La araña salió de no se dónde y caminó por arriba del tenedor y el ipod que me regaló Magdalena. Se veía una señora araña, no esas arañitas de jardín así nomás. Era negra y con unas manchas rojas. Después cuando llegué a la Angostura y busqué imágenes resultó ser una viuda negra. ¡Lo sabía! Al peligro se lo reconoce al instante. Soy de la clase de persona que en lugar de pensar, uf, me salvé de un mal momento se pregunta de qué clase de signo se trata y de que mujer me tengo que defender. Estaba acampado junto a un río no muy lejos de un puente de madera. Había pasado por un valle de esos de cuento bien metido dentro de los cerros, esos lugares de maravilla que destilan la serenidad de un río manso que los recorre. Después llegó el lago y después otro río que se fue encajonando hasta que no quedó más remedio que subir. Fue todo el tiempo rodeado de bosque tupido y más aún en un primer faldeo. Ahí vi el cartel más absurdo de mi vida. O el más hijo de puta. O las dos cosas. Decía: ¨Peligro, zona de caza, balas perdidas¨. What the fuck.
La noche siguiente me agarró a 5 kilómetros de la frontera junto a una laguna. Los juncos de la laguna siempre dan un marco. Un degradé de verdes y amarillos. Al atardecer hay una especie de patos que tienen un canto melancólico. Los Red House Painters de los patos. Ahí va otra superstición: termino los libros. Entonces ahí estaba frente a la laguna leyendo El Jinete Polaco. Un libro larguísimo con buenos momentos, una buena escritura pero con muchos otros momentos que te dan ganas de agarrar al autor por los hombros, sacudirlo y gritarle parala viejo, basta. Hay un regodeo masculino con los recuerdos que se vuelve insoportable. Me decía a mí mismo. Aprendí a irme del cine cuando una película no es para mí. Y a los libros malos los detecto en una página y me las tomo (no es verdad pero sirve). Con otros no puedo parar aunque sufra. De los más diversos modos. Se fue la luz y quedaron unas nubecitas que parecían flotar (siempre flotan ¿no?). Se va la luz por completo pero esas nubes absorben un último resplandor. Después llegó el brillo de la luna. Bailé un poco en la orilla y me metí en la carpa.
Hace unos años me pasó que conocí aquel tipo (suena mejor en inglés, I met this guy) en Puerto Pirámides y nos dijimos (en verdad el me dijo a mí) ¨Santiago, nos podríamos quedar aquí¨. En realidad fueron varias personas a las que conocí en muy poco tiempo. Porque primero fue Xevi, después Andrea y después Alexandra. También estaba el viejo marinero al que había abandonado la mujer. Andrea es un italiano y fue él quien dijo las palabras que los dos sabíamos. ¨Este es un lugar especial, nosotros lo podemos ver y si queremos nos quedamos para siempre¨. El de alguna manera se quedó para siempre porque años después me enteré (¿cómo? no lo recuerdo) que fue allí mismo que conoció a quien sería su esposa. En la casa de Xevi viví un mes en Barcelona y con Alexandra nos volvimos a ver en Berlín. El marinero debe haber muerto de cirrosis y las ballenas siguen regresando cada año. Allí empezó mi vida con las ballenas. Antes había tenido muchos sueños con delfines. Y con perros que soñaban que eran delfines.
La tarde anterior vimos una familia completa de ciervos y estancias suntuosas. Pasamos por un pueblo donde terminaba una carrera y aunque no era para nosotros cruzamos la meta con música y aplausos. Festejamos tomando jugo fresco de moras con tortas fritas.