Con la agonía y muerte del general Pinochet, nuevamente las pantallas de la televisión chilena y mundial volvieron a embelesarse con las imágenes de un país dividido, como gusta decirse
en los noticieros, entre los que reivindican a Pinochet y los que lo repudian. El viejo superclásico izquierda – derecha vuelve revitalizado en sus formas y en sus gestos, pero convenientemente inoculado. En las celebraciones y lamentos televisados aparecen todo tipo de individuos que encarnan en ese momento y lugar la figura del pinochetista y la del antipinochetista. De un lado, el gordo barbudo socialista, del otro la vieja retrógrada, y así. Perut y Osvonikoff fueron a buscar esas figuras, esos personajes que aparecen efímeramente como extras, sin vida ni discurso propio en los reportes televisivos. Los fueron a buscar y con lo que encontraron volvieron a producir una película incómoda y divertida, dos cualidades que suman mucho a toda obra de cine político.

Los protagonistas de “La muerte de Pinochet” son muy patéticos. Sí, no vamos a hacernos los políticamente correctos con dos directores que claramente no lo son. Al final el gordo socialista es un tipo que se disfraza de viejito pascuero para reivindicar a Allende, la vieja retrógrada es una florista kitsch y paranoica, también tenemos un militar enamorado del general y un lumpen que es conducido a celebrar el fallecimiento solamente por el alcohol. Pero ojo, sería muy pobre si la película sólo quisiera burlarse de esta gente. La película es burlona, pero en todo caso se burla de todos nosotros, o al menos de nuestros cómodos esquemas donde las ideas políticas son monolitos racionales, objetivados y determinados de una vez y para siempre. Al enfrentarnos con este
grotesco grupo, la película se ríe de eso y nos muestra una realidad más deforme, compleja y por lo tanto irreductible. A menudo los noticieros recogen testimonios bajo el lema “lo que dice la calle”. La muerte de Pinochet sale a oír “qué dice la calle”, pero el resultado no es una mera división tranquilizadora entre declaraciones de izquierda y de derecha, sino que es un torbellino inexplicable de discursos que están mucho más atravesados por fantasías, paranoias, tradiciones, erotismos, circunstancias (des)afortunadas o devociones religiosas que por solemnes reflexiones ideológicas.

Tal como en El astuto mono Pinochet contra la moneda de los cerdos (en la que niños de diversas escuelas representaban el golpe del 73’ a partir de los relatos paternos, mediáticos y de sus propias locuras lúdicas), La muerte de Pinochet no viene a desmitificar discursos, contrastarlos con lo real o ponernos en alerta porque están perdiendo los buenos y ganando los malos. Ni porque la verdaderísima historia del mundo está siendo ocultada y están manipulando a la Pobre Inocencia de la Gente (PIG). Más bien viene a hincharnos las pelotas, a enfrentarnos con discursos inexplicables y contradictorios que se reinventan todos los días de maneras impensables y que, por suerte, son imposibles de explicar por nuestros estranguladores sistemas de representación. De alguna manera, la película viene a bajar a tierra los Grandes Debates de Chile y el mundo, a sacarlos a patadas de nuestro mundo de las ideas y a ponerlos a jugar en la monstruosa y embarrada cotidianeidad.

*La pueden ver:
8/4 a las 18.45
el 15/4 a las 21.00
el 17/4 a las 19.15.
Siempre en el Hoyts Abasto.

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