La mala educación: Reach for the SKY, de Choi Wooyoung y Steven Dhoedt

(Una breve aclaración. Luego de pasar unos meses en Corea del Sur por motivos personales y laborales, comienzo a escribir algo llamado Cuadernos coreanos, un escrito que, como su nombre indica, está armado en base a notas y recuerdos de mi paso por ese país. Lugares, personas, festivales, libros y películas, todo forma parte de ese texto que debería estar terminado hace tiempo, pero que parece extenderse de manera monstruosa y, quizás, nunca conozca una versión final. Lo que sigue a continuación es una crítica sobre la película Reach for the SKY , escrita a pedido de la SJMF, una asociación de documentalistas coreanos y que, de alguna manera, adelanta lo que deberían ser los Cuadernos coreanos. Aunque el resultado final, al menos esta vez, sea un tanto solemne.)

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Son muchos los motivos y particularidades que hacen del cine coreano un foco de interés y de estudio en otras partes del mundo, y no solo por el talento de sus actores y realizadores; algunos de los cuales, y con diferentes logros artísticos y comerciales, probaron ese viejo sueño de triunfar en Hollywood. Los nombres de Bong Joon ho, Park Chan wook, Kim Jee woon (entre los directores) y Bae Doona o Byung-hun Lee (entre los actores) ya forman parte del cine internacional. También el particular éxito comercial que logran sus películas en la taquilla local, superando muchas veces a los más poderosos blockbusters americanos, es un tema que llama la atención y es motivo de análisis. Pero por detrás o, mejor dicho, por un camino paralelo, existe un cine coreano bastante desconocido para el resto del mundo. Directores y obras independientes que a pesar de recorrer los festivales más prestigiosos, y muchas veces llevándose premios, difícilmente tengan acceso a otro tipo de público. Jóvenes con una obra incipiente, autores como Jang Kun jae (Sleepless night, A Midsummer´s Fantasia) o Lee Kwang kuk (Romance Joe, A matter of Interpretation), quienes aun con una breve carrera, van camino a transformarse en los nuevos nombres del futuro, incluso sabiendo que sus presentes son ya lo suficientemente interesantes como para destacarlos.

En este terreno del cine independiente coreano, el documental (un género eternamente dejado de lado) empieza a surgir con cierta fuerza desde hace unos años a esta parte. Películas como Non Fiction Diary (Jung Yoon-suk), Factory Complex (Im Heung-soon), With or Without You (Park Hyuck-jee), Songs From The North (Soon My yoo), la recientemente estrenada en el festival de Rotterdam Night and Fog in Zona (Jung Sung-il) o un sorprendente éxito de taquilla como My Love, Don’t Cross That River (Jin Mo-young), son todas ellas, obras que más allá de sus intenciones, logros y méritos, muestran un panorama nuevo y ecléctico. Incluso la aparición de proyectos futuros en prestigiosos festivales dedicados al documental (Singing With Angry bBird, de Hyewon Yee en la pasada edición del IDFA y Family In The Bubble, de Minji Ma en Hot Docs) son una clara señal de que al prodigioso presente se le suma un inminente y esperanzador futuro. Y todo esto sin referirnos a The Truth Shall Not Sink With Sewol (Hae-ryong Ahn, Sang Ho Lee), el documental dedicado al accidente del ferry de Sewol, que provocó polémicas y debates que continúan hasta el día de hoy, poniendo en jaque el futuro del festival de cine de Busan.

En este panorama, hace su aparición Reach for the SKY, co-producción entre Bélgica y Corea del Sur, dirigida por Choi Wooyoung & Steven Dhoedt; una obra que, a diferencia de la mayoría de los documentales que suelen describir los males de la sociedad, inclusive algunos de los nombrados anteriormente, nunca se olvida de las herramientas propias del cine.

