Comunicado urgente: warning. El catálogo decía que Nicolas Azalbert es un francés que llegó a Buenos Aires como enviado de Cahiers de Cinema y se quedó. También decía que en la película aspiraba a revivir la nouvelle vague en la reina del plata. En fin. Cómo decirlo sin que suene intolerante: vamos a decir que la peli es muuuuuuy experimental. Uno hace sus esfuerzos, estamos entrenados en acostarnos a las tres con los ojos calcinados y poner el despertador a las ocho para agarrar la primera función de la mañana. Estamos entrenados para resistir los bostezos, pero treinta segundos con la pantalla en negro es más de lo que podemos tolerar. ¿Por qué nos prueban de esa manera? Fundidos a negro, u ocasionalmente a blanco, lentos, en realida una especie de disolución del grano grueso en gruesísimo. Y cuando no hay eso sino imágenes, son por lo menos tres imágenes superpuestas. Por ejemplo: primer plano de ella, el mar yendo y viniendo y el contorno de la ciudad. O plano medio de ella, el subte corriendo y una esquina. Todo así. Sin diálogos por supuesto. Ocasionalmente, textos escritos en pantalla, en francés, con un amable subtítulo en inglés por si alguno no entendió. En castellano no, por supuesto. Ocasionalmente, canciones en francés, como la del final, que parecía tener mucho sentido superpuesta a tres imágenes superpuestas. En fin. Poético, dicen. Están advertidos.

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