Me pegué una ducha con la misma manguera con que el paisano bañó al caballo. Y en el mismo lugar. Cuando me di cuenta me dio risa. Estaba solo ya y no podía estar más feliz. Había sido un día de calor agobiante. Faltaba poco para el atardecer cuando después de una curva apareció un molino, unos galpones dispersos y más allá escondida entre los árboles una casa. La tranquera estaba abierta y entré a buscar agua. Estancia Los Riojanos. Ahí llegó el paisano al galope. Tal vez me había visto, no sé. Era un muchacho joven. Por suerte había dejado la bicicleta apoyada en la tranquera. Era un suelo arcilloso y el agua corría siguiendo el desnivel. Duraba un poco en la superficie y después desaparecía. El agua fresca del molino al final de día. Al final del día siempre hay un regalo. Nunca pasa un día sin una maravilla. Es fija. Un pájaro, un color, una perspectiva, una cualidad distinta en el silencio. El paisano estaba medio desconfiado al principio, me preguntó si no me habían echado de la casa con todo ese equipaje. Si, claro que sí. Oh, desdichados aquellos que mueren lejos de su lecho. O en lechos ajenos. Cito desde mi desmemoria. Se fue a la casa, volvió bañado y en alpargatas limpias. Tuvimos una conversación de palabras sueltas. Después de un rato se fue con su auto rumbo al pueblo unos 30 km más allá en dirección del calor. Me dejó solo con el molino y los galpones. Cuando se estaba yendo la luz me acerqué otra vez a la tranquera y el camino. Una tormenta gigante avanzaba por el horizonte. Se filtraba el rojo entre las nubes que lo teñía todo y ya se empezaba a ver los rayos que caían sin pausa. Me quedé allí en medio del camino. Vi cruzar una sombra negra de un perro o un zorro. En el campo del otro lado había otro molino que rechinaba y me di cuenta que estaba en un centro del mundo. Estaba cansado pero me quedé un largo rato hipnotizado. De a poco la penumbra se fue iluminando con luciérnagas. La tormenta que pasaba, las descargas, las luciérnagas y el molino. Interestelar. Una a una se habían desvanecido las capas sobre mi espalda y estaba completamente solo. Estaba listo para que hicieran contacto. Durante la madrugada la tormenta estaba rondando mucho más cerca, los relámpagos iluminaban la carpa y algunas gotas repiquetearon sobre su techo.
Ayer me dejó un mensaje Gabriela contándome que está preocupada por mamá. Se pierde, olvida. El otro día no reconoció a Horacito. ¿vos sos Horacito, no? Le dijo y lo dejó mudo sin saber si lo estaba cargando o qué. Se lo contó a Gabriela cuando había ido a arreglar el portón. Justo cuando dejó de romper las pelotas ya no es mamá. La mayoría del tiempo. Esa repentina sabiduría, ese abandono de las quejas es en verdad un reacomodamiento de su cerebro. O quién sabe qué. O su ser tal vez, no sé. O el comienzo de una despedida. Ahora que voy pensando que esta mamá sabia no es en verdad ella, extraño a la otra. Yo pensé que mamá terminaría sus días como una vieja mala y está pasando al revés. He estado tan en la niebla. No hay nada más nocivo que las ideas que se nos fijan en la cabeza.
La charla, la serie de mensajes, fue el día del eclipse. Me levanté confundido (iba a decir angustiado) después de un sueño muy extraño. Tenía que atar unas cuerdas y estaba Pontello, el kiosquero legendario de mi escuela primaria. Un tipo acerca de quién no pienso por supuesto hace décadas. Había sido empleado de banco como mi viejo y en un momento de agotamiento total abandonó todo y aprovechando que su casa estaba frente a la nueva escuela abrió un kiosco y librería. Su esposa se llamaba Electra. Perfectamente podría haber sido Medea también o principalmente. El día del eclipse anduve abombado de aquí allá haciendo mandados que es lo que se hace cuando uno no sabe qué hacer. Hacer los mandados. Que frase más antigua. Cuando vuelvo a la ciudad soy el marinero que perdió la gracia del mar.
Por la noche me tiré agotado a ver televisión. Vilas caminando por Mónaco como un rey en el exilio. Perdido entre la gente y buscando ser reconocido para volver a ser el rey. Una figura trágica sin duda. A Vilas lo vimos con mi hermano una noche. En verdad ¨la noche¨ aquella en que tocó por primera vez en Buenos Aires Faith No more. Fue tan bueno ese show que años después cuando vimos a los Peppers queriendo repetir la experiencia nos parecieron una bandita. Fue el comienzo del ruido blanco en mis oídos. Se lo debo a uno de los conciertos más extraordinarios que vi en mi vida. Estábamos entrando tranquilamente y atrás nuestro Vilas solo con su entrada. ¨Qué hacés Willy? le dijo Fede. En mi habitación de adolescente había tres posters gigantes y enmarcados como si fueran obras de un museo: Robert Smith, Magic Johnson y Vilas. El de Magic Johnson lo había olvidado hasta recién. Mi favorito era Jordan pero era el que conseguí.
Vilas, como mi madre tal vez, va olvidando quién era para llegar al día de la pura existencia. En el documental muestran los diarios de Vilas que son muchos. Escribía todo. También grababa cassettes. Se ve que quería dejar registro de cada evento de su vida. Entrenar, jugar, registrar, dormir. La vida en su máxima simplicidad. O la vida despojada de todo. El playboy que en verdad era un monje. La vida dedicada a un fin. Las fotos de Willy joven son la de un semi dios griego. Se ven listas de nombres. Toronto: semis, Washington, gané. Gstaadt: gané. Como si fuera Alejandro Magno que fuera escribiendo por las noches junto al fuego de su campamento: persas: conquistados, medos: exterminados. Hubo una época en que quería recordarlo todo para poder citar. Y hubo otra época en que quise olvidar para convertirme en lo que leía y veía. Y hubo otra época en la que hubiera querido no haber leído nunca nada.
Leo un libro maravilloso y complejo de un alemán muerto; un escritor alemán muy famoso como dijo un periodista deportivo hablando del fundador de la Gestapo. Hans Blumenberg. Hans de la colina de las flores. El libro se llama El trabajo sobre el mito y parte de una tesis fundamental: el homo sapiens al adoptar la posición erecta y poder ver el horizonte sintió terror. Explicar los mitos, la cultura y la civilización es explicar ese terror. Recuerdo, ergo, miento. Hay un mito fundamental (que no lo parece) que es aquel de la prohibición de mirar hacia atrás. La prohibición de mirar todo lo que queda a las espaldas de ese mono que se irguió. Agregaría algo más (tal vez viene después en el libro que no quiero terminar) la prohibición de no mirar lo que queda atrás no solo en el espacio sino también en el tiempo. Vivimos en un lugar petrificado por no poder dejar de mirar hacia atrás. Vilas, el muchacho hermoso que fue Rey, necesita que lo vuelvan a coronar. Dicen que Robert Graves en la vejez vagaba por su biblioteca mirando las ediciones de sus libros en todos los idiomas conocidos y preguntaba si es verdad que él los había escrito. Vilas toma una raqueta y se pregunta si fue él quién ganó todas esas batallas.