Nieve nueva

Desperté a mitad de la noche y me encontré en un edificio deshabitado. Me había despertado la tormenta. Evidentemente durante la noche la lluvia se hizo muy intensa y busqué refugio. Una especie de hostería en construcción y deshabitada. Casi lista para inaugurarse. Las paredes recién pintadas de blanco; retazos de madera de la obra sueltos por el piso. Olor a nuevo. Había entrado también todo mi equipaje. Incluso la carpa estaba dentro del salón. Fue ahí que dudé. Algo no iba del todo bien. No recordaba nada. Recordaba el repiquetear de la lluvia sobre la carpa y un dormir que era más una duermevela. Esa clase de dormir estando atento. No recordaba haber entrado todas las cosas. Pero a veces no recuerdo sacarme la ropa y por la mañana amanezco desnudo. Salí entonces al verde a buscar el lugar donde había estado la carpa. Allí estaba todavía y allí estaba yo. Entonces me reincorporé a mi cuerpo y continué durmiendo. Soñé ahora con mi prima Victoria que me pidió que le cortara una pierna. De alguna manera el que le cortara una pierna la iba a ayudar en alguna de las diversas actividades deportivas que siempre empieza y después abandona. Corté su pierna a la altura del muslo como hace un tiempo aprendí a cortar leña. Eso intenté. No salió sangre pero la sensación de clavar un cuchillo de cocina en un muslo no es placentera. Un poco como pisar un sapo. O comer lengua. Algo que repele. Me desperté. Seguían cayendo gotas sobre la carpa aunque eran mucho más gotas que caían de los árboles cuando los sacudía el viento que lluvia. El murmullo del río también había contribuido a la idea de una tormenta fuerte. Las cumbres de los cerros circundantes estaban blancos de nieve nueva. A mi amigo Néstor le encanta la frase que dice que todos nos llovemos. En Chile escuché otra versión que dice que todos tenemos techo de vidrio. Es agua. La lluvia no es más que agua. A veces me tengo que repetir eso. Jua. Seguí viaje con la convicción que en otros lados no llueve. Así fue que pasado el abra era otro mundo. Dejé los verdes intensos del bosque, los blancos nevados de los cerros por el amarillo de los campos de otoño. Kurt Vile vino en mi ayuda y una canción que dice que estas cosas toman tiempo y tomarlo así es la mejor forma. Cuando se iba la luz entré a un desfiladero estrecho que subía junto a un río. Paré y me comí al costado del camino un paquete entero de galletitas de chocolate una detrás de la otra así nomás y de un tirón. Después salió la luna y los pocos autos que pasaron me veían como una aparición con una linterna atada a la cabeza. Así me deben haber visto. Imagino. Cerca de la medianoche llegué al cruce. El frío calaba los huesos y es mentira eso de que siempre te podés abrigar. Hay un momento en que ya no podés ponerte más ropa y el aire frío traspasa. La luz de la luna se reflejaba en la nieve. El cielo no podía ser más diáfano. Estaba tan agotado que podía seguir. El agotamiento a veces es como un bálsamo; una fuerza que empuja a llegar a algún lado. Bajo las estrellas, en el cruce, me detuve unos minutos. Decidí ir por dónde me llevaba el camino. Decidió la inclinación. Bajé al pueblo a dormir unas horas y continuar en la mañana temprano. Mañana será otro día. Y la balsa, y el lago como un mar y mis amigos que me esperan.

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