24 de julio. Una foca merodea. Asoma su lomo, la cabeza, se sumerge. Los gaviotines siguen pescando y revoloteando incansables. Windless. Elvis Depreseddly como banda de sonido. Un momento. El mundo detenido. Todo el camino para este momento. O anoche corriendo por el camino vacío. Leo un ensayo de Frank Kermode sobre Wallace Stevens que escribe sobre la cercanía de su propia muerte bajo el hechizo de Heidegger. Leí otro ensayo sobre la muerte de Kermode también hace un tiempo y recuerdo que me tocó mucho pero ahora no puedo recordar con exactitud cómo y por qué. Van quedando los nombres y se desvanece lo que hay entre ellos. Las islas Shetland son en verdad una gran isla recortada como si fuera un fractal que se repliega hacia el interior y hacia el exterior al infinito. Una bahía que entra en una bahía que entra en una bahía en una isla frente a otra isla frente a una roca sobre la que el mar rompe.

Ya es 25 supongo. Atravesé un campito de ovejas hasta llegar a la calle que da al pueblo, un caserío en verdad. Las casas diseminadas aquí y allá. Un hotel, una iglesia, un negocio y un lugar de amarre con algunos botes viejos. Hay espacio. Colinas. Me quedé hablando con Mayra un rato y comenzó a ponerse oscuro. Hace semanas que no experimentaba eso. La oscuridad. Volví por el campo y vi el mástil del barco a la distancia. La playa con una ola que rompe en paz. A la distancia los acantilados e islotes. El mundo sigue detenido aquí. No quiero irme a acostar. La ola me hipnotiza. Leo una novela sobre newyorkers sofisticados. Me da envidia. ¿Cómo puedo ser tan idiota?. Los ostreros en la playa cuidan el nido.

29 de julio. Saint Ninian´s beach. Otra vez anclados en la niebla y la rompiente. Capas de nubes sobres las colinas. Nunca he visto tantos grises como en estos días. Hay una angostura entre las dos islas conectadas por una playa de arena fina y aguas verdes. Especial sí. Un Brasil patagónico si algo así fuera posible. De una playa se ve la otra y las elevaciones lejanas. Un caserío en la hondonada, lo oscuro que avanza. Mañana dejamos las Shetland para saltar a las últimas islas, las Okney, antes del continente, antes de esa gran isla en verdad que es el Reino Unido. Navegar es ir de una isla a otra, navegar es lo que lleva tiempo. Ahora que lo pienso si Noruega en verdad fue un poco una desilusión, una desilusión producto de mis propias e equivocadas ideas es porque hay puentes. Y túneles, y más puentes uniendo lo que no hay que unir. Como Facebook e Instagram.
Estas fueron las últimas entradas antes que muriera la computadora, ahora, semanas después, recuperada en un boliche de Bilbao. En España los boliches de computadoras son dominio marroquí y amigos. En Alemania pakistaníes y amigos y así. Ayer iba por el barrio elegante y después de un giro en una esquina estaba en Africa. Los dos mundo de esta ciudad que tiene el Guggenheim y construcciones de un puerto en ruinas. Mi primera verdadera ciudad en meses.

Estamos frente a una playa en una bahía protegida que se mete desde el gran canal. La gran isla principal tiene un contorno torturado, parecen varias islas pero es una sola que por momentos se estrecha en angosturas que parecen hilos. Sin embargo desde aquí se podría llegar a la capital, Lerwick. Las gaviotas posadas en la arena. Los gaviotines pescando (caen en picada y golpean como piedras). Unas casas de piedra y la ropa tendida al viento. Una liebre sale de la maleza y se muestra. Navegamos entre las islas con una fuerte marea. Podría ser Malvinas o el estrecho de Magallanes. La niebla sigue cubriendo todo aunque a veces aparece el sol. Las colinas redondeadas son un poco más altas. Pasó más temprano un delfín pero apenas se mostró. Los cormoranes vuelan rasantes de una roca a otra. Las risotadas de las gaviotas. // Se ven luces del otro lado del canal a travez de la niebla. Una brisa suave hace mecer el barco con el el kayak amarrado. Un sonido suave y espaciado como un chico que juega con las teclas de un piano. Las aves siguen incansables revoloteando y protestando. Corrí por los caminos vacíos, serpenteantes y barridos por la niebla. La entrada profunda de la bahía y el pequeño puerto dormido. Las casas desparramadas como dados sobre un tablero verde. Piedra, hierba y piedra. Al regresar los espaguetis del mediodía y unas mandarinas frescas como un elixir. La fatiga cae sobre mi cuerpo con el rocío, suave, insistente, sin pausa.

Habíamos dejado Noruega envuelta en la niebla y navegamos todo el día hacia el Oeste, dejando el mar y metiéndonos en el océano. Going west. A mitad del día, en uno de estos días tan largos, encontramos las estaciones petroleras, muchas, en hileras como insectos robots o naves espaciales llegadas desde otro planeta y esperando para la invasión. Un guardacostas nos dio indicaciones y después escuchamos en la radio, como si fuéramos espías, un alerta de tormentas. Justo en ese momento nos invadió el silencio y comenzamos a navegar hacia lo oscuro. Pronto apareció la luna y el sol comenzaba su lenta desaparición. Dj spooky. Como esa otra tarde en que empezamos a prepararnos para un temporal que vimos venir y sentir y que sin embargo no llegó. El silencio en un barco tan pequeño. El silencio que hace ruido. Los cierres de las camperas, el roce de los pantalones y las botas al ser calzadas. Esperar el agua y el viento. En lo abierto, sobre el lomo del animal.

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