¿Se acuerdan del sueco Jay Jay Johanson? En lo que a mí respecta volvió encarnado en un francés que se hace llamar Cascadeur. Lo extraño es que en verdad el sueco está ahí también, en un mundo paralelo. Ambos, junto a la voz de David Sylvian, en el otro extremo del registro, podrían ser postulados en una terna de las voces más bellas del mundo. No sé por qué dejé de escuchar al bueno de Jay-Jay que tantas alegrías y melancolías me trajo. En uno de sus libros, Milan Kundera, antes de que cayera en desgracia, me convencía que uno se enamora solo de ciertos gestos; la comisura de unos labios, una manera de elevar las cejas. Rasgos que van y vienen con distintas personas. No son las personas, son los gestos independientes de ellas mismas. Así con los timbres de algunas voces; así también con algunas canciones que aparecen y desaparecen. Voces andróginas, punzantes, extenuantes. Niños prodigios y delicados. Madres que aman demasiado. Adivino. Eventualmente nos hacen bailar, o mover los pies al menos. Su melancolía los hace queribles. Mi antídoto contra Rufus, variante Diva de la misma enfermedad. Dos discos de Cascadeur: The Human Octopus de 2011 y Ghost Surfer de este año. En el último disco de Jay-Jay como le decía Gisella hay una canción que se llama «Suicide is painless».