Reseña del Festival Lollapalooza Argentina, 1 y 2 de abril 2014. Buenos Aires.
Txt: Ludmila Iara K. – Fotos: Luciana Burgos.
Hullabalooza es un festival
– (…) el más grande de todos los tiempos.
– Sólo hay un festival musical más grande de todos los tiempos y ese es el festival Ozz
– El US ¿qué?
– ¡El festival Ozz! Que patrocinó una de las computadoras esas Apple
– Computadoras ¿qué?
Hace aproximadamente quince años que frecuento recitales. Mi debut internacional fue con Oasis en el Campo de Polo, año 2001. Nótese que no hago mención a Neil Young: acababa de cumplir 16 y no tenía idea quién carajos era el tipo de sombrero cowboy, sólo que Noel Gallagher hacía un cover de sus canciones, la misma que había sido citada por Cobain en su carta suicida.
A lo largo de mis veinti-todos he ido a varios lugares: sucuchos en sótanos, sótanos arreglados, sucuchos por escalera, recitales gratis en la playa organizados por empresas de celulares, festivales organizados por bebidas varias o por marcas de cigarrillos, festivales con nombres soberbios y line-ups que no le hacían justicia (¿cómo podés decir que esa es la edición “Deluxe” cuando, nueve años atrás, trajiste muchísimos actos que son, hoy día, superiores a los que tenés en esta edición? ¿El festival más grande de la historia? ¿Quién te conoce, boludo?) y una larga lista de etc. Con el escepticismo que me caracteriza ante estos eventos (no así hacia el fenómeno ovni, por ejemplo), fui al Hipódromo de San Isidro, esperando encontrarme con oficinistas despistados que creían que ese día también iba a haber un after-office que lleva el nombre de un evolucionista o adolescentes rateándose del colegio porque, desde hace varios años, el rock está de moda. Aunque esta moda ya no sea tanto por la influencia de MTV, sino de locales de ropa que venden remeras con logos de Joy Division, la cara de Jarvis Cocker o con nombres de canciones de Sonic Youth. Cabe el mea culpa: compré, en uno de estos lugares una remera de los Libertines, allá por el 2007.
Toda la previa al evento me parecía nefasta, como los bondis que te llevaban desde lugares céntricos al mismo precio que un sideshow.Toda la previa al evento me parecía nefasta, como los bondis que te llevaban desde lugares céntricos al mismo precio que un sideshow, gente acampando en la puerta del Hipódromo, las habladurías desde Chile afirmando que allá los dejan entrar con comida y bebida, el cambio de entradas por pulseras por entradas nuevamente (buena suerte si la perdés). El panorama cada vez era más desesperanzador y ya venía bastante mal. Después de todo ¿a quién se le ocurre poner a la misma hora a Nine Inch Nails y a New Order? ¿Al mismo cerebro que hizo eso con Cage the Elephant y Jake Bugg? ¿O el que flasheó año ’97 y puso a Illya Kuryaki a cerrar un escenario?
En fin… como a caballo regalado (gracias, Sofaia) no se le miran los dientes, fui.
DIA UNO
El día uno empezó mal, muy mal. Primero, entramos por Santa Fé en lugar de Márquez, teniendo que caminar kilómetros y kilómetros en la nieve para llegar al predio en sí. En una caminata de ese calibre, mínimamente esperaba que me llenen de papeles innecesarios, propagandas varias y un programa con los horarios y dónde estaba cada escenario. No pasó. Por un lado, no me molestó en lo absoluto, porque buscar un tacho de basura para deshacerme de todo eso iba a ser jodido, pero por el otro… ¿cómo que no me das una grilla? ¿Cómo que tengo que fijarme en los mismos escenarios qué banda toca a qué hora? Eso hizo que, automáticamente, en mi lista de organización, el Lolla esté por debajo de cualquier Personal Fest hijo del vecino. Claro que eran las dos de la tarde y todavía quedaban diez horas para redimirse, pero la colonia Colbert me enseñó dos cosas: a) a llegar a mi loft menemista oscuro y tirarme una botella de agua mineral y b) la primera impresión es la que cuenta. Eso es lo malo de una primera impresión: sólo se puede dar una, como le dicen a Marge Simpson cuando intenta ser miembro del “club campestre”. Así que entramos, caminamos kilómetros en la nieve (otra vez) para llegar al escenario en el que estaba Juana Molina e intentamos darnos cuenta qué escenario era cuál. Creo que la productora contaba con que la gente iba a armarse su propio line-up, recordarlo o llevarselo por escrito, sin tener en cuenta que, de vez en cuando, está bueno ayudar a la memoria ¿no?
