Hay una particularidad en la historia de Alain Cavalier (mejor dicho, algo que a mi siempre me llamo la atención), y es la de ser un director que, a pesar de tener casi la misma que Godard y Truffaut, no perteneció al grupo de los Cahiers du cinema ni al de la Nouvelle Vague. Obviamente, no fue el único caso. Alguna vez habrá que revisar esos nombres y ver que fue de esas obras. Me pregunto: ¿cómo habrán sido aquellos años del joven Alain Cavalier, y de otros como él, siendo testigos de sus contemporáneos nuevaoleros?
La obra de Cavalier, no vamos a hacer aquí un recuento de una carrera bastante extensa y con varios grandes momentos, cambia radicalmente cuando realiza el documental Vies (2000) con una pequeña cámara digital. A partir de este momento, sin presupuestos y siempre en formatos digitales –y no de los más sofisticados-, su obra se transforma en una especie de diario íntimo, en donde lo que se cuenta siempre está relacionado con su vida y sus historias e intereses personales. Apuntes, notas y recuerdos personales sacados de pequeños cuadernitos negros en donde Cavalier parece llevar nota de toda su vida, como se puede ver en Irène (2009). Llegando a veces a un grado de intimidad tan grande en donde no estamos seguros de querer ver lo que Cavalier nos quiere mostrar. La intimidad, si, pero a veces, segundos antes de transformarse en exhibicionismo. Aunque quizás esta apuesta sea lo que hace grande a esas pequeñas y conmovedoras películas.
Pater (2011), de alguna manera, da un salto más allá. Aquí se trata de un documental sobre una ficción (por ahí dicen que esto ocurre con todas las películas). Alain Cavalier y sus amigos (el actor Vincent Lindon más algunos ¿actores? ignotos) juegan a ser personas poderosas, en una extraña mezcla de ficción, realidad y juego lúdico. El problema está en que Cavalier y su grupo, sí son personas poderosas en la realidad. Digamos, poderosas en al ámbito al cual pertenecen. A Cavalier, sin ser uno de los nombres más conocidos de la historia del cine francés, su carrera le asegura un lugar en el panteón de autores franceses. Y a los franceses, como a todo el mundo, les gusta crear próceres. El espaldarazo que resultó seleccionar una película tan atípica como Pater en la competencia oficial del último festival de Cannes, indica que ese es el camino por el que está transitando su figura. Con Thierry Frémaux operando desde las (no tan) sombras. No sería extraño que su próxima película sea una ficción con todas las de la ley, esto es, actores y esas cosas. Y que su presentación sea, claro, en el festival de Cannes. Aunque en verdad se trate de puras especulaciones, claro. Por su lado, Vincent Lindon es un actor prestigioso que hace todo tipo de películas. Algunas buenas, otras malas y así. Ustedes saben, un actor famoso. Un actor. Todo dicho, sigamos.
A este tipo de formas documentales por las que transita Pater (llamémoslas: “de creación”) les sienta mejor el ensayo, el apunte suelto, la búsqueda y no la seguridad que muestra esta película. Un gesto fanfarrón de un director que, como dijimos anteriormente, últimamente cree que no hay un mejor personaje que él mismo. Lo cual, quizás, no sea del todo falso. Incluso en esta película, atravesada por la política de su país (es cierto que sería importante conocer un poco más de la política actual francesa para entender ciertas cosas), todo pasa a través de su figura. Lo que antes era un exhibicionismo de su intimidad, ahora se transforma en afectación pública. Aunque también es probable que todo se trate de una gran broma.
No deja de ser una película particular e interesante Pater, a pesar de que, como los políticos, a la larga termina provocando fastidio y desilusionando.
M.A.