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Para quienes se interesan por la cultura coreana, el tema del acceso a la universidad de parte de los jóvenes suele ser un punto de llamativo interés. En su libro Corea: apuntes desde la cuerda floja (escrito luego de vivir un año como residente en el país) el periodista y escritor colombiano Andrés Felipe Solano describe esta situación de la siguiente manera:

“Desde los 13 años la vida de los estudiantes coreanos consiste en estudiar hasta las tres de la tarde en un colegio normal, y después van a la academia particular, en la que continúan repasando lecciones hasta las once de las noche. Así pasan los años, idénticos unos a otros, hasta el día del Suneung, el terrible examen para entrar a la universidad. Es el segundo martes de noviembre. Esa mañana, los funcionarios tienen permiso para llegar una hora tarde a su trabajo con tal de no congestionar y retrasar la llegada de los estudiantes. Sus madres pegan yots en las puertas de los edificios donde los evalúan. Esos pasteles de arroz glutinoso simbolizan el deseo de las mujeres para que sus hijos alcancen el SKY, iniciales de las tres universidades más importantes del país: Seoul National, Korea y Yonsei. Menos del uno por ciento lo consigue. Hay quienes presentan el examen hasta cinco veces. Otros optan por una universidad menos prestigiosa. Además de ser un asunto de Estado, el Suneung también es responsable de la altísima tasa de suicidios entre adolescentes.”

Ese momento terrible, en el que los jóvenes, junto a sus familias, se juegan (o creen jugarse) su destino y su futuro, es lo que retrata el documental Reach for the SKY. Pero no solo describe y muestra esa ansiada llegada al cielo, sino también algunos de los negocios y negociantes que este sistema terminó creando. Una sistema sobre el cual todos parecen estar de acuerdo en criticar y señalar como defectuoso, pero que aún y a través de ya muchos años, sigue funcionando y marcando la vida de la sociedad coreana y su escala de valores.

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Para mostrar este momento tan crítico y, como bien indican las frías estadísticas, la mayoría de las veces frustrante para los estudiantes coreanos, los directores realizan un documental en el que acompañan y registran un año en la vida de tres jóvenes. Cada uno de ellos en distintas circunstancias y con diferentes entornos familiares. Al retratar este sistema terrible, los realizadores también muestran como la sociedad reacciona frente a este hecho. Desde la solidaridad de la policía, unas bellísimas imágenes de archivo en formato fílmico, en las que vemos como los patrulleros ayudan a los estudiantes a llegar a tiempo para dar el examen; hasta el surgimiento de profesores que brindan clases de apoyo y se terminan transformando en una suerte de predicadores evangélicos -y millonarios- a partir de sus apariciones televisivas o en canales de You Tube. Tal es el caso de Kim Ki-hoon, a quien el documental, a pesar de las características del personaje, muestra de manera distante y respetuosa. Y aquí, en este gesto, es en donde reside una de los grandes méritos de la película.

En un cine actual, en donde la búsqueda del impacto tanto desde lo formal hasta lo narrativo parece ser el máximo logro (incluso en el universo de los documentalistas), la dupla de directores apuesta por un cine que, siguiendo aquella máxima de Robert Bresson, no embellece, ni afea y mucho menos desnaturaliza. A pesar de lo dramático del tema, Reach for the SKY nunca exagera ni carga las tintas en los acontecimientos y personajes que retrata. Es a través del uso de las herramientas cinematográficas (para decirlo más corto: el cine) que logra superar los dos grandes problemas en el que suelen caer la mayoría de los documentales. Por un lado el exceso de formalismo y por otro, la falta de cuidado en las imágenes bajo el pretexto de la importancia e inmediatez del tema que se está contando o retratando. Aquí los directores no eluden estos problemas, al contrario, los enfrentan animándose, inclusive, a la utilización de una música diegética que se invisibiliza utilizando el simple truco de estar ubicada bien al frente (a la vista o mejor dicho, al oído) de nosotros los espectadores. A la manera que enseño el escritor E.A. Poe en su cuento La carta robada, dejar las pruebas a la vista, puede ser la mejor forma de esconder los rastros de un crimen. Un crimen, como suele ser el uso de la música en los documentales.