A Juana la había visto en otras ocasiones y fue todo como lo recordaba: prolijo, comentarios simpáticos, linda musiquita y ya. Realmente no hay mucho más que decir, tal vez porque vimos tres o cuatro canciones y nos fuimos a investigar dónde tocaba Capital Cities.
Capital Cities sonó muy bien, preciso, dieron un gran show y por eso les voy a perdonar que, al final del cover de Stayin’ Alive hayan mechado LA frase de Undone de Weezer. Había leído que hacían el cover y realmente me parecía que podía ser algo interesante o muy puteable, pero lamentablemente tendré que quedarme con la duda de cómo podría ser el resto. En cierto momento (no recuerdo exactamente en qué canción), los chicos de Los Ángeles quisieron comprobar qué tan lavarropas era su público, si iban a hacer exactamente lo que ellos pidiesen, y nos enseñaron un pasito de baile. De más está decir que nosotros no lo seguimos, pero ver a la gente hacerlo fue lo suficientemente divertido. Nos divertimos con ellos, no de ellos. De verdad. Nos fuimos antes de que termine, por cuestions de logística (exacto: kilómetros en la nieve), y nos perdimos I sold my bed but not my stereo pero, como estábamos yendo al escenario que estaba al lado, pudimos escucharla y pensamos: si no se te pegó esta canción, conociendo la banda o no, no tenés alma. Al menos por dos minutos, hasta que empiece al próximo show.
Asumo que la disyuntiva Jake Bugg – Cage the Elephant la habrá tenido más de uno porque pienso que estas opciones deben compartir un poco de público, aunque entiendo que organizar estos horarios, habiendo tantas bandas, se debe complicar un poco. Como a mí particularmente el primer disco de la banda de los yanquis sureños me parece muy divertido, fui allá. Me encontré con que podía ver perfectamente desde mi metro sesenta, en zapatillas de lona (que murieron de barro y agua, por cierto), y esto lo adjudico a la masa de púberes que había a mi alrededor. No me parece mal que los niños rockéen y me tomen los recitales, porque lo óptimo (?) de todo esto es que, algún día, tendrán hijos que crecerán en casas en las que se escucha buena música. Creo. Espero. De cualquier manera, entre adolescentes con tatuajes de Arctic Monkeys, llanto y pelos de colores, puedo decir que los pibes (de la banda, claro) son aceptables para verlos en vivo, tienen buena puesta, Matt Schultz me cayó muy simpático y… que yo no debería haber estado en el medio, entre el escenario y la consola de sonido porque, particularmente en el “Main Stage 2”, se escuchaba pésimo. Si se te ocurría sacar la mirada de adelante y ponerte perpendicular a lo que se suponía que tenías que ver, había una mezcla de sonidos que dejaba mucho que desear, como diría algún padre enojado. Existía la chance de que todo ya estuviese preparado para Nine Inch Nails pero ¿con tanta anticipación? Cuando terminó lo único que podía pensar era en lo bien que había hecho en no meterme en el tumulto, porque al señor cantante se le ocurre tirarse entre la gente (esto ya lo sabía porque ya lo había hecho en La Trastienda en el 2012) y mi nuca tiene un imán gigante para la gente que está pasando por encima del público.
