Todos los años lo mismo. Siempre tenemos algo de qué quejarnos y no está bien. Dá bronca estar siempre en la vereda de enfrente, parece que fuera una situación que uno buscase, que la disfrutara o que formara parte de nuestra propia naturaleza.
No es así, se los aseguro. No nos gusta quejarnos. No lo hacemos porque odiamos al que hace cosas o porque nos moleste el éxito de los demás. Ni estamos todo el tiempo buscándole la quinta pata al gato. O la otra cola. O lo que sea.
Este año estamos molestos por dos o tres cositas, alguna de ellas síntoma de toooooda una tradición, otra consecuencia inevitable del pasar de los años y otra puntual que nos hincha reverendamente las pelotas. Vamos por partes.
Nos pone de muy mal humor ver que un proyecto con más que sanas intenciones, como es un Festival de Cine Independiente, se vea cada vez más copado por un multimedio. Lo mismo pasa con el Festival de Mar del Plata, dirán algunos con mucho tino (sobre todos los fans de Los Parchís). Sin embargo, el Bafici parece seguir en un cuesta abajo que puede terminar de la peor forma posible: teniendo nombre y marca, como Obras. Triste. Y mucho. Esperemos que no pase.
Sabemos que un emprendimiento de esta envergadura necesita de todo el apoyo necesario, pero quizá… Bah, en realidad ya nos da algo de miedito…
Otra cosa. El éxito de un Fest no se debe medir por la cantidad de películas exhibidas. Nunca. Me animo a afirmar que este año es uno de los que peor está viviendo el público, bastante poco conforme con las propuestas que va enfrentando. El boca a boca viene siendo bastante tristón. Nadie habla con mayúsculas casi de ninguna película, nadie sale muy entusiasmado. En general, todo queda en una tibia aceptación. Si el precio de programar 800 películas es que muchas de ellas no tengan una calidad o un interés aceptable, para qué incluirlas. Sí, ya sé, alguien que esté de la otra vereda puede hablar de gustos y de quién es uno para plantear este tipo de cosas, que seguramente hay gente que disfruta de las películas, que uno es un tarado, blablá. Bien, recomiendo a quien opine así pararse frente a la salida de una sala cuando se termina de proyectar, por ejemplo, Two Girls. O a la salida de Turn The Music Down. Con eso creo que basta.
Y algo más. Es una verdadera falta de respeto para el espectador tener que soportar 10 minutos de propagandas antes de cada puta función. SIEMPRE. Perdonen el exabrupto. Me salió de adentro.
Llevo vistas unas ¿15 películas? ¿20? En suma son casi 200 minutos perdidos viendo las mismas propagandas, casi en el mismo orden. Para colmo tienen menos onda que el programa de las Trillizas de Oro. Es realmente insufrible, una tortura que supera cualquier tipo de lógica. No me van a decir que era la única forma de pautar con los auspiciantes. Es una vergüenza para uno que lo padece como espectador y para los realizadores que exhiben sus trabajos. Y para colmo tienen el tupé de decir que las puertas de las salas se cierran al comenzar la función por “respeto a los realizadores”… Calculo que al ser consultados, más de uno coincidirá en preferir que un espectador entre 3 minutos más tarde antes que 10 MINUTOS RELOJ de publicidad. Si exagero que alguien los cronometre.
Y ya van dos o tres invitados que no sólo están sorprendidos por esto, sino que aseguran no haber visto tanta marketineada en otros Festivales. ¿Será el precio de ser tercermundistas?
Retomando, seguimos siendo los que siempre se quejan. Los que viven a contramano. No es un rol que nos interese. Pero tampoco nos gusta escuchar a más de un periodista putear por las mismas razones y después sonreír como si nada.
Y aunque no nos interesa ser los quejosos de turno, presiono “Publicar entrada” y dejo que Blogger se encargue de subir esta palabras al ciberespacio.
Pablo