Fui a correr hasta el parque Chacabuco uno de los días en Buenos Aires. En verdad salí a correr por el barrio y llegué hasta el parque. Primero anduve alrededor y luego entré. Estaba repleto de gente. Dí unas vueltas en la pista de atletismo que después de las lluvias del fin de semana se parecía más a una pista de caballos. Mucha gente. Era una atmósfera relajada y llena de personas haciendo deporte y motivada porque de alguna manera estamos haciendo «algo» con nuestras vidas. Correr es hacer algo. Correr es autoayuda en movimiento. Trotaba despacio y una chica le decía a otra: «no soporto que me mientan». Fue un fin se semana tormentoso este que pasó. Pasó el agua pero no refrescó del todo y el tiempo todavía sigue cargado y húmedo. Así y todo – o a causa de ello – había una luz hermosa sobre la ciudad y unas buenas nubes que flotaban sobre la autopista con el trasfondo de la línea de edificios.

Llueve y llueve pero a veces una luz deja ver el bosque. Llueve como en las películas y en los libros. Cuando a la mañana siguiente me levanto hay nieve allá arriba y otras veces se ven rayos de sol que bajan e iluminan algunas laderas lejanas del otro lado del lago. Voy en bicicleta al pueblo y miro las vidrieras de los negocios cerrados. Por la noche el silencio se hace más espeso todavía. Como en otro tiempo me adentro en las capas de la noche y el sueño. Está la época en que la noche es ese tiempo vacío en que dormimos, ese tiempo entre un día y otro y esta esa época (esta época) en que la noche tiene un volumen que se puede habitar y atravesar.

El día estaba fresco y algo ventoso, las cimas todavía blancas. Salí primero por la ruta y luego me desvié hacia el Bayo. Crucé un tipo con su perro que se me vino encima. El perro no el tipo. Un pastor belga. Subí con buen ritmo y después de la primera media hora me sentía bien y ya pensando en llegar hasta el lago y completar 21 kilómetros. Se veían del otro lado algunas laderas brillando con la luz otoñal. Siempre me sorprende esa luz. Durante la madrugada me desperté insomne. Empieza a mezclarse el día y la noche.

Otro día fuimos a remar y vimos la ciudad desde el juncal. Leí unos cuantos libros y vi unas cuantas películas. También llueve con sol. En marzo me fui al Norte con un grupito de nueve franceses. El Sr. Bores, que había organizado la expedición, cumplió 87 años el último día. «Santiago, fui campeón nacional de remo» me dijo riendo. «En el año 1949». Haciendo cuentas llegué a la conclusión que había vivido en la Paris ocupada por los nazis entre otras hazañas. «No me traiciones» me dijo cuando hacíamos la cuenta para pagar las bebidas. Dos cosas le encantaron de Argentina. La existencia del sifón y otra más que olvidé. Puede ser que sea el flan con dulce de leche. O las empanadas salteñas. No estoy seguro. Un alud cortó la ruta por unas cuantas horas. Pasamos andando sobre el barro y las piedras. Un colectivo de dos pisos fue arrastrado y quedó tirado junto a la barranca. El Sr Bores le sacó fotos. Cuando volvimos a la ciudad y entre aeropuertos fuimos al Tigre. Llovía y no había nadie en el río. Son los mejores días.

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