Escribo esta crónica a dos días de comenzado el festival de cine de Uruguay, en Montevideo. Festival al cual fuimos invitados con mi colega programadora Cecilia Barrionuevo, para presentar el éxitoso ciclo España Alterada (actualmente en la Sala Lugones de la ciudad de Buenos Aires). Por mi parte, también cumplo la función de jurado de la competencia internacional de largometrajes junto a María Simon (ex – Ministra de Cultura uruguaya) y Manuel Martínez Carril (leyenda viva que supo ser director de la Cinemateca y de quien hablaremos más adelante, en futuras crónicas). Obviamente, las confusiones que generan los apuros y nervios de los festivales, ocasionaron el error que me llevó a ocupar este lugar en semejante jurado. Pero así funcionamos los héroes de la clase trabajadora, siempre dispuestos y listos a cualquier requerimiento, incluso los que superan nuestros merecimientos. Sobre todo cuando esos pedidos requieren juzgar el trabajo de los demás. Tarea favorita de quien escribe. Si bien la llegada al festival fue particularmente tranquila, con apenas un retraso de media hora en el buque bus, el segundo día empezó a hacerle honor al título del ciclo que vinimos a presentar. Pero no nos adelantemos.
La apertura del festival, con El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo, fue un momento de justicia. La presentación de la película en un cine de la Cinemateca, lugar al que el film está dedicado, no podía deparar más que emociones. Y así fue, más allá de ciertos desperfectos de proyección. Casi 800 personas en la sala y la presentación y posterior charla de Rebollo, Jorge Jellinek, Roxana Blanco y compañía fue una verdadera celebración, y supongo que para todos los relacionados con el film, el momento en el que la película completaba un círculo.
Después de la apertura nos dirigimos a un bar cercano al mar en donde se reunieron algunos invitados y gran parte del staff. La noche era fresca y la cercanía del mar no ayudaba. Mucho menos las cervezas frías que circulaban de mesa en mesa. El cansancio y el hambre colaboraban poco, y el aspecto del local La Ronda (bar rockero con sus paredes adornadas con tapas de discos de vinilo), nos indicaba que su oferta alimenticia parecía ir de lo inexistente al platito de maníes. Sin embargo, grande fue nuestra sorpresa cuando el mozo nos explicó que podíamos pedir algo llamado “masticable. “El “masticable”, el de pollo especialmente, pero también el de verduras, es una delicia insospechada que nos tenía preparado el pueblo uruguayo. Se come con la mano y se asemeja a los tacos, a pesar de su aspecto endeble, en parte debido al calor, se niega a la ley de gravedad y se mantiene entero, sin desarmarse ni volcar ninguno de sus ingredientes, ni perder calor, hasta que el comensal lo haya terminado de comer voraz o no, según cada apetito. Lo dicho, una inesperada delicia. Antes de retirarnos de La Ronda (repito: oscuro antro rockero, a pesar de su ophülsiano nombre) trate de ubicar la cocina para darle mis felicitaciones al desconocido y sorprendente cheff, pero me fue imposible ubicar el espacio que dedicaban a la preparación del mencionado manjar.
En el segundo día, las cosas comenzaron a “alterarse”. Por mail nos enteramos que el amigo Xurxo Chirro, director de la maravillosa Vikingland, había perdido -por esas cosas de la vida moderna-, el buque bus que lo iba a traer de Buenos Aires para presentar su película. De todas maneras, Xurxo llegó finalmente para una emotiva sesión de preguntas y respuestas con el público. Una emocionada señora, contó a la audiencia sobre sus pasados gallegos y las lágrimas que le produjo volver a escuchar ese idioma, que desde la muerte de sus padres, apenas había tenido oportunidad de oír.
Pero como les contaba, la “alteración” había comenzada antes. Y pongo mi renuncia a disposición de las autoridades una vez finalizada la siguiente anécdota.
El día después de la inauguración, por la mañana durante el desayuno -como corresponde- nos sentamos con Cecilia a armar nuestra agenda del día. Un rito que realizamos en cada comienzo de festival. Armados con grillas, biromes, anotadores y agendas, se planean concienzudamente los pasos a seguir en los días siguientes. Una vez finalizada la tarea, nos dirigimos al cine a ver nuestra primera película del día. Un momento importante en cualquier festival al que se asista y quizás el que decida la suerte sobre la calidad de las que vendrán (esto es un mito festivalero, pero a veces ocurre así). Llegamos a la sala y nos sentamos. Todas las películas en el festival van acompañadas por un corto. El corto que se estaba proyectando no era el que figuraba en la grilla, pero no nos sorprendió. Cosas que suelen pasar en los comienzos de los festivales, nos dijimos. Termino el corto. Típico corto de escuela que en su ingenio y correcta resolución muestra todos sus límites y (escasos) logros. Y empezó la película. Que, según nos indicaban los primeros títulos, tampoco se trataba, señores, de la película que habíamos ido a ver. Automáticamente los dos buscamos en las grillas, alumbrados por nuestros celulares, para darnos cuenta que (respiro profundo y lo confieso) nos habíamos equivocado de sala…
Nos juramos, junto a Cecilia, un pacto de silencio, pero mi labor de cronista me obliga a contar la verdad. Y así, con lágrimas en los ojos, se las confieso a mi público. La expresión “en casa de herrero, cuchillo de palo” cobra un nuevo significado y, al escucharla, nos lastima en nuestro orgullo de programadores de un festival de cine clase A. Si lo que no nos mata, nos hace más fuertes, nuestra fuerza durante los días que le quedan al festival, será inquebrantable. Nuestra mirada no volverá a abandonar el piso, pero ese es otro tema.
Y así, humillado en mi orgullo de programador estrella y “recomendador” nato, me despido de esta primera crónica charrúa.
Pero antes, recapitulemos los acontecimientos de estos días:
Un marinero que pierde un barco, programadores que se confunden de sala y un oscuro agujero rocker en donde un ignoto cocinero prepara sorprendentes e inesperadas delicias.
Podemos asegurar que el tour mundial de España Alterada, ha comenzado.
De todas maneras, creo que estamos llevando el concepto “alterado” demasiado lejos.Marcelo Alderete
Fotos: Cecilia Barrionuevo