Nunca había escuchado de esta ciudad y nos trajo el viento. Ventspils, Latvia. Four Tet en el barco vacío. Un sábado soleado y fresco; el sol quema, es el viento del norte el que mantiene la temperatura baja. En invierno la bahía y el río se congelan. Dormimos hasta cerca de las nueve, todo un record. Ayer costó terminar el día. La luz es maravillosa y nos mantiene en un estado de alerta y de sensibilidad. Cuando volvíamos a la noche tarde lo hicimos por el paseo del puerto y en la desembocadura los colores volvieron a golpearnos. Era pasada medianoche pero hacia el noroeste el horizonte era una línea roja y el cielo todavía estaba muy claro y el mar de un azul plomo distinto a la mayoría de los azules que conozco. Los atardeceres se extienden por horas. Es el sueño de ese momento del día que se prolonga en lugar de desaparecer en minutos como estamos acostumbrados. Ese momento del día donde el tiempo es indefinido y podría ir hacia adelante o hacia atrás. Si despertamos justo allí no podemos saber si el día avanza hacia a la noche o al revés. Acá el sol baja, queda el resplandor glorioso en el horizonte y unas horas después vuelve a aparecer.

No había nadie en la calle y volvíamos en unas bicicletas que alquilamos en un negocio de barrio a un señor muy simpático. Por momentos me sentí en un verano que pasé en Ushuaia cuando volvía de pasar música en un bar frente al canal de Beagle. El cielo tenía colores parecidos aunque no tan diáfanos como aquí ahora. En Ushuaia siempre hay nubes que pasan, los cielos completamente claros no duran mucho. Tal vez estamos con suerte y aquí es lo mismo. Estamos ya más abajo que el Cabo de Hornos en latitud Norte, 57 35´. Fuimos a comer a un restaurant con una terraza interior donde dos chicas cantaban. Una era la estrella. Una rubia alta y bonita que tenía la pose de cantante compenetrada. Nada sobre actuado pero, más vale indiferente a todo, incluso había una música de fondo que venía del interior a la que no hacía caso. Así y todo imitaba (o llevaba dentro) generaciones de movimientos aprendidos de cómo una cantante debe moverse e interpretar sentimiento. La otra chica tenía el pelo castaño y anteojos y tocaba el piano y la guitarra. Era el cerebro musical detrás del asunto. También cantó algunas canciones y para algunos de nosotros incluso mejor que la «cantante». Pero lo suyo era la música no el amor del público. Sonreía todo el tiempo. Pedimos una cervezas y charlamos sobre cosas sin importancia y escuchábamos la música. Clásicos del pop versión chicas. No nos dimos cuenta hasta que tuvimos hambre de que la comida no llegaba. La encargada de las mesas (no se me ocurriría llamarla moza) era una mujer de unos cincuenta y tantos elegante y sonriente con unos ojos claros que iluminaban. Su presencia y sonrisa de tanto en tanto nos hizo olvidar la demora. Jean Luc cometió el error de pedir carne en un puerto, pensó que porque había un argentino en la mesa le iban a traer un buen bife. Los demás comimos pescado que es lo que hay que comer junto al mar. Desde el patio se veía una torre que podía ser un viejo faro u otra cosa. La luz le fue dando matices inesperados y también contribuyó al ambiente relajado. Hacía frío y estábamos cubiertos por mantas. A nadie se le ocurrió entrar al salón. Cuando se terminó la música, casi junto con nuestra cena Ben dijo que le pareció ver un lugar donde se podía bailar. Al principio dijimos que no pero lo seguimos y cuando lo encontramos fue irresistible no entrar. Un pub ruso con una pista algo vacía pero con un grupo de mujeres bailando solas al ritmo de la electrónica internacional. Estaban algo borrachas. Había unos compartimentos cerrados en los que después se sentaron un par de tipos solos y una pareja. Bailamos también. Algo tímidos y con poco vodka encima. El lugar, la decoración kitsch y las mujeres solas bailando con vasos en la mano era una escena de película de festival. Nos quedamos un buen rato hasta que volvimos por la calle del puerto. Los rostros son distintos a los que estoy acostumbrados. Con la mezcla que es Argentina hay una combinación de genes grande que siempre encuentro mezclados en otros rostros a veces con parecidos extraordinarios. Pero ahora yendo cada vez más hacia el este y el norte empiezo a ver rostros que nunca vi salvo en películas.

La marina ocupa un pequeño espacio en una parte del puerto pesquero. Todo el paseo de la costa está rodeado de instalaciones industriales, la mayoría en desuso y de otra época. Son como capas superpuestas. La nueva ciudad, en todo caso su nueva organización, europea y con influencia alemana y la vieja, industrial, comunista y rusa. El menú del restaurant estaba escrito en letón, ruso e inglés. En la ciudad vimos un par de turistas que seguramente habían llegado en los otros barcos. Dos banderas alemanas, dos suecas y una polaca. No hay mucha gente en la calle, las chicas son bonitas. Uno de los días corrí por un bosque junto al mar. Otra de las mañanas que siguieron seguimos viaje.

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