Primero me crucé un tractor. En verdad se terminaba el día y tenía que buscar un lugar para pasar la noche así que bien podía decir que por último me crucé un tractor. Nunca se sabe bien donde empiezan y terminan las cosas. Saludé al chofer y conversamos en una bifurcación del camino. Me preguntó si yo era un aventurero porque sí era así era el primero que veía. Quería decir si yo andaba por ahí ahora o toda mi vida era así. Mi vanidad pudo más y contesté que era bastante aventurero. Agregué que él también lo era; eso de andar solo con un tractor por el medio del campo. Quise decir que en todo caso era tan aventurero como él pero creo que me salió otra cosa. Me indicó que siguiera por el camino de los eucaliptos. Desviar para ese camino de eucaliptos gigantes fue cambiar de estado. Deberían ser muy viejos, doscientos años quizás. De hecho llegué a una estancia del 1780 con iglesia y todo. Caí directamente en ella y pensé que me había metido en propiedad privada. Lo era, pero el camino pasaba por allí. Los hombres mueren, las propiedades se dividen, los herederos dilapidan la fortuna. A la derecha del camino el casco de la estancia ahora un hotel de lujo, a la izquierda del camino un galpón de esquila grande como un estadio de básquet, mi casa lejos de casa. La luz del atardecer, el polvo y los objetos arrumbados dan un aire de película de los hermanos Quay. Mi palacio tiene también un amo de llaves. Un hombre corpulento de ojos claros y extraviados que me saluda simpático. Es el señor del lugar. Me puedo quedar, por supuesto, pero el lugar es gigante y va a hacer frío. Allá al fondo está su cocina y cuarto. Cuando ando por los caminos en general tengo el sentimiento que nada puede pasarme. Hasta que tengo el sentimiento de lo contrario, en las ciudades grandes, en algunos suburbios; en la Argentina empobrecida y desvastada, bah.
El amo del galpón hablaba rápido con aire de personaje de Roberto Artl. No era del campo, estaba aquí hacía dos años. Refirió al menos tres o cuatro trabajos, dinero ganado y perdido, contacto con poderosos y bajos fondos, la posibilidad de ser un maleante y no serlo. Un fugitivo en definitiva. Acá estaba como un rey. Nadie lo molestaba. El dueño de la estancia, un heredero que no entendía mucho lo dejaba hacer. No ganaba mucho pero era dueño de su tiempo; además podía carnear un cordero cuando quisiera. Preparó unas costillas en la cocina a leña y me invitó. Cortando la carne sobre una mesa de madera vieja en la semipenumbra del lugar lo convertía en un asesino de película clase B. Yo mismo, con mi cansancio y no saber nada podía ser la víctima perfecta. Comí escuchando historias que recuerdo como un eco. Cuando el sueño dijo basta tiré mi bolsa sobre un catre en la habitación más grande que jamás haya visto, con lugar como para 100 camiones. Me acobaché hasta que el calorcito apareció y me dormí entregado. Dormí a pata ancha y la mañana siguiente me despertó un silbido. Un pájaro, tal vez un zorzal, cantaba en la inmensidad del galpón. Las paredes amplificaban como un teatro, el sonido era nítido y único. Una aparición en mí vida, un premio extra a tan solo un poco de confianza.

Dj malhumor.

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