Estoy entre mundos. A mitad del día bajaron las luces del avión y nos pusieron a dormir. Un rato antes había visto el atardecer por una de las ventanas que una pasajera abrió por un instante. El sol se iba y nosotros nos alejábamos de él rumbo a lo oscuro. Pero era la mitad del día. Estábamos a mitad del vuelo y habíamos despegado a las 11 de la mañana. Llegué e Amsterdam a la medianoche, mi media noche, aunque allí ya se veían las primeras luces de la mañana. Un clima horrible. Una lluvia persistente y viento que barría. Nubes bajas y los aviones como aves gigantes agrupadas en un comedero. Pero estaba feliz. Asombrado sería mejor la palabra. Anduve por el aeropuerto vacío y llegué a la puerta de mi conexión a Berlin. Cuando bajaron las luces me puse a escribir un artículo sobre Maradona. Me había comprometido a hacerlo y estaba demorando la tarea. Nada nuevo. La primera mitad del vuelo leí, vi una película de Bollywood y bebí y comí. Con el avión a oscuras no me quedó que escribir y de a poco se fueron hilvanando las ideas y transformando los tres documentales sobre los que debía hablar en uno. Ahora estoy en Olgashof, una comunidad, un pueblo, en una casa rodante no distinta a la de Nomadland. Ben se fue con su amiga Sabine, una niña de 40 años. Una linda sonrisa, los genes de Karin pero sin los rasgos del rostro que hacían a Karin una belleza total, la belleza definitiva. Tardé unos minutos en darme cuenta. Pero de entrada la reconocí. Ella era, era Karin, aquí en Alemania y no en Chile o quién sabe dónde. Salir al gran mundo. Dormí mientras esperaba el segundo despegue y dormí después algo más en el tren de Berlin a Wismar. Me desperté dos veces sobresaltado en ese viaje. La primera pensando que me había pasado de estación. Imposible ya que el tren termina en Wismar. Es un tren regional que tiene este nombre: Strand-Land-Meer Zug. Tren-Playa-Campo-Mar. Sonreí. Es un gran augurio viajar en un tren con ese nombre. No podía pasarme de estación porque más allá está el puerto y un poco más allá el mar. Un tipo me vio sobresaltarme como en un mal sueño. Después ya dormité viendo el paisaje. Ben me esperaba en la estación. Estaba contento. El pelo largo, como un rockero que ha envejecido bien. Los mismos zapatos rústicos hechos en un pueblo en Suiza, el mismo cinturón de cuero con una guarda pampa que le traje hace tres años la última vez, la misma chaqueta. Yo llegaba con un bolso grande porque preparé el equipaje a última hora y solo atiné a tirar las cosas allí dentro, no podía ponerme a pensar en mochilas y compartimentos y lo que dejaría en el barco y lo que llevaría conmigo eventualmente si continúo en bicicleta. Un poco más allá de mi casa rodante hay un carro que parece un vagón de tren y que le vi a gitanos en la vida real y en Peaky Blinders claro. El ocupante vino a saludarnos. Dj Tomate. Pude llegar a ver los vinilos en el interior. Ben me dijo que probablemente escucharía algo de música lejana hasta que se emborrachara y se durmiera. En la madrugada me despertó el canto de un pájaro muy potente. Un trino agudo y punzante. La luz se había ido pasadas las diez de la noche. El anaranjado del atardecer que persiste. Estoy en el norte. Leí un libro de Baricco recomendando libros y ahora los tengo a todos en el kindle: una historia del fútbol en italiano y una historia del romanticismo de Isaiah Berlin, varias novelas fundamentales de las que jamás había escuchado, cuentos del Oeste por Elmore Leonard, ensayos sobre literatura francesa de un tal Fumaroli y A Sangre fría de Capote. El libro de Baricco fue perfecto para el viaje. Un escritor simpático escribiendo de sus libros preferidos. Mejor dicho acerca de sus libros preferidos de los últimos 15 años. Dudaba en zambullirme en este libro en especial pero cuando el primer libro del cual hablaba era Open de André Agassi sonreí como si Baricco me hubiera hecho un guiño. Que libro excelente