El puerto de la bruma

En Saint Pierre et Miquelon volvimos a encontrar a los franceses. Al principio no reconocimos al pibe porque se había afeitado. El código de etiqueta del mar es barba nu-folk. Se había afeitado unos días atrás para ir a ver al juez. Como leí en una novela buenísima – como todo lo que escribe – de Denis Johnson, «His going to court outfit». El personaje de la novela para ir a ver al juez se acomodaba el pelo con una colita de caballo y se ponía una corbata con imágenes de la capilla sixtina. Podría ser un personaje de Pynchon también. En verdad puede que lo sea porque no recuerdo bien si era una novela de Johnson o no. El hecho es que es un gran escritor y esa imagen me recuerda a él. En Vineland creo, la novela de Pynchon, otro personaje tiene que cometer algún acto de locura cada mes para recibir un salario como loco, beneficio secundario de la enfermedad que le dicen. A los franceses los agarraron con 40 litros de ron que traían del Caribe. Suena a película de Humphrey Bogart o cuento de Hemingway. El tema es que como les parecía nada al llegar al puerto en Nova Scotia bajaron el ron del barco y lo escondieron por ahí por las dudas. Un buen canadiense los vio, llamó a la policia y se ganó 1500 dólares. Ellos tuvieron que pagar 5000 dólares de multa y están obligados a salir del país en 15 días. Ahora en la isla hacen tiempo antes de volver a Europa. Saint Pierre et Miquelon es un grupo de tres islas francesas que está frente a Canadá (unas Malvinas digamos) con baguettes, croissants, euro y todo. Ayer desde la punta vimos a lo lejos Terranova. Después de cenar salimos caminando en una noche inusualmente estrellada y nos llevaron al bar del puerto. Como una novela de Simenon este puerto perdido en el Atlántico. Me dijeron que le iba a caer bien al dueño porque era vasco y tenía familia en Argentina. Así fue. Al entrar, unas chicas – un decir – bailaban solas synth pop francés que venía de una jukebox. Chicho en la barra sirviendo aperitivos de colores psicodélicos y un hermoso personaje sentado en la barra observándolo todo. Era un pescador gallego con una sonrisa enorme y dispuesto a contar historias a cada segundo. No era de esos pesados que no pueden dejar de decir sus cosas. Los nombres de los puertos, costas lejanas y mares salían de su boca de forma natural, como quien enumera las estaciones del tren que ha recorrido por años. En Argentina estuve sola una vez en La Plata cargando combustible. El Mar de Ross, Punta Arenas, Aysen, Puerto Chacabuco. Escocia, Irlanda y el Caribe. El vasco me pidió si podía encontrar a su familia en Bs As. Escribió el nombre en un papel: Alvarez. Le dije que iba a hacer lo posible. Nos invitó para el día siguiente para comer un salmón de nueve kilos que le habían traído. Una de estas tardes, antes de llegar, me dormí en la cubierta por unos minutos al sol. Soñé, aunque más acertado sería decir que vi, con una chica en una bicicleta roja. No veía su rostro y me quería decir algo porque insistía en volver mientras yo abría y cerraba los ojos somnoliento. Seguí así un rato hasta que se asomó una cabeza en el agua. Una foca. Parecía una persona, podría ser un buzo. Todo puede ser.
Al salmón lo comimos en el jardín atrás del bar bajo un sol encantador. La isla se abrió para nosotros. Habíamos llegado con una bruma que lo cubría todo. Y parece que es así buena parte del año. Así y todo la gente es muy amable y parece feliz. Hicimos una caminata hasta una punta por unas colinas rocosas y un suelo húmedo y esponjoso. ¨Gallego ¿sabes por qué me embarco?¨ Dijo el gallego que le preguntaba un rosarino que conoció una vez. Por la alegría de llegar a tierra. Después del salmón caminamos por la ciudad y tomamos café en el barco de los franceses. Se levantó una brisa y salimos rumbo a Terranova. Vimos un atardecer extraordinario mientras la niebla, lenta pero segura, volvió a tapar las islas.

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