Primero fue Pierre, después Stephan. Se debería enseñar en la escuela: cuando alguien te cae mal es porque se parece a vos, te cae mal porque es idéntico a vos y se encienden todas las alarmas. Con Stephan debo decirlo fue diferente, fue exactamente lo contrario. Yo pedaleaba y pedaleaba y el tipo estaba siempre ahí un metro atrás mío fresco como una lechuga. ¿Qué le pasa a este tipo que no se cansa pensaba? Aceleraba tratando de dejarlo atrás pero era peor para mí porque me cansaba y el siempre ahí detrás. Bueno, yo estaba ahí junto a él ¿no?. Yo soy también ese tipo que nunca para. Empecé a reírme. El famoso hidebehind del que habla Italo Calvino en un cuento. Esa presencia que se siente detrás del hombro, nuestra propia sombra.
Pero con Pierre, uf. Porque descubrí lo de Stephan pude ver lo de Pierre digamos. Era la cordura misma. Daba asco. Siempre la pregunta correcta acerca de lo que puede ir mal. Él se anticipaba siempre. Just asking decía. Pasivo agresivo. Propio de libra, si algo anda bien hay que esperar el mal que equilibre las cosas. Estar atento. La mala manera de estar consciente. Toda una vida evitando mancharse los pantalones en las veredas desparejas aunque a veces pueda parecer otra cosa. Tomo agua de la canilla y como de latas vencidas. Esas son mis maneras de resistir. Todos resistimos como leí el otro día en Twiter de una piba que descubrió a Lacan. Ja. Toda una población dormida en divanes lacanianos. Siempre me alucina esa imagen. En Buenos Aires en lugar del after hour en el bar donde la gente se emborracha, cuenta historias y sueña un poco con cambiar la vida, las personas resisten tirándose en un diván quejándose por la incomprensión del mundo. Miles y miles de personas en consultorios hablándoles a terapeutas desatentos. Todos al mismo tiempo cambiando la posición subjetiva mientras el tiempo sigue su curso.
El frío no termina de irse. En verdad me resisto a llamarlo frío. En las noches claras hay todavía temperaturas cerca de 0 que mantienen la nieve en las cimas. Todos los volcanes nevados brillando al sol de primavera. Como en una canción de Tanguito. En dos semanas tuvimos días frescos y un día de verano. Fue en Pucón. Treinta grados. Igual ese día hicimos un camino que serpenteaba bajo los árboles y la sombra. Subimos unos 500 metros en total y todos me lo echaron en cara por no avisarles. Sabía que sería así. Siempre sabemos todo. Nos resistimos a usar nuestros superpoderes. Podía haber dicho que el camino era ondulante y que subía sin mucha inclinación y listo. Atajarme. No lo hice y aunque de buena manera llegaron los reproches. ¿Por qué Santiago? ¿Por qué? ¿Por qué no nos dijiste que el caminito subía? Yo también equilibro hacia el más o menos. No me gustan las cosas como un reloj; me gustan más o menos bien, aproximadas. Había algo más. En el asado de despedida algo borracho hice un discurso en el que decía que desestimaba todas las acusaciones de mentiroso. Yo era un poeta y como todo poeta descreo de la exactitud. Además en Patagonia 0 grado no es frío y un camino que serpentea no es una subida. Punto.

A la semana estaba en el mar.

Me desperté por primera vez temprano en toda la semana y salí a correr con la luz tenue de la mañana. Atravesé el centro de La Paloma desierto como un pueblo fantasma. Fui hasta el faro donde lo encontré por primera vez a Nestor y continue por la ruta costanera. Todas las playas del camino hasta La Pedrera vacías. El mar solitario haciendo la prueba de sonido antes de la llegada de los pocos turistas de diciembre. En un momento me desvié y salí al campo y la ruta. Zorzales, calandrias, gorriones y teros. Anduve un rato por el medio del camino desafiando a un tráfico inexistente. El placer de las rutas y las avenidas vacías. Entré a La Pedrera todavía más desierta por la entrada principal y como un cowboy. El mar de color verde y calmo. En verdad me había despertado de madrugada y ya no pude volver a dormir. Estoy buscando una bicicleta. Encontré en un blog la foto del alemán que hace más de 10 años encontré en la carretera austral viajando con una bici como la que ahora quiero comprar para poder subir al barco. Es una bicicleta que se abre en dos. Otro nombre para una bicicleta plegable. La quiero porque entra en un velero. Me voy a Rusia. Llegué al rancho muy cansado y algo deshidratado. Tengo que reconocer esto: me encanta estar hecho mierda. Escribí una nota algo eufórico y ahora necesitaba correr para escaparme de mis reproches arrepentido de las afirmaciones no justificadas (aunque justificables). Llovió fuerte durante la noche. Puntualmente a las tres de la mañana llegó el viento y un rato más tarde el agua. Nestor me dijo que el gobierno asusta a la gente dando partes meteorológicos falsos. Walter se fue a Montevideo y la cocina se llenó de gatos esperando que les den de comer. Tres o cuatro días atrás al final del día fui para el otro lado. Volví en la oscuridad orientado por el ruido del mar. Llegué hasta la laguna por los médanos subiendo y bajando hasta que tuve una gran vista: el mar, la laguna, el campo y la luz desapareciendo. Me revolotearon los teros sobre la cabeza. Al llegar Nestor tenía cara de culo aunque me preguntó con su mejor tonada de paisano: qué le pasó al amigo. En un momento largó: no me gusta dirigirle la vida a nadie. Me dio ternura y sonreí. El mismo me había contado la anécdota en sus tiempos de jugador de como manejaba el equipo desde el fondo gritándole a todo el mundo. También como en la primera jugada iba a los tobillos del mejor de ellos prometiéndole que había más si se acercaba al área. Después me hizo el aguante en la terminal de Tres Cruces. Nestor, mi amigo. Hay que decir todo. Uruguay es nuestro San Francisco. Fui a comprar biscocho al almacén del torcido y me lo crucé a Garcia que volvió a decirme ¨Encantado el ojo que lo ve¨ por sí me había olvidado de que era tuerto. Desde el otro lado del río llega el ruido de las bombas de estruendo y la confusión.

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