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El uso de la cámara y la fotografía (como también las intervenciones en forma de sobre-impresiones en las imágenes que brindan datos concretos al público) son otros logros fundamentales de Reach the SKY. La cámara siempre sigue a los personajes, pero no lo hace como una mosca en la pared, testigo secreto de lo que ocurre, sino como especie de compañero casi invisible, siempre al lado, pero nunca molestando con su presencia y con un pulso justo, que no hace más que bajar los decibeles, incluso en las situaciones más dramáticas y llenas, por qué no, de suspenso.

Es esa certeza, la de que estamos ante un problema tan grande, y sin una solución inmediata, que lo mejor es simplemente exponerlo sin adornos ni subrayados groseros, sin acusaciones, ni mucho menos apuntando con el dedo y entregando soluciones, lo que le da identidad y grandeza a este documental. Un problema, y una industria creada alrededor del mismo, que a pesar de ser identificado y expuesto, no parece encontrar soluciones, ni siquiera respuestas; sino simplemente una convivencia dolorosa en una sociedad que, a simple vista, parece diseñada para los ganadores.

En este particular Via Crucis al que se ven sometidos los estudiantes coreanos, en donde ni los maestros ni los compañeros parecen funcionar como refugios a los cuales recurrir, son los padres quienes, al ver a sus hijos atravesar tal sufrimiento, tratan de aliviar las consecuencias de un posible fracaso.

Algunas veces acompañando de una manera casi ciega, como si se tratara de hinchas de algún equipo de fútbol, y en otras tratando de atemperar la posibilidad de un futuro fracaso. Estas escenas de familia, luego de enterarnos de los resultados del fatídico examen, son los momentos más conmovedores y de mayor intimidad de todo el film. En ellas las madres y padres se alegran ante el éxito de sus hijos, o los acompañan en el caso en el que los resultados no hayan sido los esperados, mientras tratan de buscar alternativas ante el futuro y minimizan lo ocurrido.

Son los padres y no los amigos (la amistad parece otro campo de batalla en la película, con su escala de valores y méritos), quienes ofrecen un bálsamo a los jóvenes coreanos. No es extraño en una sociedad en donde las tradiciones parecen imponerse a todo y lo antiguo convivir, a veces de manera secreta, entre la modernidad y el progreso.

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Tuve la suerte de ver Reach for the SKY en el pequeño, pero muy interesante, Seoul Independent Documentary Film & Video Festival, allí la película fue presentada luego de su estreno mundial en el Busan International Film Festival. Al finalizar la función, un director y una espectadora me comentan lo mismo, aunque lo hacen por separado, sin saber que opinan lo mismo. Los dos me dicen: «Esto es Corea». Mi primera reacción es oponerme a esta aseveración tremenda, pero me doy cuenta que no tengo los conocimientos necesarios, ni siquiera para empezar a argumentar o discutir con mis amigos coreanos. Corea del Sur, como casi todos, es un país complicado.

Pocos días después me entero de la existencia de una novela, aún sin traducción a otros idiomas, que trata sobre la vida de un joven y sus pocas posibilidades en el presente y sus angustias ante la falta de un futuro. La novela, del autor Jang Kang myoung, se llama Corea, I hate you, but… En ese título se resume y describe de manera casi perfecta el sentimiento que muchos coreanos tienen con su país.

Alguna vez Joseph Conrad escribió que el gran logro de la novela es el de hacer justicia al mundo visible. Y este es el mérito de los directores Choi Wooyoung & Steven Dhoed con Reach for the SKY, ser honestos y rigurosos mientras nos muestran un problema que parece no tener solución. El mundo sigue siendo un misterio y el cine documental una herramienta para tratar de entenderlo.

Marcelo Alderete

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