Los días que siguieron me encontré dudando bastante acerca de las decisiones que tomaba. Rechacé invitaciones para ir a lugares que no están en el mapa; volví atrás en un camino que me indicaron y terminé en un camión en la compañía de 3 caballos; acepté otras invitaciones que no se si fueron tales y dormí una noche en el primer hotel que encontré lo que no es mi manera de hacer las cosas. Es tanto más fácil cuando no hay opciones. La gente paga para ello; pagamos para no tener que elegir; contratamos excursiones organizadas; vamos al psicólogo; compramos en cuotas, nos enamoramos perdidamente. Antes, para descansar, seguí los caminos de asfalto. Hice casi seiscientos kilómetros en cuatro días; de sol a sol. Crucé ríos verdes como nunca había visto; anduve por cañaverales y campos de algodón; cruce una reserva indígena a través de la selva y la sabana; vi volar en círculo a varios gavilanes de cola de tijera; vi avestruces en los campos de soja y grupos de chuñas en la luz de la mañana. Dormí en un campo de deportes, en un monte a la vera del camino; en un campamento para doscientos cincuenta trabajadores de la zafra. Charlé con varios en una galería dando una especie de conferencia de prensa y respondí todas sus preguntas. Me cuesta recordar en qué pensé en esos días. No me importa tanto el futuro y el pasado se va desdibujando y transformando en otra cosa. En el camino a Cabixi vi una gran ave rapaz de color blanco volando no tan alto como para poder observarla. Las plumas de la cola hacían un dibujo extraño; dio unas vueltas y fue a posarse a un árbol muy alto y de gran follaje. Apenas se acercó dos caranchos salieron espantados y en comparación parecían muy pequeños de tamaño, ridículamente insignificantes. Danilo me dijo que seguramente era una Arpía. No pude fotografiarla. Por estos caminos por donde ando ya me acostumbré a ser una especie de atracción. Me paran a conversar, se acercan tímidos para que no me escape, me sacan fotos. Yo soy su ave exótica. Soy el pájaro de otro mundo. Mandé fotos de las huellas del onza y mi amigo correntino me contestó que sí encontraba uno lo pasara a cuchillo y le trajera el cuero para hacer cinturones. Me dio risa. Por la idea y porque era real para él. No estaba bromeando. Mi realidad, mis miedos al onza, a la sucurí (la serpiente gigante que, como en las películas, quiebra huesos y se come a la gente y animales vivos) no son más que ensueños de un hombre que no conoce. En el fondo nunca dejamos de ser niños que tienen miedo a la oscuridad y queremos dormir con la luz encendida. La habitación solamente se va haciendo más grande hasta que creemos que todo está a nuestra vista. Error. No logré impresionarlo a Ceferino como a algunas chicas sensibles que me escribieron que me cuidara; como a mi hermana y mi madre que insiste que soy alérgico. Este invierno Ceferino había casado un puma con los perros y en la nieve; en un entorno donde los Cohen filman sus films. Como buen gaucho errante dejó el pago de espinales y pantanos y terminó en las montañas. Por ahora. Cuando su esposa se fue por unos meses le explicó que él tenía sus necesidades y ella le dijo que estaba bien mientras no se enamorara y se terminó la charla. En esa época le cayeron a la estancia dos francesas a caballo pero él no supo bien cómo manejar el asunto y vio como se iban una mañana rumbo al lago San Martin. Más fácil cazar pumas. Ceferino es mi prueba de realidad. Hoy vi un oso hormiguero muerto en la ruta. Y ayer un tapir que es un animal enorme y difícil de creer que exista. Como en la canción de queen, all dead/all dead. Seguí recolectando historias de animales. En la curva de Leque; que es un desvío en el camino, dormí en el bar de campo que es la única casa aunque está marcado en el mapa. El dueño es muy simpático y me contó de cómo un cuidador de estancia que había hecho una carpa fue escuchando al onza acercarse y rodear su campamento y cómo lo siguió acechando aunque prendió un fuego (todo el mundo afirma que el onza no se acerca al fuego) y que como no tenía ni revolver ni nada, empezó a hacer ruido con unas toneles de chapa que tenía hasta que pudo desorientarlo y escapar para uno de los lados. En otra historia el onza mataba un cebú adulto y dejaba el cuerpo tirado junto al río. Cuando volvieron a pasar por allí el animal había vuelto y lo había llevado nadando hasta la otra orilla. Había transportado unos 500 kilos de peso muerto a nado. Pero me dijo qué qué, así el nombre artístico del dueño del almacén, que no me preocupara; el onza en un bicho fino que no come cualquier cosa; está probado que no come argentinos. Saved.
Al cruzar el río Miranda por segunda vez; la primera vez muerto de frío ahora achicharrado por el sol, un pescador me hizo señas desde un muelle flotante y me mostró un pescado que tenía en una bolsa. Me indicó como bajar y llegué a la vera del río con casas de madera estilo isleño del Tigre. El acampaba debajo de una de las casa; estaba con su madre y vivían vendiendo lo que pescaban. Los dos tenían los mismos ojos claros y rostros de europeos devenidos otra cosa a causa de la selva. Habían nacido en Paraguay de donde estoy ya cerca. Resabios de las fantasías nietzscheanas. Comimos un peixe frito que fue a parar al fuego casi vivo. Cuando lo cortaba en partes todavía se movía. Las horas pasaron y armé la carpa. Unas cervezas, más pescado frito; la madre en la iglesia. Durante la noche me despertó un murmullo como un crepitar y pensé que era fuego. Salí pero no pude descubrir qué era. El río era un espejo denso como aceite. Una garza pescaba en la orilla. El pescador anda descalzo y me pidió si podía exprimir unos limones porque él no podía a causa de los cortes que tenía en la mano. Mi equipaje y mi bicicleta al lado de lo que ellos tenían para vivir eran como una limusina cargada de excentricidades. Para la mayoría de los autos que pasan parezco un vagabundo (simpático) y me invitan y regalan cosas; para la gente que vive por aquí parezco Paris Hilton o Tinelli; personas que se ven en la televisión y viven un mundo de fantasía. Jugar a ser el buen salvaje. Me atacaron unas abejas, me picaron mosquitos de todos los colores y tamaños pero el onza no apareció porque no come argentinos. Nosotros tenemos nuestros caníbales peró. Dj malhumor