Mezclar las obligaciones cotidianas con el festival no suele ser una buena idea. Después de varios días de combinar trabajo con películas y armar recorridos que uno cree infalibles pero se desarman ante la primer demora en el subte o en el comienzo de la proyección, la limadura de sesos empieza a salir por las orejas para quedarse pegada como caspa sobre los hombros.
Anoche Interkosmos de Jim Finn pintaba bien: falso documental supuestamente humorístico con indagaciones en ideologías en boga en el siglo pasado con una pizca del retro futurismo de los viajes espaciales. Y era eso hasta que se cortó la luz en el Abasto, habré visto una media hora de situaciones supuestamente graciosas estiradas innecesariamente, una media hora que si me la traían para editar la dejaba en 10 minutos.
Después vino Manila, de Romuald Karmakar. Bah, vi 20 minutos y me dormí. Ya no daba más y no tenía sentido pelearle al sueño. Gente varada en un aeropuerto, ya me pasó y pensé que estaría bueno hacer una película de eso. Cada tanto me despertaba alguno de mi fila que huía de la sala, dormí hasta que escuché los gritos sacados de uno de los alemanes varados que quería tirar abajo la puerta de un baño donde había otro masturbándose. Después, el resto de los pasajeros, muy entonados y eufóricos, cantó la misma canción durante 15 minutos. Sentí que me había perdido algo ¿cómo llegamos a un desenlace así?… Tarea para el hogar.
Era más de la 1am cuando hice una pasadita por el salón de fiestas del Bafici, entré y todas las chicas miraban para el mismo lado, hice foco en esa dirección y había uno que parecía de los Strokes, cuando me acerqué a la barra para averiguar la cotización de los tragos reconocí a Benjamin Biolay, con ojeras y cara de dormido a lo Gainsbourg.
Jota Pérez
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