
Sin embargo, lo mejor de Tony Scott vendría con el tiempo.
Días de trueno es la primera película en la que me llamó la atención el nombre de Tony Scott. Hay algo en las películas de autos que me fascina, lo cual no deja de ser extraño para una persona que no sabe manejar y a duras penas diferenciar modelos y marcas. Los autos, el cine y la cinefília siempre se llevaron bien. De todas maneras, mi ceguera me hacía decir que a la película la había dirigido Robert Towne o, al menos, la brillantez de su guión seguramente había evitado que sea muy mala.
El último boy scout (The last boy scout, 1991), a pesar de que acá también tiene mucho que ver un guionista. Esta vez Shane Black, quien supo ser una estrella desde un lugar históricamente relegado (como lo es el de guionista). Black junto con Joe Eszterhas (Bajos instintos, Paul Verhoeven, 1992) supieron ser nombres importantes, tanto como el de cualquier estrella o director, y sus guiones cotizaban en millones de dólares. Esto ocurrió a fines de los 80, principios de los 90, más o menos. La fama, obviamente, les duro poco, hoy en día son dos nombres (casi) olvidados (aunque Shane Black en este momento se encuentra dirigiendo Iron man 3). No soy yo quien vaya a defender a los guionistas, pero siempre van a ser preferibles aquellas épocas de autores (megalómanos) identificables a estos tiempos en los que los guiones son escritos por un comité.
El último boy scout funciona como un ensayo sobre las películas de acción y las buddy-movies, pero no desde un lugar lúdico ni exageradamente irónico, sino desde la más pura celebración, amor y conocimiento de ese tipo de cine. Y lo hace sin dejar de ser nunca lo que es, una película de acción y una buddy-movie. Una de las mejores de todos los tiempos. Esto es merito en gran parte por el guión de Shane Black y también en la decisión de utilizar a Bruce Willis como su perdedor protagonista. El personaje de Willis en El último boy scout funciona como una variación del John McClane de Duro de matar (Die hard, John McTiernan,1988). O mejor dicho, un McClane al cual le mataron a todos los rehenes. Eso es Joe Hallenbeck. A partir de esta película el nombre de Tony Scott empieza a ser, para mí, tenido en cuenta. Las buenas películas (en Hollywood) suelen salir , en la mayoría de los casos, por casualidad, y esta bien podía ser una de ellas. Sin embargo hay algo más aquí, en su mezcla de humor y tristeza, en sus personajes que ya no son lo que supieron ser, en su velocidad, en sus gloriosos “one-liners”, en la gracia de su elenco, que la destacaban del resto. Y créanme, aquel adolescente que supe ser consumía a mansalva este tipo de cine. El último boy scout junto con la primera Arma mortal (Lethal weapon, Richard Donner, 1987) otro guión de Shane Black, introdujeron el humor y la ironía en el cine de acción. Sin estas películas, no habrían existido, por ejemplo, The expendables (Sylvester Stallone, 2010).
Su filmografía continuaría, dos años después, ligada a otro guionista estrella. Esta vez Quentin Tarantino, quien antes de lanzarse a la fama con Perros de la calle (Reservoir dogs, 1992), había escrito dos guiones, Asesinos por naturaleza (Natural born killers, 1994, arruinada por el inepto y seudo-politizado Oliver Stone) y Amor a quemarropa (True romance, 1993).
True romance (usemos su título original, por favor) es otra de las grande películas de Scott. Ahí están los diálogos de Tarantino y su gusto por la cultura pop trash de su adolescencia norteamericana, y también el oficio de Scott para transformar un gran guión en una gran película.
La carrera de Scott continúa con grandes películas como Marea roja (Crimson tide, 1995) y Enemigo público (Enemy of the state, 1998), divertidas como El fanático (The fan, 1996), olvidables como Juego de espías (Spy games, 2001), políticamente incorrectas como Hombre en llamas (Man on fire, 2004) (aunque debo reconocer aquí un verdadero placer culpable), genialmente fallidas como Domino (2005) y una obra maestra: Deja Vu (2006). (Hago trampa y no digo nada sobre Rescate en el metro 1-2-3 (The taking of the Pelham 1-2-3), sepamos respetar a los muertos.)
Deja Vu es la mejor película de Scott y, quizás, una de las películas más importantes de los 00s. Suelo decirles a mis amigos que si Wong Kar Wai en algún momento de su carrera decidía irse a probar suerte a USA, bien podría haber dirigido Deja Vu. (Siempre asocié esta película con el universo de W. K. Wai y no tanto a Vértigo de Hitchcock, otra película con la que se la suele comparar. Aunque, al final, todo se relacione con el tema de la obsesión). La historia de esta melancólica película mezcla terrorismo, viajes en el tiempo, amores imposibles y desastres naturales. Una mezcla que suena imposible y que, sin embargo, Scott logra hacer funcionar moviéndose con firmeza entre las escenas de acción y un romanticismo triste y asordinado. Escenas como la de la persecución de autos en tiempos diferentes o los imanes en la heladera que advierten al protagonista, hablan de un director totalmente seguro de su oficio y su talento. Un talento depurado que volvería a mostrar en la que sería su última película, Imparable (Unstoppable, 2010).
En los últimos años Tony Scott supo ser rescatado por cierto sector de la crítica más sofisticada y visto con mejores ojos que su hermano mayor Ridley. Hay algo de justicia en esto. Aunque también hay que reconocer que Tony nunca presto oídos a estos cantos de sirena. Lo cual habla muy bien de él, e indica que sabía cual era su lugar en la industria del cine y en el mundo.
Scott de alguna manera remitía a un director clásico, un director al que contrataban los estudios y filmaba guiones ajenos. Quizás Scott nunca consideró al cine como algo más que un trabajo. Algo que también lo relaciona con los directores de la época clásica del cine norteamericano.
Marcelo Alderete