19 de marzo. Ing Jacobacci. Preparando unos fideos en la cocina del gimnasio. Mi ropa lavada en la vereda. Hice yoga en el salón como si fuera el centro del mundo. Salí antes a dar una vuelta. Hice compras, visité el pueblo. Escucho pasar el tren. Leo una buena novela policial con un personaje que es un argentino judío abogado de gran clase.
22 de marzo. Río Chico. En un camping solitario. Mariano viene bajando desde La Quiaca a 220 km por día. En unos días nuestros caminos se cruzan en la cordillera. Vengo desde el océano. El día es límpido. El viento es irregular pero no terrible, sin embargo recién una ráfaga pasó por la calle principal trayendo una verdadera nube de tierra. Ya me habían dicho hoy los paisanos mapuches «los días de viento no se ve nada». Me hicieron una invitación que tontamente decliné. Unas pinturas rupestres y más allá, bastante distante (eso me detuvo) un volcán. Salí del pueblo continuando el cañadón ya con vistas hacia el Oeste de verdaderos cerros con sus cimas y otra Table Mountain o cerro mocho (hermoso nombre). Después de una subida no muy larga apareció la precordillera. Una pequeña emoción, contento de haber hecho este cruce. Llegar al mar, ver las montañas, cada vez tengo 8 años y es la primera vez. Bajé al cañadón del río chico. Un gran oasis junto al río de chacras con álamos y sauces. El oasis me trae recuerdos de otros oasis, Barreal, Los Antiguos, algunos pueblos norteños de la ruta 40 desde Salta a La Rioja. Ayer Don Velasquez, mucho más un diablo que un ángel, me contaba de cómo en el año 69 sacó el gordo de navidad junto a otros dos a instancias de un tartamudo. Compraron un Ford Falcon 0 km y viajaron por 7 meses con el dinero metido en una bolsa de arpillera que fueron gastando hasta que se acabó. Hoy volví a ver el halcón de ceja negra y vientre blanco que vengo viendo. Halconea y también se posa en el piso lo que es particular. Me pareció ver también otro halcón de dos colores con el lomo rufo. La cuesta del ternero de la que tengo un tan hermoso recuerdo y pensaba hacer otra vez resulta estar quemada. Es muy triste en verdad. Por momentos como si no hubiera lugar donde haya un desastre. Sin embargo el río baja calmo. Me acerqué y metí los pies en el agua. Qué alegría. Anoche un perro ladraba insistentemente en mitad de la noche. Esa clase de ladridos desesperados. Probablemente un caballo cruzó el pueblo, o una vaca. Pero esa insistencia a veces, no todos los ladridos son iguales, hacen pensar (me hacen pensar) que le ladran a una presencia extraña. Por eso nos despertamos. No todos los ladridos perturban el sueño. Aproveché a salir y mirar el cielo estrellado. Desde estos lugares lejanos veo la ciudad no como el centro que la mayoría de sus habitantes cree y siente que es, el lugar donde está todo. Donde está todo amontonado en todo caso. Entonces recuerdo otra de las cosas que me contó Velasquez. Que en algunas noches si uno sube a un cerrito que me señaló se puede ver Buenos Aires brillando en la distancia. Dos mil kilómetros al Norte. Give or take. Buenos Airess era una manera de decir, «se ve una ciudad clarita con todos sus edificios y ventanas iluminadas». Tiene razón el señor Velasquez porque yo no dejo de ver la ciudad desde donde estoy. La veo clarita y con todas sus ventanas y con todos los personajes de mi vida en ella. Haciendo quién sabe qué. Me contó el señor Velasquez también de la maestra que hace dedo en el camino. Vestida de blanco y con una maleta. Cuando el conductor desprevenido se detiene la maestra desaparece. Soñé ayer con mi hermana vestida de blanco. No era una maestra sin embargo. Era una especie de anfitriona en una fiesta, más flaca, más alta pero definitivamente mi hermana Gabriela. Desde hace un tiempo llevo mi diario de una manera desordenada. Parte en mi moleskine, parte en la laptop. Como con mis cosas que voy dejando tiradas por los cuartos de la casa. Pensé que había escrito algunas de las otras cosas que me contó Velasquez pero no. Que había sido esquilador de profesión y bailarín. Nací simplemente con el don me explicó. Que me dio dios y mi madre. El don de la esquila. Era un verdadero artista. Recorrí todo el país esquilando. Usted parpadeaba y yo le dejaba la oveja desnuda. Y jamás lastimé un animal. Tiene seis hijos desparramados, su esposa en el pueblo. He visto que en el campo se llegan a esos arreglos de una manera natural. Cada uno viviendo por separado juntándose para las fiestas y cumpleaños. Muy conveniente. Cuando cuento mi recorrido veo el desvío que hice hacia la meseta y esa tierra incógnita.
24 de marzo. El Maitén. En mi cuarto de hotel en una residencia semi destruida. Pero dormí cómodo y calentito con mi propia cama y baño por 3 euros. Je. Al llegar y entrar al pueblo encontré el lugar. Es particular, pero ya desde el paso por Ñorquinco el paisaje se sentía a Chubut. Esos cerros colorados y los ríos bajando mansos y rodeados de una aguada. Hermosas estancias y después recordé que es la tierra de Benetton. Llegar me costó. Lo siento en los muslos hoy. Trabajé. La ruta está en muy mal estado, mucha piedra y arena, viento en contra y muchas subidas y bajadas. Primero salí del cañadón donde está Río Chico. En verdad bien temprano en la mañana había ido hasta el cañón del río y el puente con una imagen hermosa de la primera luz sobre el pueblo allá abajo y el río bajando. Salí de ese cañadón decía y llegué a una pampa y el cerro mesa quedó atrás y empecé a ver la cordillera y antes de llegar a Ñorquinco esas faldas cada vez más pronunciadas típicas de antes de las grandes montañas. Especies de balcones y allí en esas hondonadas las estancias y el arroyo y los sauces. Pasé por el pueblo muy hermoso desde la distancia pero sin amor desde dentro. Enfilé entonces finalmente hacia la cordillera en un tramo en verdad hermoso. Me dio emoción sí. Unas nubes negras sobre la montaña dejaban caer algunas gotas y pude ver el cerro quemado también. El Maitén, como Junin de los Andes, como Aluminé, tienen el encanto de ser verdaderos pueblos rurales. Se ven las chatas yendo y viviendo, los paisanos y la gente dan conversación y es curiosa, algún caballo en un palenque. Es una mañana hermosa. Cayó helada y el cielo está inmaculado.