Se dispersó la gente, se reunió mi grupo y la gran pregunta apareció: ¿qué hacemos ahora? Sin información, con un 3G totalmente saturado y sin ganas de caminar… kilómetros en la nieve, apareció el hada salvadora de la tardecita: una piba con un papel con horarios, como los que dan en todos los festivales, con mapa y toda la sarasa para que no te pierdas. Lo pedí prestado… ¡me lo regaló! Me dijo que había llegado muy temprano y que se lo habían dado en la entrada. Epa, ¿acaso no quedarían más cuando yo llegué, también muy temprano? ¿Qué pasó? ¿Mhhh? Teníamos horarios, ahora podíamos ser los reyes del Hipódromo, así que decidimos que lo mejor era perdernos a Julian Casablancas y su Orquesta Midi (alguien hizo canciones de su banda porque su disco solista es una porquería, me parece), pasar por arriba a Imagine Dragons e ir a buscar comida.
Lo más difícil, creo, no fue responder qué bandas íbamos a ver, sino decidir qué comer. Lo más difícil, creo, no fue responder qué bandas íbamos a ver, sino decidir qué comer. Yo no sé a quién se le ocurrió poner el Perry’s Stage en donde estaba, porque la música que sonaba te remitía al Berlin Love Parade ’95, también la gente, sus disfraces, su emoción y, muy factiblemente, la cantidad de drogas consumidas, drogas que no te dan hambre. Lo increíble del caso es que éramos cuatro personas (dos con buen oído musical, una que pasó un tiempo en los ambientes de música electrónica y yo) a las que, lo que sea que estuviera de fondo, les sonaba igual. Y esto pasó los dos días. No voy a hacer mención sobre los quinientos puesto de comida variadísima que había, ni tampoco de los costos (porque es muy discutible si estaba todo en precio o no, más allá del obvio sobreprecio), pero sí mandarle un saludo, un abrazo y una palmada en la espalda acompañado de un “Ya… ya… ya pasó. Ya está todo bien” a los tres pibes del puestito de cierta cadena de café con nombre de barrio sanisidrense (bueno, estamos en tema) que vivieron el infierno del expendio de café, con una fila que llegaba, en más de una ocasión, a sobrepasar las cincuenta personas y Flux Pavilion, Baauer, Krewella o el de turno sonando de fondo. Condolencias.
Hablando de sonar todo parecido, con el estómago feliz, retomamos el camino hacia los escenarios (no voy a decir “kilómetros en la nieve” una vez más porque ya todos entendimos la idea) y pasamos por el Alternativo en donde estaba Lorde ¿Qué decir? De nuevo, no podíamos diferenciar una canción de otra. No porque no hubiese espacios, sino porque todo sonaba muy similar. De hecho, entre canción y canción decía unas palabras, como el discursito de qué loco o difícil puede ser crecer. Nos miramos los cuatro con cara de “¿De qué carajos está hablando esta mina? Madurá, flaca” y, a los treinta minutos, procedimos a retirarnos hacia el escenario de Phoenix. Después nos enteramos de que la chica en cuestión tiene 17 o 18 años y ahí entendimos lo que dijo y hasta nos pareció re grossa en lo que hace, cayendo en la hipocresía social de perdonar a alguien por su edad, similar a la que pasa cuando se muere joven y todos piensan en las cosas que *seguramente* ese individuo iba a hacer.
Llegamos a Phoenix y estaba llenísimo de gente, no como el año 2007 en Club Ciudad, que pude ver todo bien de cerca, a pesar de estar sentada en el pasto y aburriéndome. No. Esta vez tuve que conformarme con ver personas diminutas y borrosas, como dentro de una catarata, con proyecciones totalmente azarosas de fondo. Cuando empezó, de fondo había una foto del Palacio de Versailles y pensé en lo peor: Phoenix – Sofia Coppola – María Antonieta ¡Nos van a torturar a todos haciéndonos ver ese visualmente hermoso bodrio! Por fortuna, era una obvia referencia al lugar de donde vienen, sumándole otras imágenes que pasaron, sacándome esa idea de la cabeza, acompañando un set muy bailable y divertido. Claro, entre el 2007 y el 2014 salieron dos discos más que, a mi entender, superan a los anteriores, dando como resultado algo más atractivo, agradable. Nuevamente, mi grupo se separó y tomé una de las mejores decisiones de mi vida (¿Tanto?)
