Me voy a poner odiosamente autoreferencial, sepan disculpar.

Me pasa que hay películas con las que siento una conexión muy fuerte aún antes de verlas, quizás a partir de una foto, el poster o -lo más obvio- el trailer. Hablo de los casos en los que en el medio no hay nadie: ni un director al que admire, un actor o actriz de esos que uno visita incondicionalmente, un músico o nada por el estilo. Hablo de una simpatía que se transforma en empatía en el preciso momento en que algo de esa película llega a mí. Ese amor incondicional, esa sensación de afiliación a causas ajenas que prontamente se transforman en propias, no sucede a menudo. Por suerte, por supuesto, sino no sería algo tan especial. Algunas veces -las menos- puede suceder que el visionado de la película cambia, lo arruina: no, esto no era para mí. Sin embargo, lo que pasa casi siempre es que se confirma esa hermandad, esa cercanía, esa fuerte identificación: sí, esto es todo lo que esperaba.

Gravity… es exactamente eso -todo lo que esperaba- cuando me enteré de su existencia unos meses atrás. Es experimental, es puntillosa, es desprolija, es absolutamente libre, es una trampa cuidadosamente puesta por su director, víctima y victimario de una convicción. Es, la obra de un autor. Es la historia de un cineasta reconstruyendo la historia de una construcción hecha por amor. Green, el director, oyó hablar de un tal Leonard Wood, un ferretero que construyó con sus propias manos su casa y que a partir de la enfermedad de su esposa, siguió la obra en clara ascensión, intentando transformar a la casa en una máquina sanadora. Quería curar a su mujer de cáncer. Construyendo.
Más allá de la probablemente falsa premisa, Green parece haberse inspirado en las elucubraciones de un tal Mark Linkous, un fuckin´songwriter, más conocido como el líder de la banda Sparklehorse. La película de Green es a la vez sucia y de una inusitada limpieza; casera, amateur y profesional; oscura y radiante; ínfima y universal; onírica, inasible, fugaz y duradera, con los pies en la tierra, centrada con el eje del universo. Gravity… es una experiencia que hay que vivir así, en pantalla grande, dejándose llevar por esa técnica marciana de animación de fotografías.

Y por el lastimero canturrear de la voz de uno de los narradores (o del único, quizás). Y por esa música que sí, remite a Linkous, aunque quizás lo haga menos que el resto de la película. No es poco decir.
Pese a todo lo embriagador a los sentidos que es el largometraje, el duro, durísimo final es el que nos devela el porqué detrás de un título tan particular. Enterarse por qué la gravedad estaba por todos lados en ese momento es doloroso. Y ahí es cuando la película termina. Y se prenden las luces. Y Wood y Green nos dejan solos. Ahí. Frente. A. Una. Pantalla. Vacía.
En algunos lugares, a la proyección de la película se le suma la presencia de la casa de Wood reinterpretada por Green. En esos lugares deben poner mucha plata para trasladarla. Aquí, en el Bafici, nunca podría suceder.
Gravity Was Everywhere Back Then, de Brent Green. Todo lo que esperaba.
Este es su trailer. Cuidado, cuando termina nos deja mirando otra pantalla vacía. No es la idea…
PD: Esta reseña sigue acá.

[fbcomments]

1 Lectores Comentaron

Unite a la Charla
  1. Anonymous on 14 abril, 2011
    Publiquen los links para bajar las películas, putos!

¿Tenés algo para decir?