La gran ola

Empezaron a verse unas venas sobre el piso de la terraza. Mejor dicho bajo la piel de las baldosas. Como en un cuento de Ballard abandoné la terraza a su buen parecer. Le di autonomía digamos. Y las plantas empezaron a crecer y a morir. Principalmente a crecer. Mi temor era que murieran todas. Lejos de ello se protegieron y se reprodujeron. Las plantas transformaron su entorno para poder seguir vivas. Una terraza en Buenos Aires con pájaros y arañas peligrosas. Las venas seguían creciendo. En el cantero hay un árbol con un tronco a esta altura inseparable con la estructura de la casa. Se volvió la casa misma. Y con la imagen de las raíces invadiéndolo todo me fui a Uruguay. En Misiones hay un árbol que empieza a crecer desde arriba. Primero se apoya en otro árbol y desciende en forma de lianas. Llega a la tierra y hecha raíces y comienza a crecer hacia arriba ahora tapando al árbol sobre el que se había posado. Es un árbol que se come árboles y ruinas. En verdad no se los come, los protege. Eso pasaría con mi casa. Cubierta por las plantas. ¿Tendré el temple para dejar que suceda? De regreso pasé por Punta del Este donde me detuvo el viento. A primera vista es una ciudad de Milfs y Beto Casellas. Y esta el mar. The Sea Is My Brother. ¿Existe título más hermoso que ese? El Marinero que perdió la gracia del mar. Ahí otro. Y la Ola. ¿Cómo fueron los días en La Paloma? Bife de carpincho, whisky y filosofía. El día siguiente anduve 120 km hasta Montevideo para encontrarme con las raíces. Cerré los ojos y vi la vida secreta de los árboles. Los argentinos estamos muy preparados para la Ayahuasca porque tomamos Fernet. Es lo que puedo decir por ahora. Llevo un diario hace años y me doy cuenta que es un parte meteorológico de mis estados de ánimo. No está mal me digo. Hacer una muesca contando como era el universo con nuestra presencia en él. Qué más qué menos.

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