Por una extraña razón el pueblo aparecía en el mapa. Se trataba de dos casas a 500 metros una de la otra; unos galpones gigantes y vacíos y otra casa para los peones que vivían allí durante la semana. Pasé por verdaderos pueblos, con panadería y todo, que no tenían ni nombre. Parecen caprichos. Por qué este sí y por qué este no. Porque antes vivían como 500 personas; o porque antes por aquí pasaba una ruta que ya no está o porque había una gran estancia de esas que tienen adentro escuela y todo. Ya lo dice la canción, ¨everything is temporary anyway¨. Los pueblos también nacen y mueren. A veces con escándalo; a veces de muerte natural. Me acomodé bajo un techo y de la casa más cercana (en la otra, más lejos, estaban faenando un chancho) se acerco un muchacho a charlar y con leña para hacer fuego. Sin querer vimos el atardecer (los tractores viejos y los arados aún más parecían dinosaurios pastando) hablando de bueyes perdidos. Antes que se fuera la última luz me dijo que lo acompañara al galpón y me mostró una columna en el techo. Allí estaba, increíblemente blanca, una lechuza del campanario. Le conocía el nombre pero solamente la había escuchado una vez en Córdoba. En verdad la había visto desaparecer en la oscuridad pero apenas contaba. Mirar pájaros es amigarse con la fugacidad. Prepararse para algo que apenas dura. La lechuza del campanario en verdad es un ave extraordinaria pero que se la puede ver aquí y allá. Hay que saber buscarla. O que un pibe del campo te lleve a ella como sabiendo que es lo que necesitás. Esa noche iba a helar con ganas. El fuego duro lo suficiente y la lechuza dormía cuando me levanté a la mañana; dejó que la fotografiara y después se fue quizás molesta de que la despertara.

dj malhumor

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