Es raro lo que me pasó con Bestiaire (Denis Côté, 2011). Antes de empezar a verla esperaba desilusionarme con la película. La vi en un monitor de computadora, donde la percepción real de cualquier película se ve reducida. Poco después, en un acto de justicia cinematográfico, volví a verla como corresponde, es decir en una sala. La sorpresa fue mayor. Bestiarie es una pequeña gran película.

En verdad es injusto referirse a ciertas películas como “pequeñas”, de ese tipo de obras está armada la historia del cine, después de todo.

Denis Côté es uno de esos nombres que existen, y que generan una obra, que le debe casi todo a los festivales de cine. Es de alguna manera (y sin usar el término de forma despectiva) un director “festivalero”. No es extraño que todas sus películas hayan pasado por el BAFICI. Su obra ya consta de seis largometrajes, y sería difícil tratar de establecer algunas constantes o marcas autorales definidas.

En sus últimos films, Carcasses (2009) y Curling (2010) la ficción se juntaba con un registro documental. Con Bestiaire realiza su primer largometraje duro y puro, y extrañamente opta por una forma que ya parece acercarse a su agotamiento: el documental de observación (u observacional, ya me corregirá la policía del documental).

La facilidad que ofrecen los formatos digitales, la pereza de los realizadores, lo económico que suelen resultar, hacen que este tipo de documentales últimamente sea una de las formas más utilizadas.

Lo que antes era considerado como una manera de establecer una mirada rigurosa, ahora se ha transformado en ¿un gesto de pereza? por parte de directores que se refugian en un supuesto respeto por el tema que sea que estén tratando.

Por cada película de Frederick Wiseman, por nombrar un ejemplo extremo, existen decenas de títulos que nada relevante tienen para ofrecer.

Y en este estilo que parece extinguirse Côté realiza su primer documental.

Bestiaire, a priori, parece uno de esos productos de los que hablaba antes. Y no se transforma en ninguna novedad en particular, pero sí en uno de los mejores y más logrados ejemplos de este tipo de documental.

Bestiaire es el registro de la vida diaria de un zoológico en Québec, sólo eso, pero a medida de que la película avanza vemos que, aún sin alejarse del estilo, ni forzarlo o buscar algún tipo de recurso externo o ingenioso, logra hacer interesante cada plano que nos muestra.

No sólo debido a los encuadres (cada uno y casi todos, de una belleza extraordinaria que no devienen en una serie de lindas imágenes, porque la unidad estilística de la película es lo que la termina transformándola en algo tan hipnótico, que uno no puede, ni quiere dejar de mirar) sino también a la duración de cada plano. Como si el director tuviera el secreto de saber cómo y hasta cuando sostener la mirada.

Algo simple de decir pero difícil de realizar.


En la letra de la canción que da nombre a este texto, Miguel Abuelo escribió:


Esta vaca me analiza

ella profundiza y yo me voy


No hay vacas en Bestiaire, pero sí algún familiar cercano. Tampoco es muy seguro que nos analicen. Lo que es seguro, es que Denis Côté profundiza y yo me voy.


Hasta la próxima.


M.A.



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