasta casi hacer desaparecer el camino, porque sí, hay un camino en el agua y entonces buscando se llega a un rincón como en los cuentos de hadas con una energía de otro mundo (por tercera vez) y es allí donde el lago termina y donde comienza el río.
Volví ya al campamento vacío al atardecer como si fuera mi hogar y me di una ducha y comencé a cocinar y continué la lectura de Río Místico y porque una cosa lleva a la otra recordé que yo también en mi infancia conocí alguna clase de pibes desquiciados como uno en especial que vi muy pocas veces y que contaba mentira tras mentira y que sostenía que era agente secreto y no solo lo sostenía sino que un día se apareció con un revolver. Fue en la puerta de la casa del turco (el hijo de un sirio en verdad) otro desquiciado a su manera, muy afeminado e hijo de una madre alcohólica a la que a veces (muchas veces) escuchábamos gritar borracha desde la calle cuando veníamos a golpear las manos para llamar a Marcelo. Porque se llamaba Marcelo. Es curioso ahora me doy cuenta porque tal vez ese mismo revolver volvió a aparecer en mi vida cuando años después en mi primera guardia como psicólogo clínico apenas recibido se apareció un muchacho joven diciendo que su cabeza no daba más y que le iba a explotar y que porque no aguantaba más en el bolso que traía consigo, esos bolsos ordinarios que alguna vez estuvieron de moda y que se doblaban y se metían en un bolsillo, en ese bolso digo traía un revolver para matar a todo el que pudiera y después a él mismo. Venía a ver si podíamos hacer algo. Mi primera guardia. Mucho más un niño que un psicólogo profesional si. La tercera vez que vi un revolver como ese fue en una pizzería donde esperábamos el pedido con mi amigo Cesar unos días antes de que me fuera a Canadá. Cuando nos íbamos cayeron unos tipos armados que nos pidieron todas nuestras cosas y billeteras y demás mientras el revolver brillaba en el aire. Esa noche, la del lago no la del asalto que fue años pero muchos años atrás, después de remar el día entero, soñé que Carlos Sanchez volvía a River y que había un penal y que él lo pedía (por supuesto) y le pegaba de zurda por abajo y se iba afuera al lado del palo.
Hay canciones que devuelven la confianza en el mundo, son pura alegría. ¿De dónde viene? Es una alegría primordial, como una energía liberada por una labor hecha. Para mi algunas canciones (estoy pensando en una canción pop estilo beatle) dicen: «podemos inventar algo nuevo, podemos sacudirnos el peso del mundo tal cual es y convertirlo en otra cosa». Eso dicen y por eso son como una mañana de sábado cuando todo es posible. Tal vez podría ser un viernes por la tarde sí hay sol si, pero no hay como las mañanas frescas y soleadas de sábado creo.
Anoche había una luna que rajaba la tierra sobre el lago. Me despertaron mis sueños y el sonido de un perro metido en el agua bebiendo. Estuvieron despiertos toda la noche dando vueltas, los perros, haciendo lo que amerita una noche como esta. A mi me había volteado el cansancio (y tal vez el vino).