“New Order sin Peter Hook no es lo mismo”, escuché varias veces.
“Cuando vi New Order, después de Ian Brown, me parecieron un embole atómico. Cuando tocaron temas de Joy Division pensé que estaba viendo una banda de covers. Un espanto. Nunca más” afirmé más de una vez.
Mi pasado me condena. Desde mi adolescencia estuve más cerca de Manchester que del rock industrial, además de haber visto 24 Hour Party People diez veces más que, digamos, Social Network o cualquiera en la que Reznor haya metido banda sonora. Una decisión muy de último momento hizo que me alejara del escenario principal número uno. Fue fantástico. A pesar de ser una persona tajante y prejuiciosa, me acerqué a los viejitos (los ingleses, no los yanquis) y no paré de bailar, cantar y sonreír. Sí, a pesar de esa versión de “Isolation” que no me agradó al cien por ciento. Las proyecciones de sus videos hicieron que tenga una epifanía y un gran descubrimiento. La epifanía no importa, no quiero quedar como una depravada, mientras que el descubrimiento fue el video de True Faith, que nunca había visto y me pareció una bizarreada demasiado grande: el espítu de los ochentas está presentísimo en este video. No sé si me estaré poniendo más vieja que Sumner, pero poder bailar, estar cerca, cómoda y que haya espacio entre los concurrentes me pareció genial. Más recitales así, por favor. Aprovecho y repito: retiro absolutamente todo lo malo que alguna vez dije sobre New Order.
Habíamos dicho que no íbamos a quedarnos hasta el final de los ex Joy Division (por cierto, las reversiones no me molestaron TANTO esta vez) para acomodarnos mejor al momento de llegar a Arcade Fire. Pero no pasó. Salimos corriendo (literalmente) a buscar a la gente, pero ya había empezado. Pasamos por delante de una pantalla y vimos a Casablancas irrumpiendo en el escenario de los canadienses, tal vez para que pueda decir “Mirá, papá, estuve en una circunstancia de show como corresponde”. Sobre lo que pasó en el cierre del día uno prefiero no agregar nada, porque poner en palabras el espectáculo audiovisual de los Butler y los demás sería un despropósito y arruinaría algo que es mejor experimentar. Digamos que fue como ir al circo, pero en el buen sentido.
Arruinados, con frío y pies mojados, salimos del Hipódromo en un mar de gente, vimos eternas colas para el colectivo, muchedumbres en remiserías y algún que otro descolgado preguntando si todavía pasaba el tren a Retiro. Envío repudio a ese colectivo 365 que se escondió al lado de un 333 para no parar. Ibuprofeno de prevención y a dormir. Levantarse con el cuerpo cansado por haber estado parada diez horas no es algo que me haga demasiada gracia, porque empezás a pensar desde cuándo no tenés aguante y cuánto tiempo más te queda para hacer estas cosas.
DIA DOS
El día dos comenzó igual que el primero, pero esta vez con más dudas del estilo “entonces, ¿podías rellenar tu botella de agua?”.El día dos comenzó igual que el primero, pero esta vez con más dudas del estilo “entonces, ¿podías rellenar tu botella de agua?” “¿Cómo es que nadie lo vio?” “¿Escondido en un puesto de información?” y siguió con la misma estupidez del día anterior: entrar por Santa Fé y caminar entre muchos cuerpos que parecían salidos de una película de Romero, probablemente porque muy poca gente llegó a su casa antes de la una de la mañana. Sin embargo, esta vez fue mejor porque… sí, sí ¡grilla de horarios! A esta altura había visto tantas veces el papel en cuestión el día anterior que ya sabía de memoria cuál iba a ser el itinerario, pero no importaba porque tener eso había sido mi gran capricho. Más adelante, frente a las gradas, habían puesto más baños químicos. Bien, parece que escucharon mis quejas (y las de muchas personas más)
Yo quería hacer consumo irónico y ver Airbag, para criticar con conocimiento de causa, ver si llevan gente o qué, pero cuando llegamos, sonaban los platenses que matan al policía motorizado. Miedo. Estaban en el escenario número dos, con muchas chances de que tengamos que mirar hacia adelante continuamente. Nos pusimos por atrás y lo pasamos muy bien, no sólo porque realmente nos gustan, sino porque esta banda cada vez suena mejor. Acá diría algo así como “Yo los veía en Speed King por cinco pé”, pero como los quiero, me guardo mis comentarios egoístas.
