Painless

Infligirse dolor, sin la causa del dolor, sin el trabajo del dolor, lo dijo Foucault, es el capitalismo puro. El orgasmo del sado masoquismo como unidad de intercambio; como moneda de cambio última. O el orgasmo a secas. El sado masoquismo es como andar en bicicleta fija encerrados en un gimnasio oscuro con iluminación para criar pollos. Como correr en la cinta. ¡Cómo pueden! Como adelgazar a fuerza de dietas y no de ejercicio real; puro y duro. Puro aburrimiento y decepción. Es como dijo Tricky de la cocaína; te hace sentir grandioso e importante sin haber hecho nada para merecerlo. Eso es el ideal de ser famoso hoy en día también. El reconocimiento por el reconocimiento mismo sin nada que lo sostenga. Gracias a Facebook al alcance de todos. No la vida plena. Las fotos de la vida plena. El sufrimiento es una de las pasiones tristes dijo Spinoza. Y en sí mismo no vale nada. Es una pasión negativa y peligrosa.
Habiéndome dicho todo esto salí a correr 80 kilómetros en las montañas.
La noche anterior no dormí. Dormí en una bolsa de dormir sobre un colchón inflable desinflado. Tuve sueños extraños y en duermevela pensé que dormir en el piso me daba una ventaja enorme. Así me levanté. Lleno de energía. Llovía a cantaros. Como el disco de Los Twist. La dicha en movimiento. La dicha del movimiento mejor dicho. Después de la largada en que salimos como malón estuve solo. En algún momento se despejó y en otro, cuando ya no la esperábamos, llego la lluvia y el viento y la neblina. Quedé solo en un filo y vi a otro corredor llorar con las manos congeladas. Huí hacia adelante en busca del puesto de la estancia. En algún momento hice cumbre. Salió el sol aunque no se fue el frío. Llegó el atardecer y todo se puso amarillo. Caminaba, trotaba, trepaba. Pasaron las horas sin que lo notara. Mi cerebro se sincronizó con el de otra corredora y corrimos en un tándem extraño sin necesidad de darnos indicaciones. Como en una película apocalíptica parecíamos los últimos habitantes de la tierra. En la madrugada llegamos al pueblo vacío escuchando nuestros pasos. Atravesar la barrera del cansancio extremo y estar del otro lado. Estábamos felices. Primero me tomé un café y después una cerveza. Sentado en un sillón. Parecía ese momento de los casamientos cuando todo el mundo anda tirado por ahí. Bebí solo y contento. Todavía no había llegado Florencia. Porque faltaban unas semanas para eso.

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