Fuimos hasta la isla Martín Garcia remando. A la noche cuando me tiré en la carpa cerraba los ojos y sentía todavía el balanceo del agua. Con los ojos cerrados veía todavía el cielo, las costas, los árboles, el reflejo del agua, los pájaros, los barcos y cada punto del recorrido. Creo que podía reproducirlo integro. Es la memoria que me queda; todo lo demás, palabras, nombres, títulos, los olvido. En la isla Martín Garcia está el mejor bar del mundo. Es un kiosco con unas mesas bajo los árboles. El señor me fío una cerveza porque me olvidé la plata en el camping que quedaba lejos y estábamos muertos de cansancio. Me doy cuenta que para mí el mundo perfecto es simplemente un mundo sin autos. Al volver vimos la ciudad desde lejos y una tormenta enorme sobre el río de la Plata. Donde estábamos reinaba la calma chicha. Cruzamos el Paraná como si fuera una pileta. No se movía ni una hoja de los árboles en la costa, era irreal. Sobre el río había una nube gigante de color negro con otra nube más pequeña debajo de la forma de un cigarro color tiza. De tan bajas parecía un gran techo. Estaba anocheciendo y los colores eran muy nítidos. Cruzamos muy despacio bajo ese cielo surrealista. Cuando estuvimos del otro lado se levantó viento y por el último canal la corriente nos empujó para atrás. Se nos vino la noche pero así y todo llegamos. Me bajé del kayak y ya no supe más qué hacer.

Dj malhumor.

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