La lluvia cae sobre la carpa desde hace horas. Es un sonido hipnótico. Es una lluvia suave. Escucho a Satie en mi cabeza. La música empezó sin que lo notara. Una cosa llevó a la otra. En la novela que leo (porque estoy leyendo mientras cae la lluvia) un personaje toca una pieza de Satie en el piano. Es un comentario al pasar casi sin importancia. El escritor, la voz, escucha la música desde lejos, en otra habitación. Esa escena me lleva al sueño de anoche donde alguien escuchaba a Satie también. Me suele suceder que el día me va proveyendo indicios, señales que me hacen recordar un sueño olvidado. De la vida al sueño. Si lo contara al revés, del sueño a la vida, podría decir que son visiones del futuro. Claro que son visiones modestas y sin importancia. Mañana en la novela va aparecer una melodía de Satie dice la revelación. Aparece escrita la frase claro pero ahora la melodía está en mi cabeza. Escucho melodías en mi cabeza casi todo el tiempo. No me doy cuenta porque es la música que me me gusta, es mí música: Mogwai, MBV, pop de Suecia y Canadá. Pero ayer mientras leía tirado sobre una roca muy lisa y suave mientras escuchaba el río escuchaba también una música que no era la mía. Si no fuera porque no tengo dudas pensaría que estaba enloqueciendo. Eran guitarras lejanas como de hard rock, o power pop o grunge, no llegaba a distinguir. Se confundía con el río y el viento. Tal vez esa música lejana es otro nombre para un ataque de jaquecas, no lo se. Faure en mi cabeza, en la novela, en el sueño. Es una novela de Michael Chabon (vaya nombre). Las increíbles aventuras de Kavalier & Clay y he aquí otra cosa extraordinaria: estoy es una carpa escuchando la lluvia en las montañas, en un valle entre glaciares en un parque nacional en Noruega que se llama Jutenheimen. La novela está ambientada en New York en los años de la segunda guerra mundial y retrata la edad de oro del cómic. Sin embargo una serie de peripecias lleva al joven Kavalier, como si fuera en otra novela y en otra vida a la Antártida. Es todo un capítulo de otro libro que ahora entiendo fue escrito para mí. Allí el joven Kavalier vive una aventura febril y alucinada con otro habitante solitario del continente blanco en esa época desquiciada. Un alemán solitario en otra base a mil kilómetros que tiene este nombre: Jutenheim. Es el mismo nombre del parque donde ahora estoy. Hay una pequeña variación del noruego al alemán que son idiomas muchas veces parecidos. Leo ese nombre, Jutenheim por primera vez en mi vida mientras llueve sobre mi carpa y mientras la misma novela nombra a Faure que dispara el recuerdo de esa melodía maravillosa y dispara el recuerdo borroso de un sueño en que también el soñante (yo mismo) escucha a Faure. Cuáles son las chances me digo. Un matemático diría que el azar absoluto no existe y que es mucho más difícil de recrear (imposible) que estas coincidencias milagrosas. Así y todo. Cae la lluvia sobre mi carpa y el mundo está detenido. Pasan las horas. Y leo como Kavalier solo en la Antártida está a punto de enloquecer y para no hacerlo se sube a un avión (que no sabe pilotear) para llegar a la base de Jutenheim y matar a su enemigo más cercano. Yo en Jutenheimen leo y escucho a Satie y escucho la lluvia. Pronto se va a detener y aunque sean casi las cinco de la tarde voy a salir a caminar y voy a subir a una cima que adivino desde aquí y me voy a sentir dichoso. Porque no hay nada más lindo que estar solo en una montaña y no hay nada más lindo que el cielo que se abre y las nubes que pasan y ese momento después de la tormenta en que el mundo parece recién creado.