Mil kilómetros non stop. Viento de costado, de frente; lluvia; frío y por fin el sol. Hasta que llegué al río. En Artigas crucé al Brasil con bastante miedo. No hubo un solo uruguayo que no me mirara con lástima cuando decía que iba a cruzar la frontera. ¨Solo le digo que no se regale¨. Ese fue el más optimista. Lo mismo me dijo después el viejo amarilla con el tigre; ¨sí no se regala es un bicho tímido¨. A Artigas llegué en un camión de vialidad que me levantó en medio del aguacero. Hasta allí había aguantado muy bien. Me decía que en cada segundo quería estar allí; la vivencia inigualable de la ruta solitaria, las nubes negras, los campos amarillos (cualquier fotógrafo sabe que es la mejor luz); los arroyos solitarios y cargados; los paisanos tapados con los ponchos de agua yendo al paso uno junto al otro como pandilla salvaje. Cada instante era incomparable; un instante al lado del otro mojaba. Le voy a decir a mi profesora de yoga. Y que no hay gore tex que aguante. Armé la carpa en un camping solitario y pasé la nochecita con un cuidador simpático que me preparó unos panchos. Era un pibe bueno. Tenía pinta de deportista y de hecho había sido karateca. Un primo envidioso le pagó con cerveza a unos cuantos para que le dieran una paliza y le demostraran que el karate no sirve para nada. Lo dejaron medio muerto de los golpes; eran cinco o seis. Cuando se recuperó lo agarró al primo y le pegó hasta dejarlo tirado. Lloraba mientras lo hacía me dijo; ¨soy un tipo bueno y pacífico¨. El primo se fue a vivir a otro pueblo; le perdonó la vida por respeto a su madre. Un western de la banda oriental. Mientras comíamos los panchos veíamos los noticieros de la TV brasilera. Son más sensacionalistas que los nuestros. Ahí vi las imágenes brutales de una cámara de seguridad callejera. Un tipo tiraba a otro al piso y lo golpeaba para robarle. Lo dejaba medio desmayado en el piso; le sacaba la billetera y antes de irse le ponía un revólver en la cabeza y disparaba sin más. Vi una escena parecida en Argentina; una cámara en un super chino. El tipo le saca la plata al cajero y después le dispara porque sí. Terrible. Las imágenes daban vuelta en mi cabeza. Me aterrorizaban como de chico esos documentales donde la leona alcanza a la gacela o el cocodrilo aparecía de golpe y se llevaba hacia las profundidades una cebra incauta.
Crucé la frontera pero. Un puente sobre un río brumoso. Preparado para lo peor que no llegó. No me regalé y dormí en hoteles baratos llenos de viajantes simpáticos y borrachines. Tuve mis sorpresas. Nada es tan plano como la pampa al final. Cerros, selva, más arroyos, montañas misteriosas; laderas de colores y pueblo de siluetas suizas. En Roque Gonzales dormí en un hotel sobre la terminal y mi ventana daba a la plaza; podía vigilarlo todo. Debería haberme emborrachado a morir y completar la atmósfera ¨Desde el Volcán¨. Hago todo a medias. A la mañana siguiente estaba en la otra frontera. Todo se había vuelto tropical y exuberante. El río Uruguay bajaba tranquilo. Esperé la balsa comiendo galletitas. En cámara da mucho mejor fumar supongo. Al mediodía estaba del otro lado.

Dj malhumor.

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