Varado en el estrecho de Magallanes. Una cola enorme de camiones espera cruzar. La gente intenta fotografiar el viento. Llevarse una pizca para contarle a los parientes y amigos. Se ve bravo pero el color del agua es hermoso. Hermosos y aterradores, así describían los exploradores a los paisajes desolados de la Antártida, las masas de hielo gigantescas. Un día me di cuenta que la mayoría de la veces me enfrentaba a los paisajes pidiéndoles alguna clase de revelación; preguntándoles cosas. Con la misma actitud que otros ven películas. Como antes iba a ver películas al BAFICI o a Mar del Plata de directores húngaros, iraníes o chinos. Extasiado con cierta letanía. Buscando desesperado algo de profundidad. En otros momentos me dediqué a escuchar a Autechre y Mars Volta con la misma pasión algo insana. El viento mueve el micro como una cuna. Un gorrión patagónico vuela contra la corriente y mato el tiempo escuchando el último disco de Julie Doiron. Una songwriter franco-canadiense que pasó de la fase elegíaca y naive (con momentos muy altos como aquella canción en que contaba que se cruzaba la ciudad de madrugada llena de alegría tan solo para ver al chico) a un disco excelente, más eléctrico y maduro. La madurez puede estar buena. En la madurez se pueden correr ultra-maratones y escribir novelas que no son acerca de escribir la primera novela. Punta Arenas está en una península de forma muy extraña con el mar hacia los dos costados. El estrecho y los fiordos. Así es el final del continente. Hacia el Last Hope Sound el paisaje es dramático. Desde la estepa de los arbustos rastreros se mira hacia una cadena de montañas nevadas e inalcanzables. Un canal estrecho separa el continente de Riesco Island que suena muy parecido a Riesgo Island. Es una isla enorme con algunas estancias y después nada de nada. Se cruza con un ferry y ya empiezo a planear el próximo viaje con la bicicleta. Quiero ir a ahí y ver con mis propios ojos esa nada de nada rodeada de mar, viento y montañas inexploradas en la distancia. Están los que prefieren quedarse en casa a leer un buen libro junto al fuego y están los que prefieren ir a ver. Puedo ser cualquiera de esas dos personas. Sucesivamente o al mismo tiempo. Gleichzeitig. Cuando bebo me convierto en otro hombre y ese otro hombre necesita un whisky. Está todo en La Ilíada y La Odisea.
Abandonar el hogar, volver a él, dejarse encantar por las sirenas o las pociones del olvido. Tuve una novia que me regaló un libro de Héctor Tizón que empezaba justamente con un epígrafe de La Odisea; ¨Desdichados los que mueren lejos de casa¨. Fue el regalo que me llevé en la mochila antes de una estadía por un año en Canadá. Hay que ser tan cuidadosos a la hora de recibir dones. Tuve un mejor amigo que una vez me regaló para mi cumpleaños un toallón. No volvimos a vernos. A veces lo extraño y creo que sobreactué mi desdén. No se. Tal vez él solo pensaba que necesitaba un buen baño; o un poco de pragmatismo y menos poesía en mi vida. No sé. No se cómo una persona detallista y de gustos sofisticados terminó regalándome un toallón. Solo las tías abuelas hacen esos regalos. Y hasta le ponen mucha mejor onda. Después de todo pasé muchas tardes visitando al tío Lucas y a la tía Elsa. Es una linda historia la de ellos. La tía Elsa era modista y nunca había tenido novio. Era la modista de la mujer de Lucas entre otras clientas del barrio. Cuando la señora murió, Lucas, que siempre la esperaba afuera en el auto, un día bajó del coche, se presentó, y tocó el timbre. La pidió en matrimonio. Lo juro. Elsa tenía 63 años. Se la llevó de viaje a Europa por nueve meses, Egipto e Israel de dónde él era y donde vivía una de sus hijas. Había un solo consejo que no se cansaba de repetirme. ¨Vos pibe, palo y a la bolsa¨. Una vez me preguntó si podía explicarle qué cosa era la depresión porque no se podía imaginar una aberración semejante. El tío Lucas. ¨Estoy hecho mierda pibe¨ me dijo la última vez que lo vi en el hospital. Estuvieron más de veinte años casados. La felicidad espera a la vuelta de cualquier esquina. De mi amigo del toallón no supe más. Qué manera rara de terminar una amistad de tantos años y sin ningún entredicho. Tal vez fue su novia de aquel momento que estaba algo celosa. Muchos años después a veces la encuentro por ahí; está algo chapita esa chica. Deambula por festivales con zapatos estrambóticos de tacos muy altos y escotes que parecen valles alpinos. No juzgo. Me suelen gustar así, las chicas; algo locas. Todas mis ex novias están medicadas. Y yo mismo, y gran parte de mi familia. Papá le pone benzodiacepinas al asado. Lo dijo Nietzsche, cuando se acaban los temas solo queda traicionar los secretos de los amigos. Dj malhumor.