Frederick Wieseman es sinónimo de documental desnudo. Y documental desnudo es sinónimo de Frederick Wieseman. En general nadie tiene necesidad de usar ninguno de los dos sintagmas entonces usted quizás no lo sabe, pero es así. Esta vez Wieseman no filma enfermos terminales o dementes, sino que se da y nos da el gusto de aplicar su minuciosidad al micromundo de Crazy Horse, el club erótico parisiense, según los que saben, el mejor del mundo.
Lo que nos muestra y celebra Crazy Horse durante sus dos horas de duración es ese empeño perfeccionista en busca de la sensualidad perfecta. Crazy Horse es el lugar del sueño y las fantasías, y esto no se logra simplemente con mandar un par de chicas a que se toquen con fingida excitación, sino con un arduo y minucioso trabajo sobre el acto, las luces, la escenografía, las sombras, los vestuarios, las texturas, etc. En un par de entrevistas, el director y el director artístico explican dónde radica su fascinación por Crazy Horse, pero no hace falta. En su entusiasmo endemoniado y la pasión detallista está todo dicho. Conforman entre todos un verdadero ejército erótico, y en el casting se ve que el disciplinamiento de los cuerpos y la supervivencia del más apto son su piedra angular. Ante tanto Do it Yourself y Lo Fi, un momento de perfeccionismo hiperprofesional resulta muy cautivante. El ejército erótico nos trae los mejores culos y las mejores canciones (imposible no salir cantando las canciones) y eso necesita entrenamiento y pasión. Otro tipo de documental hubiera comentado negativamente con foucaultianda o marxista estupidez el casting de culos, tallas, baile y género que se realiza en Crazy Horse. Pero Wieseman no se deja llevar por el igualitarismo deforme y sólo registra la audición con sus chistes, su cotidianeidad y sus comentarios políticamente incorrectos para el mundo exterior. Simplemente nos lo sirve para que nosotros cuestionemos (mal) o también elijamos nuestros culos favoritos (bien).
La obsesión por el detalle de Wieseman encuentra una contraparte perfecta en Crazy Horse. Y Crazy Horse necesitaba alguien que lo filmara como Wieseman. En las dos horas de la película somos testigos de este armónico encuentro: el detallismo de Wieseman y la obsesión perfeccionista de los artistas de Crazy Horse. Alguno dirá “un buen culo es un buen culo”. Tras ver esta película, quizás se de cuenta que hay mucho trabajo detrás de un buen culo, pero mucho más de un culo que trasciende, que explota cualquier fantasía y que te traslada a un mundo de sensualidades nuevo y apasionante. Ese trabajo esmerado y su satisfactorio resultado es el cine que esta vez nos regala Wieseman. Y eso es buen cine, porque todos sabemos, parafraseando a Godard, que el cine no es otra cosa que el arte de filmar culos hermosos.