e inspirador es Open. Baricco había sido un escritor a quien seguí y disfruté pero del cual tengo un poco de verguenza. Demasiado sentimental, demasiado centrado en la belleza del mundo. Seda, Océano/Mar. Libros que disfruté y recomendé y regalé pero que los consideraba algo ñoños ahora. Con Castello di Rabia que compré y leí en un viaje tan atrás que parece otra vida empecé a aprender italiano. Así que durante estos últimos años acumulé sus libros sin leerlos hasta este momento que por supuesto es el momento justo. Baricco es alguien que invitaría a mi casa. Entre otras cosas porque tal vez vendría, tan a la tierra parece, tan metido en un camino no solo de escribir sino de mejorar su propia persona. Y entre medio de las recomendaciones varias reflexiones que me interpelaron como el libro de Agassi en la primera página. La lección de Baricco de que si nos dedicamos a algo por mucho tiempo y sosteniéndolo en el tiempo al final, descubrimos y sabemos algo que de otra manera no se ve, lo que eventualmente puede ayudar a crear una obra, un objeto que no abría aparecido en el mundo. Esa es su respuesta a la pregunta que una autora joven de una sola y primera novela brillante le formuló al saber que esa joven andaba vagando por el mundo en una camioneta, segura, el suponía, que era mucho mejor vivir que escribir.
Otra coincidencia. Baricco recomienda un libro de Stephen Zweig. La biografía de Magallanes que yo leí hace tiempo y es la curiosa fuente que utilicé más de una vez de viaje con turistas por la Patagonia. Imagino que la otra tarea a realizar por mucho tiempo y con dedicación es la vida en una pareja.
El segundo día. O el tercero, según se cuente la hora oficial o las horas transcurridas me quedé de madrugada leyendo una historia del fútbol y por la mañana me metí con Emmanuel Carrère que es mejor escritor que Baricco pero debe ser un gran hijo de perras. Y siempre se sale con las suyas.
Otra cosa que tiene la poesía del jet lag es el dolor de cabeza. Es el mismo dolor de cabeza de la altura, o la deshidratación. ¿Por qué leer un libro de yoga de un tipo que le roba la mujer a un amigo y no solo sino que se vuelve famoso al escribir sobre lo malo que él es para lavar su conciencia? El primer libro acerca del yoga que leí lo robé. True story. ¿Fue una mala o buena acción? Si robar ese libro me iba a mejorar seguro que no. Me gusta la broma. No lo robé. Lo rescaté. Rescato libros abandonados en hoteles. Libros dejados en bibliotecas que no los merecen.
A pesar de la jaqueca salí a correr. O por ella. El bosque, los campos sembrados, los caminos rurales.
Otro libro: Hans Blumenberg. La sonrisa de la muchacha Tracia. La sonrisa de Néstor. La triste lección de solo comprender cuando se produce el vacío. Néstor vino a mi vida para traerme la risa. ¨Vivis enojado¨ me repetía una y otra vez. Si. La otra triste verdad de que siempre culpamos y peleamos con el mensajero. Otra vez desperté en la madrugada. Entre el Yoga y el Calcio. Pienso en Coco allá solo sin su adversario. Pienso en como doy por sentado las amistades como si fueran intercambiables, como si siempre fuera posible ese encuentro maravilloso. No.
Marchó. Marchó Nestor. Ahora veo las cosas que él quería decirme y yo no escuchar. Siempre poniendo peros. ¿Qué es la vida? Poner peros.
Nestor, mi amigo, te cuento, los colores son muy intensos porque contrastan con las nubes que avanzan y avanzan. Al atardecer, con esa luz del Norte que se filtra y no lástima llegan los cúmulos.
Paso mis días en Holgashof sin tiempo. My own private cuarentena. Mi manera de estar en el extranjero como le gusta a Carrère. Nada de visitar museos o cosas parecidas. Simplemente estar, ir de compras, tomar un café. Comimos con Ben un kebab en la camioneta en la ciudad vieja frente al inbiss. Después fuimos a la isla de Pole a buscar un taller para hacer una soldadura en el mástil. Néstor, mi amigo, salgo de viaje.