Turn The Music Down, de Thomas Arslan
Nadar solo me pareció una peli bastante mala. Infladísima por la crítica, que agarra pequeños filmes y los transforma en cuasi gestas. No me gustaron los diálogos, las situaciones y odié a los actores, los encuadres y el montaje. Todo me pareció un mal ensayo.
Hace muy poco alquilé Como un avión estrellado, y ya la cosa me gustó un poco más. Ahí si ví un poco más de interés por cuidar el relato, un poco más de foco en todo, si se quiere. No me disgustó.
Hago esta intro porque Turn The Music Down me hizo arcodar muchísimo a Nadar solo. Pero peor. Hay un billete, comparada a su versión argenta, lo que hace que muchas cosas sean aún más condenables. Planos eternos posados sobre jóvenes abúlicos, poco delineados, poco interesantes, poco trascendentes. Es como si el director se haya puesto detrás de cámara con la intención de retratar a una juventud perdida que no lo está tanto (Larry Clark se cagaría de risa de Arslan), a un par de historias de amor y no amor que nunca se concretan y a una relación con los adultos que no dice nada. Al salir del cine uno se pregunta para qué bosta alguien puede salir a filmar una película en la que no sólo nos e dice nada, sino que ni siquiera esa idea de nada tiene valor.
Intrascendente, insufrible, con poca onda y con ningún momento para destacar, con la excepción de dos largas inclusiones de escenas de otras películas: Terminator y Evil Dead 2, las cuales dan unas terribles ganas de estar en otra situación , disfrutando de ellas en vez de esta poco interesante propuesta de Arslan. Háganse un favor, no pierdan el tiempo con este mamotreto. Y si conocen a quien la programó, denle un coscorrón de parte mía y de la gente que la vió en la misma función que yo. No fui el único que salió puteando.
Iba a cerrar esta reseñita diciendo “ya sabemos de donde Acuña afanó Nadar solo”. Sería una injusticia.

Erotic Chaos Boy, de Jin-sung Choi
Un joven coreano se enamora de una muchacha japonesa. Ninguno de los dos comprende el idioma del otro. Esa premisa, por demás desaprovechada, es la que utiliza Choi para hacer un estudio acerca del amor y que es para cada persona. ¿Suena interesante? Pues no lo es. Ni un poquito.
Erotic Chaos Boy es una experiencia aún más insufrible que Turn The Music Down. Así de simple. El director agarra una cámara de video y sale a metérsela en las narices a cuanto cristiano se cruza. Y a mostrar que lee a Barthes. Sí sí, él es muy inteligente…
Soporífero es poco. Después de la tercera sesión de charla con los padres que le dicen una vez más que se tiene que casar, sentaditos ahí en el living de la casa, con la tele prendida, te dan ganas de que director esté en la sala para cagarlo bien a trompadas. Demasiado ego desplegado en 80 minutos. Como si alguien le importara lo que tiene que decir este pibe. Impresentable. ¡A la guillotina con el que programó esta basura!

Masters of Horror: Cigarette Burns, de John Carpenter

Después de padecer dos películas insufribles, un poco de Carpenter le alegra la vida a cualquiera.
Un programador cinematográfico de los grossos, tiene el don y la maldición de la curiosidad. Ese es el punto de partida que utiliza el capo Carpenter en esta especie de relectura de En la boca del miedo. Norman Reedus, un cinéfilo con pasado doloroso, es contratado por un siempre siniestro Udo Kier para conseguir un film maldito, que tiene fama de enloquecer a quien lo vea. La fin absolue du monde, es el principio de esta búsqueda que lo llevará por rincones bastante oscuros de la cinefilia.
No es lo mejor que uno va a encontrar de su director, de hecho se nota que es un capítulo de una serie televisiva y que esa es la importancia que le dió Carpenter. Sin embargo tiene toda la corrección y, si bien se precipita un poco el desenlace y hay varios elementos predecibles, da gusto cerrar una noche con una proyección así. Da gusto sentirse cerca, aún, de ese verdadero maestro del horror.
Ah! Ahora su hijo también se dedica a musicalizar, haciéndose cargo de esa tarea con una eficaz banda sonora, que no tiene nada que envidiarle a Goblin.
En suma, una buena forma de sacarse de encima las garchas que uno padeció anteriormente.

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