Debo decir que Johnny Marr me dio un poco de pena, pero no por su espantoso corte de pelo (¿por qué desde hace unos quince años casi todos los manchesterianos pasan por esos pelos paraditos con fleco y patillas que yo asocio automáticamente con Gem Archer?), sino porque el 40% de su set fueron covers y la gente se los agitó más que las canciones propias. Entiendo que The Messenger salió el año pasado y tal vez la gente que fue no lo escuchó demasiado (yo incluida), pero prácticamente a este tipo le toca ser como el “niño yo no fui”, le dicen que haga lo suyo y él quiere mostrar que es algo más que How Soon is Now? Pero parecería que no lo dejan. O él no quiere, no sé. No tengo que explicar que esto es una mirada totalmente subjetiva. Lo que no es subjetivo es que, nuevamente, ese escenario se escuchaba HO-RRI-BLE (sí, ya sé que uno no tiene que ponerse muy adelante porque del medio hacia atrás suena mejor bla bla bla, pero tampoco estaba apretándome contra el vallado, sino a una distancia prudente de una persona de mi edad)
Sobre Pixies no quiero decir absolutamente nada por el mismo motivo que no dije nada de Arcade Fire, con la diferencia que ellos no parecieron un circo y que Paz Lenchantin me cerró la boca de una manera muy grande. No, no es Kim Deal, claro que no lo es, pero es como ponerle un tope a una mesa que se le rompió una pata, sirviendo para pasar el rato y seguir teniendo mesa porque esta nos gusta tal cual está. No, las metáforas no son mi fuerte.
Después de Pixies, ese día el resto me pareció decoración.
Decorado Illya Kuryaki y sus problemas de identidad. A la cabeza viene Dante a quien alguien, quien sea, debería avisarle con un poco de delicadeza que no vive en el Bronx, que puede pregonar la unión latinoamericana sin necesidad de recurrir a un acento impostado y que su padre se debe estar revolcando en su tumba. De cualquier manera, supongo que los fans de la banda deben haber pensado que fue un buen show, porque lo fue. En Coolo había un culo hipnótico proyectado que hasta te daban ganas de bailar y todo. Gracias al hombre de shorts cargo color kaki que tuvimos delante nuestro que bailó de manera increíble sin importarle nada. Nos alegró y abstrajo de los imitadores de Alan Faena que ningunearon a Cornell y compañía comparándolos con Ricardo Montaner. Por favor, sin ofenderse: los peyorativos fueron los niños (¿niños?) de IKV que rieron del argentino devenido en venezolano, tal vez por envidia de pasaporte, al que señalaron como “el que se inyecta lavandina en un huevo”. No, chicos, eso no lo hace ¿O acaso no vieron el video de Ricardo en lo de Susana?
Decorado el grunge de Soundgarden, que jamás me movió un pelo, sólo el video de Black Hole Sun cuando tenía nueve años, que debió haber sido comunicado a mis padres para que comprendan que su hija tiene problemas.
Decorado los Peppers, que son los Peppers, con su música monótona, su sonido horrible y sus fans gedientos.
En líneas generales, puedo decir que todo el evento estuvo “lindo”, aunque haya algo que todavía no me terminó de convencer ¿La organización en líneas generales, tal vez?
Seguramente haya que darle tiempo, una o dos ediciones más. Si se vuelve a hacer, claro.